jueves, 14 de diciembre de 2017

Simulandia: El país que no se tomaba en serio

Juan Carlos García Valdés

A veces voy manejando, llego a un alto y por el comportamiento de la mayoría de los conductores, me pregunto si me enseñaron mal los colores en el kínder o si simplemente soy daltónico. En ocasiones es un auto el que se pasa el rojo, pero muy a menudo son cuatro o cinco y el récord registrado hasta ahora es de 14 de 18.

Entre semana, si bien no me parece adecuado, entiendo que la ciudad está imposible, que hay que llevar a los bodoques a la escuela y que hay que llegar a las juntas mensas y a las reuniones innecesarias, y que, probablemente, un minuto sea la diferencia entre arribar y no arribar. Pero reitero: me parece que habría que respetar las luces (y no me refiero aquí a las del arbolito de navidad, aunque también).

Sin embargo, a los que no entiendo, de verdad, son a los que se pasan los altos los domingos. ¿A dónde tienen que llegar tan rápidamente? Yo me imagino que han de estar amenazados por el compadre bigotón: “donde llegue usted tres minutos tarde, me lo agarro a besos” (y pues los otros ahí van hechos la raya para llegar precisamente tres minutos tarde).

Lo que me llama la atención es que a) los conductores se los pasan cada vez de forma más cínica y b) que de la autoridad no se ven ni sus luces para imponer el castigo correspondiente.


Uno de tantos problemas

Habiendo tantos problemas en nuestro país, podrán ustedes preguntarme por qué me centro en el de los semáforos y yo les contestaré lo siguiente: porque la corrupción empieza en lo más insignificante. Las naciones más avanzadas no lo son nada más porque su gobernante se niega a hurtar, sino principalmente porque cada ciudadano a cada minuto sabe respetar aquello que no es suyo y sabe esperar su turno.

Dicho de otra forma, de aquel que se pasa los rojos sólo puedo esperar que también copie en los exámenes, plagie, mienta, se lleve su tajada en todo tipo de contratos y demás sinsentidos. Lo grave no es pasarse un alto, sino que, lo he visto con mis propios ojos bellos, la mayoría de los que se pasaron el primero, se pasan también el segundo, invaden el área de los peatones y ni siquiera prenden sus direccionales cuando se meten en sentido contrario.

Lo anterior lo hacen porque no hay alguien que les ponga un hasta aquí. Nuestros gobernantes no quieren gobernar, sino sólo llevarse su rebanada del pastel. Si quisieran gobernar en vez de poner fotomultas, pondrían a una patrulla en cada cruce previamente detectado como “facilón para los amantes del compadre” y créanme que recaudarían enormidades, todo in fraganti.


Las licencias

Si un perro chihuahueño fuera a pedir su licencia de manejo, en este país se la darían (y se me hace que vitalicia), pero ahora mismo no quiero hablar de esas licencias, sino de las licencias de los licenciados.

Los que me conocen saben que la forma más fácil en la que le puedo dejar de hablar a alguien es que ese susodicho se refiera a mí como licenciado. “Licenciado, ¿sería tan amable de auxiliarme?”, a lo cual yo contestaría con un reverendo macanazo.

Si analizáramos las raíces de las palabras, todo nos quedaría mucho más claro, pero estamos tan atolondrados por las vidas ficticias de tantos zombies que nos rodean, que no atinamos a ver lo obvio.

Así, por ejemplo, sabríamos que:

a/mor à ausencia de muerte (aunque haya necios que opinen lo contrario).
futbol à de foot (pie) y ball (pelota).
Y licenciado à persona que ha recibido su licencia para llevar a cabo una cierta actividad.

Quien cuenta con una licencia se supone que sabe bastante para desenvolverse en su ámbito. Una licencia no se le da a cualquiera (o bueno, en México sí) y debería garantizar conocimientos suficientes para llevar a cabo la labor correspondiente.

Sin embargo, en este país, así como no se le niega una licencia de manejo a nadie, tampoco se le puede privar a cualquier hijo de vecina de que obtenga su grado en comercio, ingeniería, psicología, administración del tiempo libre y/o manualidades de Cositas hechas con amor, incluso si el sujeto en cuestión no sabe ni sacar una regla de tres, ubicar a Sonora en el mapa y escribir de forma aceptable. “Es que le echó ganitas y además calentó el asiento durante cuatro o cinco años”.

Y la pregunta que surge es: ¿dónde está la SEP? ¿Dónde está la SEP para garantizar que las personas que tienen y tendrán las licencias expedidas por esa misma Secretaría conocen los temas que tienen que conocer y desarrollan las habilidades que tienen que desarrollar? La respuesta desafortunadamente es: checando cosas insignificantes como plataformas bizarras, requisitos de más, verbos en infinitivo en no sé cuántos documentos y convocando a consejos técnicos, que han de ser la cosa más soporífera del mundo.

¿Y saben por qué hacen todo esto? Ni más ni menos que para simular que se está haciendo algo. Por eso una “reforma educativa” presentada con bombo y platillo, por eso las cancelaciones de clase una vez por mes (para que vean que las autoridades y los docentes trabajan conjuntamente en la revisión de memes… que diga… en la revisión del avance programático) y por eso los cientos de comerciales sobre el nuevo modelo, que hará que nuestra nación pase de ser un país bananero a uno súper bananero.

Uno se pregunta dónde está la SEP, pero también cabría preguntarse dónde están los directores, los coordinadores y los padres de familia, y la respuesta es haciendo todo, menos lo que realmente les corresponde, que en el caso de los dos primeros es garantizar la calidad educativa y en el caso de los últimos es cerciorarse de que eso suceda.

Sin embargo, los directores y los coordinadores están más interesados en organizar viajes a la Riviera Maya, fiestas de jalogüín y desayunos en conmemoración del fin de la primera temporada de MasterChef, que en lo que les atañe.

Los alumnos no se quedan atrás y en lugar de ir a estudiar, van a sacarse selfies, a subir estados, a organizar fiestas y recorridos y cuando terminan con todo lo anterior, se ven abrumados por la tramitología del servicio social, las prácticas, la tesis que nadie lee y que muchos copian, la carta de pasante, el título, las cuatro fotos infantiles y las dieciocho tamaño pasaporte, sin obviar, por supuesto, todo el papelerío para las posibles revalidaciones y equivalencias pertinentes.

Los papás están agobiados por un trabajo que no les satisface o por un jefe que los atormenta, o ambos dos a la vez, y los maestros no son, por supuesto, o sea hello, la excepción: una buena parte sólo se la pasa pensando cómo llenar las horas clase con lo que sea, sin importar si eso beneficiará o no a los estudiantes, y otros más dedican las mismas horas clase a planear otras horas clase en las que también planearán otras nuevas horas clase. ¡Un verdadero huateque!


Bienvenidos a Simulandia

Somos el país de la simulación, con escuelas simuladas, gobiernos simulados, familias simuladas, persecución del delito simulada, religiosos simulados, poder adquisitivo simulado, una liga simulada, transparencia simulada y todo lo demás simulado que se puedan imaginar.

Y ya aquí entre nos, déjenme decirles que el inglés no es la excepción: Mis alumnos de licenciatura (esos que un día van a tener una licencia, también denominada cédula profesional) llegan un año sí y otro año también con conocimientos y habilidades prácticamente nulas en la lengua de Connecticut, York y Nueva York, y la pregunta que surge es: ¿qué estuvieron haciendo en sus clases de inglés anteriormente? Respuesta: estuvieron simulando.

Estuvieron simulando con un libro de texto, quizás con un workbook, con un maestro egresado de la Facultad de Lenguas al que se le otorgó su licencia nomás por ir, con clases dinámicas y actividades lúdicas, con SACs y más SACs, con proyectos súper cool y bien acá, con presentaciones y diapositivas, y entonces en un país en el que la simulación reina, pues todos dijeron “muy bien, sigue en tu clase y en cinco o diez años serás bilingual”, aunque se les olvidó a la SEP, al director, al coordinador de idiomas, a los papás, al maestro mismo y a los alumnos también, que un idioma, pequeño detalle, no se aprende así.

Y entonces vas pa’ tras y resulta que llegan a su primera clase de nivel licenciatura sabiendo que pollito es chicken (cuando no kitchen) y ya los más avezados que gallina es hen, lápiz pencil y pluma pen.

Lo anterior tiene que ver con el ya mencionado modelo educativo, pero también, no queramos tapar el sol con un meñique, con la manera en la que concebimos el estudio en nuestro país.


Estudio: ¿Quién pone los minutos o las horas extras?

Para explicar lo anterior, me permitiré referirme al caso de dos astros del futbol mundial: Messi y Cristiano Ronaldo. Nos guste más uno o el otro, no podemos negar que son unos verdaderos cracks y, sin duda, los mejores en lo que hacen en todo el planeta. 

Muy bien. Ahora imaginemos que, como ya saben que son los mejores, deciden que no van a entrenar nunca más. ¿Para qué entrenar si ya se saben todo: la manera de pasar el balón, de controlarlo, de dominar, de cabecear, de echarse una chilena, de hacer un sombrerito, de poner el pase filtrado, todo, absolutamente todo?

No obstante, ahí los vemos un día sí y otro también, uno en la Ciudad Deportiva Joan Gamper y el otro en Valdebebas, entrenando como si fuera su primer día y es que si no lo hicieran, ya lo sabemos, muy pronto los demás los rebasarían y ellos quedarían en el olvido.

Comparemos ahora esa situación con nuestros licenciados o futuros licenciados y veremos que ahí donde La Pulga y CR7 practican hora tras hora, incluso ya sabiéndolo todo, nuestros estudiantes y los que ya egresamos (deberíamos de seguir aprendiendo continuamente), no entrenamos, aunque a veces no sabemos nada o casi nada, ni diez minutos por día en las habilidades que tendríamos que desarrollar.

Muchos dirán, “pero estamos en clase desde las 7 de la mañana hasta las 3” y eso es cierto, aunque desafortunadamente haciendo todo menos lo que toca. Si Ronaldo y Messi estuvieran en sus ciudades deportivas simulando todo el día, créanme que no llegarían a ningún lado (bueno sí, a lo mejor llegarían a la Liga MX con un muy buen sueldo).

La analogía anterior nos permite ver la realidad sin tapujos: en la mayoría de las escuelas mexicanas no se practica como se tendría que estar practicando, y por eso el que sabe ubicar diez estados de la república en un mapa es casi Dios revivido.

Y así como nadie les impone un castigo a los que se pasan los altos, los que se pasan las normas de practicar para desarrollar las habilidades que requerirán al final sólo reciben la penalización de ser aprobados por mayoría de votos y no por unanimidad.


Un país que se respetara a sí mismo

En un país que se respetara a sí mismo, los conductores se esperarían los segundos o minutos que se tengan que esperar enfrente de una luz roja, incluso si mueren de ganas de besar al compadre, y los estudiantes practicarían sin que el teacher les tuviera que decir: a fin de cuentas el beneficio es para los alumnos, no para el maestro.

En un país que se respetara a sí mismo, los directores y los coordinadores velarían por la calidad educativa y detendrían todo aquello que pueda obstaculizar el aprendizaje ideal, y los padres de familia estarían al tanto del desarrollo de sus hijos.

Sin embargo, en este país, casi nadie practica hasta que el maestro se lo exige, casi nadie respeta los altos, casi nadie quiere hacer su trabajo bien y casi nadie está dispuesto a poner esas horas extras para llegar al siguiente nivel.

En el mundo de la simulación todo tiene que ser fácil, rápido y finalmente falso. En el mundo de la simulación importa lo que parece y no lo que es. En el mundo de la simulación, las clases de inglés sirven para decir que se lleva inglés, aunque nadie avance y nadie termine por hablarlo. En el mundo de la simulación, se va a clases de inglés para tener la justificación perfecta para ya no practicar más. “Ah no, yo ya fui a mi clase. Ni creas que le voy a dedicar un minuto más”.

Y la SEP feliz con su presupuesto y los directores felices con su matrícula y los maestros felices no haciendo mucho y los estudiantes felices con su título. No importa que nadie hable inglés, incluso si es uno de los factores que divide a los países entre productivos y no productivos, con futuro real y sin futuro a la vista. No importa que a nadie le hayan enseñado la importancia de no pasarse un alto. No importa que después sean asesinos, secuestradores, extorsionadores o presidentes que copiaron su tesis. Las autoridades educativas y todo el país les reconocen sus ganas de aprender (¿cuáles?), sus logros (¿CUÁLES?) y sus planes que contribuirán al desarrollo de este país (¿DE VERDAD???).

Después de todo, qué importa, si vivimos en el país de la simulación eterna.


Manos a la obra

Se acaba un año más y es muy probable que sólo hayas simulado en lo que al inglés se refiere. Si eres una de las excepciones, ¡felicidades! Estás construyendo hoy las bases de un futuro lleno de oportunidades y condiciones favorables para ti y para tu familia.

Si, por el contrario, te hiciste guaje y no quisiste avanzar, no te preocupes. La sociedad no te lo demandará, porque esta sociedad apagada no demanda nada, o al menos no lo importante. Pero después no estés diciendo que tienes mala suerte, que los mejores trabajos se los dan a otros, que las becas te las niegan y que no estás feliz con lo que haces.

O haz lo que quieras… finalmente la simulación se te debe dar muy bien, ¿no es cierto?

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jueves, 7 de diciembre de 2017

Constitución del Aprendiz del Inglés

Juan Carlos García Valdés

Cuando era niño, recuerdo haber escuchado 632 veces que México tenía una de las mejores constituciones del mundo y que nuestro himno, (Maciozare, un extraño enemigo) era el segundo más bello, sólo por detrás de la Marsellesa. Escuché que como México no hay dos y que todo lo malo que nos pasaba era debido a los gringos.

Ahora, un poco más grandecito (pronto cumpliré 23 años... de que entré a tercero de primaria), me doy cuenta de que uno vive en medio de muchas verdades a medias y muchas mentiras completas y que esto no sólo sucede en materia histórica, sino también en el plano científico, cultural, educativo y todos los demás planos que nos podamos imaginar.

Yo me pregunto, por ejemplo, cuándo es que nuestra Carta Magna entró en la crema y nata de las constituciones del orbe (y de qué nos puede servir eso, si es una de las que menos se cumplen) y contra quién jugaron "los soldados que en cada hijo nos dio" la semifinal de la Copa Mundial de los Himnos para finalmente perder con les enfants de la Patrie en el duelo definitivo.

En la escuela nos hicieron aprendernos tantas cosas que jamás llegamos a usar y esas que sí se usan a nadie se le ocurrió ponerlas en el programa. A alguien se le vino a la mente que educación era un conjunto de salones llenos de bodoques sentaditos y en silencio, a los cuales había que dictarles, y a nadie se le ocurrió cuestionar siquiera esta idea tan poco razonable (bueno, sí: a los maestros flojos que cambiaron el dictado por la exposición de los alumnos).

En inglés, mientras tanto, nos dijeron que domináramos los tiempos y que ya luego hablaríamos y así nos podríamos ir con cada rubro (la familia, el amor, la solidaridad y la muerte, entre muchos más) en los que nos hicieron aprender conceptos erróneos que ahora usamos como base para nuestras vidas mayoritariamente erradas.


Mi propia constitución

No recuerdo tener himno personal (en caso de tenerlo me basaría probablemente en La nuit des tropiques de Gottschalk), pero hace dos años, poco después de un cúmulo de momentos poco agradables en mi vida, decidí establecer mis propios principios, aquellos que regirían mi vida a partir de ese instante.

Si las reglas del mundo no me convencían, cabía entonces desarrollar mis propias directrices; cabía, pues, replanteárselo todo y esperar mejores resultados. Y el día de ayer, precisamente, consulté el archivo en cuestión y no es por echarme flores de cempasúchil, ni nochebuenas, ni dafodiles, pero creo que yo sí tengo una de las mejores Constituciones Individuales del mundo.

El problema es que la cumplo, actualmente, sólo en un 50 o 60 por ciento, pero el día que la cumpla al 90 o 100 por ciento, créanme que eso se traducirá en una vida muy satisfactoria.

A pesar de un incumplimiento palpable, cabe señalar que el espíritu de lo que se quiere lograr con ese documento ya está ahí y los resultados dependerán del nivel de compromiso del que suscribe.

Y ahora se me ocurre que cada aprendiz del inglés podría tener también su propia Carta Magna, que podría versar más o menos de la siguiente forma:


Constitución del Aprendiz de Inglés

CONSTITUCIÓN DEL APRENDIZ DE INGLÉS QUE REFORMA LA QUE NUNCA ANTES SE HABÍA TENIDO

Título Primero

Capítulo I

De los Derechos Universales del Aprendiz

Artículo 1º. En los Estados Unidos Mexicanos y en especial en la Colonia Morelos (aquí se coloca el condominio correspondiente si no se vive en dicho sitio), todos los aprendices del inglés gozarán de los derechos reconocidos en esta Constitución, los cuales serán irrenunciables e inalienables (no, la verdad, esto último de “inalienables” sólo lo puse porque rimaba).

Artículo 2º. El aprendiz, o sea yo, tengo derecho a tener un buen maestro o a una buena maestra todo el tiempo. Sin embargo, si no lo tuviera, no asumiré el papel de víctima y practicaré día a día, porque finalmente el único beneficiado de ello seré yo mismo y, claro está, la grandeza de mi nación (cálmate Pancho Villa).

Artículo 3º. Tendré derecho a poseer los materiales que coadyuven (ándale con tu vocabulario mijo) a una mejora continua. Si no tengo dinero o prefiero gastármelo en chelas y tamales, me preocuparé por tener amigos pudientes que me puedan prestar sus libros, CDs, DVDs, materiales para certificaciones, diccionarios y todo lo demás que me pueda ser útil. Me comprometo a cuidar y a regresar absolutamente todo, no como ciertas personas a las que conozco, a las que les presté mis libros desde mayo de 1992 y todavía no me devuelven nanais.

Artículo 4º. Tendré derecho a practicar con lo que yo quiera y como yo quiera, siempre y cuando practique y no me haga Guaje Villa. Si me gusta Justin Bieber, pues con Justin; si me gustan las comedias bobas, pues así; si me gustan los videojuegos, pues a darle duro; y si me gusta Joan Sebastián y su I’m gonna be happy, pues mejor pasemos al siguiente artículo.

Artículo 5º. Tendré derecho a que no se me impongan mensadas y media, como tareas y más tareas y más tareas y proyectos y exposiciones y ve tú a saber, que no benefician en nada mi mejora en el idioma de Shakespeare y Juay de Rito.

          I. Tendré derecho a que no me digan que todo en el inglés es grammar. También hay rrrriding, writing (que no se pronuncia graiting), escooching y según yo había otra, pero ya se me olvidó.

Artículo 6º. Tendré derecho a ayudar a las demás personas que quieren aprender el idioma en cuestión, siempre y cuando lo haga de manera desinteresada y sin burling de por medio. A los seguidores del Cruz Azul también los ayudaré emocionalmente porque hay cosas difíciles en la vida, pero nada como irle al Cruz Azul.

Artículo 7º. Tendré derecho a desarrollar el acento que más me parezca, me convenga o me venga en gana, siempre y cuando no suene ridículo como los que le ponen crema de más a sus tacos y dicen tichaaa y peipaaa.

Artículo 8º. Tendré derecho a divertirme mientras aprendo. La vida no tiene que ser aburrida y amargada. Se vale reírse, hacer chistoretes y encontrarle el lado positivo al Ínglich y a mi día a día.

Artículo 9º. Tendré derecho a asociarme con quien yo más quiera para seguir practicando, las veces que quiera, a la hora que quiera y por el canal que quiera. Nadie podrá limitarme en este sentido ni en ningún otro.

Artículo 10º. Por cada hora de práctica, tendré derecho a otra hora de descanso. La vida no se hizo nada más para estudiar. También se vale ir al cine, salir al parque, ver a los friends, ir por un helado, olvidar el carro porque se quiere caminar, viajar y muchas cosas más. Por esto y muchas cosas más, ven a mi casa esta Navid… (no, creo que esto ya no iba aquí).

Artículo 11º. (Se deroga… la verdad no había escrito nada, pero como que la frase “se deroga” le da caché).


Capítulo II

De las Obligaciones del Aprendiz

Artículo 12º. El aprendiz, o sea yo, me comprometo a practicar todos los días que me quedan en este mundo. No estoy diciendo que “uy… voy a practicar 30 horas diarias… o más… digamos 28”, pero sí que al menos cada nuevo amanecer (¡qué cute!) le dedicaré algunos minutos o algunas horas a la lingua franca.

Comentario del lector: ¿Es posible escribir constituciones con vocablos del tipo “uy”, “cute” y “ayayay”? Respuesta del que suscribe: Sí, porque es mi constitución. Punto.

Artículo 13º. Me comprometo también a buscar ayuda y práctica siempre que las necesite. Para ello iré formando mi equipo de aprendizaje compuesto por gente bien acá que me pueda:

I. Resolver dudas.
II. Orientar sobre cómo practicar mejor.
III. Ayudar a eliminar miedos existentes.
IV. Motivar para practicar todos los días y tener conversaciones.

Artículo 14º. Me comprometo a ser cada día más organizado y más sistemático. Mis notas de inglés las pondré siempre en el mismo lugar (físico o virtual) para no estar buscando 42,615 veces la misma palabra en el amansaburros.

Artículo 15º. Respaldaré toda la información importante para mi aprendizaje. Ya sea que la ponga en la nube o que la copie a un USB localizable o que guarde todo en un cofrecito con llave.

Artículo 16º. Me comprometeré a hacer todos los viajes necesarios que incrementen mi motivación para aprender la lengua inglesa y que me provean de un contacto cada vez más real con el language. Para ello ahorraré cada semana o cada mes lo que esté dentro de mis posibilidades a fin de cumplir pronto este sueño de ir a London, New York, Canadá, Australia o la Colonia Américas.

Artículo 17º. Tendré un buen diccionario a la mano, todo el tiempo. Por buen diccionario no se entiende Google Translate. Puede ser físico u online. Lo importante es tenerlo y obviamente usarlo.

Artículo 18º. Me iré quitando todos los miedos que tengo para hablar. Para ello:

I. Mejoraré mi pronunciación.
II. Trataré de conocer cada vez más palabras.
III. Trataré de tener cada vez más interacción con nativos del inglés y gente de mundo (¡órale!).

Artículo 19º. Renunciaré a los pretextos de los mediocres, entre los cuales se encuentran, si bien no se mencionan todos, los siguientes:

I. No tengo tiempo.
II. A mí el inglés no se me da.
III. Es que yo no empecé desde chiquito (y los que pudieran acumularse).

Artículo 20. Me comprometeré a tener la siguiente certificación, sin importar si truene, llueva o relampaguee:

I. FCE o su equivalente (Nivel B2) cuando termine la licenciatura.
II. CAE o su equivalente (Nivel C1) cuando termine la maestría.
III. CPE o su equivalente (Nivel C2) cuando termine el doctorado.

Obviamente si estoy estudiando lenguas, relaciones international, negocios por el mundo mundial, interpretación (no de los sueños) o uso de macramé para nudos decorativos, los requerimientos serán otros.

Y los artículos que pudieran agregarse.


Manos a la obra

No estoy diciendo que ya todo esté contenido en esta Carta Magna, pero la esencia ahí está. Se podrán incluir o derogar algunos artículos, pero lo más importante es pasar de la teoría a la práctica, del dicho al hecho... hay mucho trecho, esta noche en Hechos… ok no… ya me perdí.

Lo que quería decir es que si le dan cumplimiento cabal a los artículos de este documento, no habrá poder humano que les impida tener un excelente nivel de inglés.

¡A darle duro!

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