Juan Carlos García Valdés
Los que dejan de verme durante algún tiempo y de pronto me encuentran a menudo dicen de mí que soy el mismo y que no he cambiado nada, ante lo cual, debo decir, mienten.
Mienten porque yo no era tan guapito antes (no, pues entonces sí eras un niño muy federal) y dejar de reconocer eso (mi guapura presente, que no mi otrora fealdad) es como negar que Brady ha sido el mejor quarterback de todos los tiempos (a pesar de que recientemente perdió el Super Bowl) o como poner en tela de juicio que nuestro querido amigo Nelson Mandela fue un buen hombre. Simplemente no se puede.
Sea como sea, esta entrada no va de mi handsomería, sino más bien del hecho de que los aguacates de mi vida, como dice la canción, "no son como yo pensaba (no son como imaginaba" y no sé si son "como yo quería").
¿Los aguacates de tu vida?
Cuenta la leyenda que el pequeño JC odiaba los aguacates con odio jarocho. Lo mismo le pasaba con el fútbol y con la manejada. Por el contrario, amaba leer novelas y escuchar las pláticas de los adultos.
Un buen día, todo empezó a cambiar. Primero fue el calcio, cuando en el Mundial de los United se enamoró de la Suecia del Loco Ravelli; luego el aguacate, al que se fue encontrando en tortas, tacos y botanas, y, ya más entrado en años, sucumbió ante el encanto de la manejada.
Una vez, para que el caso opuesto quede también ejemplificado, su abuelo le contó la historia de su bisabuelo, o sea el bisabuelo de YeiCi, no el bisabuelo de su abuelo (de quien ya nadie guarda registro alguno) y le dijo que ese muchachito (todos los bisabuelos alguna vez irradiaron juventud) frecuentemente aseveraba con gran orgullo que él no leía novelas porque no concebía como habiendo tanta realidad se le podía dedicar tanto tiempo a lo ficticio.
Era de esperarse que ante tal recuento, Juancito haya puesto cara de what a la cuarta potencia, como quien nomás no entiende cómo alguien (o sea helloooo) se pudiera privar de tan bellos relatos.
Pues resulta que con el paso del tiempo y con la venida de las aguas (¿eso qué?), Giancarlo decidió apoyar la moción del bisabuelo y si bien sigue leyendo a Watzlawick, Peters y Burchard, definitivamente se ha alejado de Kertész y de Zweig.
Y ya de las pláticas de los aburridultos mejor ni hablamos, que son mundanas y soporíferas, y ante las cuales JuanCa se pregunta cómo pudo aguantarlas, incluso con aprecio, durante tanto tiempo.
En fin que ya puede deducirse que la gente cambia y que la persona con el nombre más bello del mundo (o sea yo, y no dicho por mí, sino por mi ex maestro de inglés vancouveriano, si a eso se le podía llamar maestro) no es la excepción.
No andaba muerto... andaba de maestro
Los cambios no sólo se han suscitado en el plano personal. El plano profesional no ha estado exento de variaciones y transformaciones.
Así las cosas, cuando empecé a dar clases creía que un buen maestro era todopoderoso y que, por ende, podía hacer que todos sus alumnos aprendieran. Hoy, después de varios años, sé que el todopoderoso es el alumno, aunque, paradójicamente, sólo en dos vías: para aprender a más no poder o para obstaculizarse el camino a tope, y desafortunadamente la mayoría de los educandos, eduquendos, ado, ido, to, so, cho, se especializan en el arte del "yo no puedo", del "yo no quiero" y del "ya será después", un después que rara vez se materializa.
Lo anterior le ha quitado cierto dramatismo a mi función. Si antes me preguntaba qué estaba mal en mi docencia, ahora simplemente pienso: "Si no quieres aprender, es tu problema y se acabó. La fila para pagar el extra está a la derecha y la de los desempleados es la que le sigue".
Habiendo dicho lo anterior, también debo reconocer que con los aprendices que sí se aplican me he vuelto mucho más comprometido. A ellos les ayudo, les consigo práctica adicional con nativos, extranjeros o hablantes avanzados, les regalo libros y, en fin, hago todo lo posible para que progresen como nunca antes. En pocas palabras, nos volvemos un equipo y los resultados se notan.
Cuando comencé a impartir clases era la persona más seria con mis alumnos. Yo llegaba, daba instrucciones, checaba las respuestas, asentaba calificaciones y san se acabó. De hecho, sigo siendo la persona más seria del mundo mundial, como diría el doctor, pero sólo fuera de mi trabajo.
En mi área de trabajo, con mi equipo de trabajo, soy, por el contrario, la persona que siempre está saludando, preguntando, molestando e indagando. Estoy convencido de que la clase empieza en el pasillo y sé sin temor a equivocarme que es ahí donde uno tiene más posibilidad de bajar el filtro afectivo del student. La mayoría de los maestros ineficientes son malos en el pasillo y muchos lo son todavía más en el aula.
No es la instrucción, es la...
No es la instrucción, es la...
Ahora sé que se aprende por interacción y no por instrucción. La clase es la parte menos importante del aprendizaje. Lo fundamental es lo que el alumno hace fuera de ella: ¿Ve películas en inglés? ¿Escucha música y la entiende? ¿Le como el Secretario de Educación o lee como gente decente? ¿Tiene conversaciones? ¿Escribe en inglés? ¿Chatea? ¿Usa aplicaciones en inglés? Ahí están los predictores del aprendizaje y no en un 9.6 que sube a 10 y ahí está también la labor de un buen teacher: motivar, motivar y motivar (y retar también).
Todo esto me ha llevado a implementar los mecanismos necesarios para que cada vez haya mayor autonomía en el salón de clases, aunque a veces tengo que ajustar las tuercas y eso casi nunca me gusta. Mi mantra ahora es: la menor imposición posible. Adiós planes y programas anticuados y bienvenida la libertad del estudiante.
En el pasado, creía fervientemente que el inglés debía ser el único idioma en el salón de clases; hoy sé que puro inglés, a velocidad normal, para muchos es simple ruido y, por consiguiente, cero aprendizaje. Se vale usar la lengua materna, sobre todo en los niveles iniciales. No es pecado. Ya un poco después, que ni se les ocurra. English or English.
Mi función, me parece, es ahora más la de un coach que la de un instructor. Y en algunos casos la de un amigo y en muchos casos la de un psicólogo o terapeuta. De haber sabido, hubiera estudiado locología.
Por lo anterior, estoy convencido de que el equipo debe de estar en constante comunicación. Cuando empecé a dar clases, no tenía ni Facebook ni WhatsApp ni blog ni nada. Hoy, creo que la tecnología facilita mi trabajo, el avance de mis alumnos y el flujo de la retroalimentación. Por ello, y a pesar de que no todas las experiencias han sido gratas, valoro las posibilidades del mundo moderno para interactuar, influir, enseñar y aprender.
Manos a la obra
Nadie se mantiene nunca inmutable. Cambian las cosas, las personas, los lugares, las ideas y las perspectivas. Cambia incluso nuestro gusto por los aguacates.
Y es en el hacer cotidiano, si lo llevamos a cabo con autenticidad y compromiso, que aprendemos a cambiar para bien de nosotros mismos y de los que nos rodean.
Y ni siquiera los que nos rodean son siempre los mismos. Para bien y para mal.
Yo no soy el mismo maestro que era antes. ¿Y tú sigues siendo el mismo aprendiz anclado en ideas antiguas, muchas de ellas ineficientes?
Yo no soy el mismo maestro que era antes. ¿Y tú sigues siendo el mismo aprendiz anclado en ideas antiguas, muchas de ellas ineficientes?
Puedes compartir cualquier duda, pregunta, comentario o sugerencia escribiendo al correo electrónico juan.garciavaldes@cadlenguas.com
Visita CAD Lenguas en Facebook:
y dale like a nuestra página.
¿Interesado en una clase de inglés en la que realmente puedas aprender y avanzar? Comunícate conmigo al 722-6113296 (WhatsApp).
No hay comentarios:
Publicar un comentario