jueves, 8 de marzo de 2018

El dinosaurio y el arte de curiosear y aprender


Juan  Carlos García Valdés

Sobre el cuento de Augusto Monterroso intitulado El dinosaurio se han escrito cientos de análisis y artículos. Hay en sus siete palabras un aura que, como sucede en las grandes obras, admite todas las interpretaciones necesarias, pero no cualquier interpretación. Recuerdo, incluso, el chiste que alguien alguna vez me contó sobre la mujer inculta a la que le preguntaban si ya había leído el microrrelato del escritor guatemalteco, a lo que la fémina respondía que había empezado “ayer por la noche”.

Si El dinosaurio fue durante mucho tiempo el microrrelato más breve en lengua española, y de los que llegaron a la final probablemente uno de los pocos que vale la pena, la susodicha dama debe ser, sin temor a equivocarnos, la durmiente más rauda del orbe y no es complejo imaginar su respuesta ante el siguiente cuestionamiento:

¿Ha leído Luis XIV de Juan Pedro Aparicio?

Respuesta: Empecé ayer, pero me quedé a la mitad.

¿Y?


Las enciclopedias de 27 tomos

Me imagino que muchos de mis lectores habituales deben estar ahora mismo preguntándose por qué he escrito todo esto. “¿Y…?”, dirán, como quien toma Luis XIV, lo divide en dos y vuelve pregunta retadora a la mitad favorita.

Esta vez se las he puesto un poco más difícil (una investigación adecuada de menos de dos minutos les permitirá entender todo lo anterior), porque a menudo cuando se ponen las cosas difíciles es cuando aprendemos y avanzamos; por el contrario, cuando nos ponen todo en bandeja de plata, frecuentemente desaprovechamos y valoramos muy poco.

Cuando era niño – yo durante algún tiempo fui párvulo – no había internet. De verdad, no había nada de nada. Y entonces, los lectores más viejitos, de la época de Monterroso, podrán atestiguarlo, cuando uno quería aprender algo, había principalmente dos opciones: o se iba uno a la enciclopedia de veintisiete tomos o le preguntaba uno a quien estuviera a la mano.

Buscar en la enciclopedia física tenía su encanto, sus limitaciones y sus trucos. Recuerdo haber estado buscando por varios minutos algún concepto que me habían dejado en la primaria, sacar primero un tomo, darme cuenta de que ese no era el adecuado, regresarlo a su lugar, intentar con otro y otro más, para terminar gritando: “Papá, mamá, ¿cómo encuentro la tercera ley de Newton?” “A cada acción siempre se opone una reacción igual” y a mi grito de auxilio siempre se le oponía un “Ya voy. Ahorita te ayudo”.

Eso era antes, les hablo de los noventas, y ahora la situación es muy distinta. Tal vez el hecho de haber tenido que buscar así las cosas me hizo valorar la presencia de internet, esa que tantos dan por sentado. De un panorama donde la búsqueda era manual y a veces tediosa pasamos a una realidad en la que la búsqueda es inmediata, aunque, por lo mismo, constantemente poco significativa.

Al poder buscarlo todo y al encontrar prácticamente todo, el encanto del descubrimiento ha quedado en pura nostalgia y ahí donde la búsqueda daba paso a una buena plática o a una buena tertulia o a una buena lectura, el sondeo moderno da paso casi inevitablemente a un cúmulo de memes y videos que nos desvían de nuestro cometido.

El mundo se ha vuelto por lo tanto más ruidoso, pero al mismo tiempo más silencioso: ruidoso por la cantidad de distracciones existentes, cantinela que evita la concentración; y silencioso porque ya prácticamente no existen las pláticas, sino monólogos simultáneos en los que lo que importa es exponer, fanfarronear y despotricar, aunque casi nadie nos ponga atención. Bienvenidos al mundo donde supuestamente hay mucha libertad de expresión, pero donde realmente hay poca voluntad de comprensión. Bienvenidos al mundo donde impera la distracción, pero se carece de curiosidad.


Indagar y curiosear

Cuando se ponen las cosas difíciles y uno empieza a indagar, uno aprende. De pronto, los lectores que no tenían idea alguna de Tito Monterroso ni de El Dinosaurio ni del género mismo, si ya hicieron su breve investigación, aprenden algo. Andar de curiositos a menudo trae sus dividendos y en el campo de los idiomas, el inglés en nuestro caso, ambas acciones son fundamentales.

Recientemente, en una plática que tuve (yo a veces todavía tengo ese tipo de intercambios), una persona que no es ni teacher ni traductor ni intérprete dijo: “La mejor manera de ir conociendo las palabras es a través de los libros. Vas leyendo y si no te sabes algo, vas al diccionario. Una y otra vez. Una tras otra”.

Es verdad que yo en varias ocasiones he recomendado tratar de entender el significado de los vocablos por medio del contexto. Sin embargo, y ese es tal vez uno de los encantos de las conversaciones que el internet difícilmente tiene, la apreciación de mi contertuliano me hizo ver un nuevo horizonte y una manera nueva de aprender más y más, sobre todo ahora que el viaje al amansaburros implica simplemente un movimiento de dedos y un click.


Apatía

“Cuando despertó”, sin embargo, la flojera “todavía estaba allí”. Es triste que a pesar de que ahora tenemos todos los medios para aprender, los aprovechamos realmente poco. Imagínense un mundo sin Ted Talks, YouTube, WordReference, EngVid, iTalki, Duolingo, Memrise, ELLO, UrbanDictionary, Gutenberg, BBC en línea, Netflix, podcasts y cien mil recursos más. Pues igual sin todo eso, nuestros antepasados aprendían inglés y otros idiomas. Imagínense lo que hubieran dado por tener acceso a estos materiales y a estas páginas.

La paradoja radica en que el bien siempre viene acompañado del mal y así como ahora tenemos acceso a Duolingo, también tenemos acceso a Angry Birds y por cada TED hay un Candy Crush y con el advenimiento de la red vino también la necesidad de cazar pokemones y por cada palabra que podríamos descubrir el día de hoy hay también, esperándonos, cien memes y cien jueguitos inconsecuentes.


Paradojas

El mundo está hecho de paradojas y los idiomas no son la excepción. Entre más avanzamos, más dudas nos surgen. Entre más progresamos, menos seguros nos sentimos de algunas cosas: de la pronunciación de una palabra, de la viabilidad de usar un verbo en determinado contexto, de cómo seguir nuestro camino. Por el contrario, los que saben poco se muestran seguros de su “Hello, how are you?”, aunque al terminar la frase se terminen también las posibilidades de su escaso repertorio.

El mundo está hecho de paradojas y para muestra el botón del inglés que deja de pronunciar un sinfín de letras, sobre todo las que llegaron al final como en come y gone, y sin embargo le da cabida a otras que ni vela tienen en el entierro como en segue.

El mundo está hecho de paradojas y ahí donde existe la prueba de que se aprende por interacción, los sistemas educativos del mundo se empeñan en instruir, con lo cual sólo destruyen, en enseñar, con lo cual sólo muestran sus carencias, y en explicar, con lo cual sólo manifiestan lo poco que los eruditos y expertos saben del tema. Es decir, paradójicamente saben mucho, pero no han logrado aprehender lo más importante.

Y por si nos faltaran pruebas de lo paradójico que es este mundo ahí está todavía El Dinosaurio, siete palabras sobre las que se han escrito miles de páginas, mientras que sobre centenares de volúmenes obesos casi nadie escribe nada.


Andar de pata de perro

Para aprender hace falta indagar y curiosear, pero también hace falta andar de pata de perro. Recorrer, viajar, perderse un rato nos ilustra en dos sentidos: en la geografía del mundo y en la geografía personal. De pronto, descubrimos paisajes que creíamos inexistentes y maneras de ser que no habíamos manifestado. De pronto, en el trayecto entre una ciudad escocesa poco famosa y Embra Castle o en el recorrido de Burnaby al centro de Vancouver o en la caminata al lado del Thames, nos surgen nuevas interpretaciones y nos damos cuenta de un léxico que antaño parecía remoto. De pronto, viajar y aprender se vuelven sinónimos.

Para viajar, sin embargo, no siempre hace falta moverse. Uno puede viajar por los libros, por las enciclopedias, por los diccionarios, por Google Maps, por los recovecos de nuestras imaginaciones y por las veredas abiertas por el brío mismo del aprendizaje.

Viajar es sinónimo de aprender, pero no de moverse. Los hay quienes se han movido infinitamente por el mundo y nunca han viajado realmente, nunca han aprehendido, nunca se han perdido. Y existen, por el contrario, aquellos que a través de la lectura, los relatos y la imaginación conocen el Palacio de Buckingham y la Plaza de Tiananmén.

Lo mismo sucede con muchos lectores que no admiten pausa alguna y que por leer tanto no entienden nada. Van por los libros como aquellos que van por el mundo sólo en busca de sellos para el pasaporte y no de experiencias que resulten memorables para toda una vida.

En los idiomas pasa igual y el inglés, por supuesto, no es la excepción. Hay quienes aprenden para presumir, para competir o para ponerlo en el currículum y hay quienes aprenden porque descubren la necesidad de expresarse y comunicarse en una lengua que no era de ellos, pero que termina siendo de ellos.

Y luego está el dinosaurio, que dice que hoy no tiene tiempo, que hoy no tiene ganas, que hoy no tiene los recursos, que hoy no tiene nada, que mejor hoy no hay que hacer nada y mañana tampoco, pero que ya vendrá otra vida y que seguramente le pasará lo mismo y que a la séptima o novena reencarnación, dependiendo del idioma, entonces sí, se pondrá las pilas. “Es sólo que hoy amanecí sin ganas”.

Me morí siete veces y “cuando desperté, el dinosaurio todavía estaba allí”.


La última paradoja

En la vida, las paradojas se suceden unas a las otras y, a veces, cuando uno disfruta tanto el haber escrito una entrada, como la del día de hoy, también se da uno cuenta de que está a punto de llegar a las 100 entradas y que cuando eso suceda no quedará más que decir adiós al blog y darle paso a otros proyectos.

Nos quedan tres entradas por compartir y lo disfrutaré como si fuera la primera vez.


Manos a la obra

Curiosea, indaga, viaja, pregunta, lee, descubre, descúbrete, platica, aprende porque quieres y no porque te lo imponen, aprovecha los recursos que tienes a la mano y a la gente que tienes cerca, no te des por vencido o por vencida y no creas que lo sabes todo.

Siempre habrá un nuevo descubrimiento y una nueva perspectiva. Siempre habrá una nueva motivación y una nueva necesidad. Y siempre habrá dinosaurios, pero tú no quieres ser uno de ellos.

Puedes compartir cualquier duda, pregunta, comentario o sugerencia escribiendo al correo electrónico juan.garciavaldes@cadlenguas.com


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