Juan Carlos García Valdés
Sobre el cuento de Augusto
Monterroso intitulado El dinosaurio se
han escrito cientos de análisis y artículos. Hay en sus siete palabras un aura
que, como sucede en las grandes obras, admite todas las interpretaciones
necesarias, pero no cualquier interpretación. Recuerdo, incluso, el chiste que
alguien alguna vez me contó sobre la mujer inculta a la que le preguntaban si
ya había leído el microrrelato del escritor guatemalteco, a lo que la fémina
respondía que había empezado “ayer por la noche”.
Si El dinosaurio fue durante mucho tiempo el microrrelato más breve en
lengua española, y de los que llegaron a la final probablemente uno de los
pocos que vale la pena, la susodicha dama debe ser, sin temor a equivocarnos,
la durmiente más rauda del orbe y no es complejo imaginar su respuesta ante el
siguiente cuestionamiento:
¿Ha leído Luis XIV de Juan Pedro Aparicio?
Respuesta: Empecé ayer, pero me
quedé a la mitad.
¿Y?
Las enciclopedias de 27 tomos
Me imagino que muchos de mis
lectores habituales deben estar ahora mismo preguntándose por qué he escrito
todo esto. “¿Y…?”, dirán, como quien toma Luis
XIV, lo divide en dos y vuelve pregunta retadora a la mitad favorita.
Esta vez se las he puesto un poco
más difícil (una investigación adecuada de menos de dos minutos les permitirá
entender todo lo anterior), porque a menudo cuando se ponen las cosas difíciles
es cuando aprendemos y avanzamos; por el contrario, cuando nos ponen todo en
bandeja de plata, frecuentemente desaprovechamos y valoramos muy poco.
Cuando era niño – yo durante
algún tiempo fui párvulo – no había internet. De verdad, no había nada de nada.
Y entonces, los lectores más viejitos, de la época de Monterroso, podrán
atestiguarlo, cuando uno quería aprender algo, había principalmente dos
opciones: o se iba uno a la enciclopedia de veintisiete tomos o le preguntaba
uno a quien estuviera a la mano.
Buscar en la enciclopedia física
tenía su encanto, sus limitaciones y sus trucos. Recuerdo haber estado buscando
por varios minutos algún concepto que me habían dejado en la primaria, sacar
primero un tomo, darme cuenta de que ese no era el adecuado, regresarlo a su
lugar, intentar con otro y otro más, para terminar gritando: “Papá, mamá, ¿cómo
encuentro la tercera ley de Newton?” “A cada acción siempre se opone una
reacción igual” y a mi grito de auxilio siempre se le oponía un “Ya voy.
Ahorita te ayudo”.
Eso era antes, les hablo de los
noventas, y ahora la situación es muy distinta. Tal vez el hecho de haber
tenido que buscar así las cosas me hizo valorar la presencia de internet, esa
que tantos dan por sentado. De un panorama donde la búsqueda era manual y a veces
tediosa pasamos a una realidad en la que la búsqueda es inmediata, aunque, por
lo mismo, constantemente poco significativa.
Al poder buscarlo todo y al
encontrar prácticamente todo, el encanto del descubrimiento ha quedado en pura
nostalgia y ahí donde la búsqueda daba paso a una buena plática o a una buena
tertulia o a una buena lectura, el sondeo moderno da paso casi inevitablemente
a un cúmulo de memes y videos que nos desvían de nuestro cometido.
El mundo se ha vuelto por lo
tanto más ruidoso, pero al mismo tiempo más silencioso: ruidoso por la cantidad
de distracciones existentes, cantinela que evita la concentración; y silencioso
porque ya prácticamente no existen las pláticas, sino monólogos simultáneos en
los que lo que importa es exponer, fanfarronear y despotricar, aunque casi
nadie nos ponga atención. Bienvenidos al mundo donde supuestamente hay mucha
libertad de expresión, pero donde realmente hay poca voluntad de comprensión.
Bienvenidos al mundo donde impera la distracción, pero se carece de curiosidad.
Indagar y curiosear
Cuando se ponen las cosas
difíciles y uno empieza a indagar, uno aprende. De pronto, los lectores que no
tenían idea alguna de Tito Monterroso ni de El
Dinosaurio ni del género mismo, si ya hicieron su breve investigación,
aprenden algo. Andar de curiositos a menudo trae sus dividendos y en el campo
de los idiomas, el inglés en nuestro caso, ambas acciones son fundamentales.
Recientemente, en una plática que
tuve (yo a veces todavía tengo ese tipo de intercambios), una persona que no es
ni teacher ni traductor ni intérprete dijo: “La mejor manera de ir conociendo
las palabras es a través de los libros. Vas leyendo y si no te sabes algo, vas
al diccionario. Una y otra vez. Una tras otra”.
Es verdad que yo en varias
ocasiones he recomendado tratar de entender el significado de los vocablos por medio
del contexto. Sin embargo, y ese es tal vez uno de los encantos de las
conversaciones que el internet difícilmente tiene, la apreciación de mi
contertuliano me hizo ver un nuevo horizonte y una manera nueva de aprender más
y más, sobre todo ahora que el viaje al amansaburros implica simplemente un
movimiento de dedos y un click.
Apatía
“Cuando despertó”, sin embargo, la
flojera “todavía estaba allí”. Es triste que a pesar de que ahora tenemos todos
los medios para aprender, los aprovechamos realmente poco. Imagínense un mundo
sin Ted Talks, YouTube, WordReference, EngVid, iTalki, Duolingo, Memrise, ELLO,
UrbanDictionary, Gutenberg, BBC en línea, Netflix, podcasts y cien mil recursos
más. Pues igual sin todo eso, nuestros antepasados aprendían inglés y otros
idiomas. Imagínense lo que hubieran dado por tener acceso a estos materiales y
a estas páginas.
La paradoja radica en que el bien
siempre viene acompañado del mal y así como ahora tenemos acceso a Duolingo,
también tenemos acceso a Angry Birds y por cada TED hay un Candy Crush y con el
advenimiento de la red vino también la necesidad de cazar pokemones y por cada
palabra que podríamos descubrir el día de hoy hay también, esperándonos, cien
memes y cien jueguitos inconsecuentes.
Paradojas
El mundo está hecho de paradojas
y los idiomas no son la excepción. Entre más avanzamos, más dudas nos surgen.
Entre más progresamos, menos seguros nos sentimos de algunas cosas: de la
pronunciación de una palabra, de la viabilidad de usar un verbo en determinado
contexto, de cómo seguir nuestro camino. Por el contrario, los que saben poco
se muestran seguros de su “Hello, how are
you?”, aunque al terminar la frase se terminen también las posibilidades de
su escaso repertorio.
El mundo está hecho de paradojas
y para muestra el botón del inglés que deja de pronunciar un sinfín de letras,
sobre todo las que llegaron al final como en come y gone, y sin
embargo le da cabida a otras que ni vela tienen en el entierro como en segue.
El mundo está hecho de paradojas
y ahí donde existe la prueba de que se aprende por interacción, los sistemas
educativos del mundo se empeñan en instruir, con lo cual sólo destruyen, en enseñar,
con lo cual sólo muestran sus carencias, y en explicar, con lo cual sólo
manifiestan lo poco que los eruditos y expertos saben del tema. Es decir,
paradójicamente saben mucho, pero no han logrado aprehender lo más importante.
Y por si nos faltaran pruebas de
lo paradójico que es este mundo ahí está todavía El Dinosaurio, siete palabras sobre las que se han escrito miles de
páginas, mientras que sobre centenares de volúmenes obesos casi nadie escribe
nada.
Andar de pata de perro
Para aprender hace falta indagar
y curiosear, pero también hace falta andar de pata de perro. Recorrer, viajar,
perderse un rato nos ilustra en dos sentidos: en la geografía del mundo y en la
geografía personal. De pronto, descubrimos paisajes que creíamos inexistentes y
maneras de ser que no habíamos manifestado. De pronto, en el trayecto entre una
ciudad escocesa poco famosa y Embra Castle o en el recorrido de Burnaby al
centro de Vancouver o en la caminata al lado del Thames, nos surgen nuevas
interpretaciones y nos damos cuenta de un léxico que antaño parecía remoto. De
pronto, viajar y aprender se vuelven sinónimos.
Para viajar, sin embargo, no
siempre hace falta moverse. Uno puede viajar por los libros, por las
enciclopedias, por los diccionarios, por Google Maps, por los recovecos de
nuestras imaginaciones y por las veredas abiertas por el brío mismo del
aprendizaje.
Viajar es sinónimo de aprender,
pero no de moverse. Los hay quienes se han movido infinitamente por el mundo y
nunca han viajado realmente, nunca han aprehendido, nunca se han perdido. Y
existen, por el contrario, aquellos que a través de la lectura, los relatos y
la imaginación conocen el Palacio de Buckingham y la Plaza de Tiananmén.
Lo mismo sucede con muchos
lectores que no admiten pausa alguna y que por leer tanto no entienden nada.
Van por los libros como aquellos que van por el mundo sólo en busca de
sellos para el pasaporte y no de experiencias que resulten memorables para toda
una vida.
En los idiomas pasa igual y el
inglés, por supuesto, no es la excepción. Hay quienes aprenden para presumir,
para competir o para ponerlo en el currículum y hay quienes aprenden porque
descubren la necesidad de expresarse y comunicarse en una lengua que no era de
ellos, pero que termina siendo de ellos.
Y luego está el dinosaurio, que
dice que hoy no tiene tiempo, que hoy no tiene ganas, que hoy no tiene los
recursos, que hoy no tiene nada, que mejor hoy no hay que hacer nada y mañana
tampoco, pero que ya vendrá otra vida y que seguramente le pasará lo mismo y
que a la séptima o novena reencarnación, dependiendo del idioma, entonces sí, se
pondrá las pilas. “Es sólo que hoy amanecí sin ganas”.
Me morí siete veces y “cuando
desperté, el dinosaurio todavía estaba allí”.
La última paradoja
En la vida, las paradojas se
suceden unas a las otras y, a veces, cuando uno disfruta tanto el haber escrito
una entrada, como la del día de hoy, también se da uno cuenta de que está a
punto de llegar a las 100 entradas y que cuando eso suceda no quedará más que
decir adiós al blog y darle paso a otros proyectos.
Nos quedan tres entradas por
compartir y lo disfrutaré como si fuera la primera vez.
Manos a la obra
Curiosea, indaga, viaja,
pregunta, lee, descubre, descúbrete, platica, aprende porque quieres y no
porque te lo imponen, aprovecha los recursos que tienes a la mano y a la gente
que tienes cerca, no te des por vencido o por vencida y no creas que lo sabes
todo.
Siempre habrá un nuevo
descubrimiento y una nueva perspectiva. Siempre habrá una nueva motivación y
una nueva necesidad. Y siempre habrá dinosaurios, pero tú no quieres ser uno de
ellos.
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correo electrónico juan.garciavaldes@cadlenguas.com
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