jueves, 22 de marzo de 2018

Vancouver Reloaded


Juan Carlos García Valdés

El jueves 25 de mayo de 2013 mi teléfono suena. Apenas contesto, una voz que no admite pausas ni interrupciones me pregunta lo siguiente: “¿Estás interesado en una beca del gobierno del Estado de México para ir un mes a Vancouver, Canadá, a practicar tu inglés? Todos los gastos de traslado, hospedaje y clases estarán cubiertos por el propio gobierno. Además te daremos 20 mil pesos para que compres recuerditos y llaveros.

Mi respuesta es obvia: “No”.

“Pero tienes que decir que sí”, señala la telefonista.

“No, dije que no”.

“Bueno, te ofreceré algo invaluable. En ese viaje conocerás a Ingrid, Mayra y a Erick”.

La cosa así ya cambia: “Ahora menos”.

No se crean. La verdad es que el 25 de mayo no fue jueves ni el diálogo fue exactamente como lo acabo de mencionar, pero lo cierto es que el gobierno sí nos mandó a nosotros cuatro y a seis bodoques más a la tierra de Rosalia, por un mes y con todo cubierto, y ahora, a cuatro años y medio de haber engalanado con nuestra presencia a la Columbia Británica, me di a la tarea de contactar a ya saben quién (mis amigos Mayra, Erick e Ingrid) y preguntarles un poco por las secuelas del viaje.

Así las cosas, les mandé un cuestionario con tres ejes rectores: el primero preguntaba sobre las consecuencias mismas del viaje, el segundo sobre qué había sido lo mejor y lo peor de nuestra estancia en Vancouver, académicamente hablando, y el tercero sobre cuáles deberían de ser los requisitos a tomar en cuenta para seleccionar a los estudiantes que forman parte de estos programas.

¡Se graba!


Como diría Fox… ¿y yo por qué?

Empecemos de atrás para adelante y veamos qué tuvieron que decir nuestros amigos vancouverianos sobre los requisitos a tomar en cuenta para ser seleccionados. Pues bien, no me queda más que decir que se va a armar la gorda puesto que hay en las respuestas para todos los gustos y para todos los sabores.

Mi buen amigo Erick, persona inteligente, sencilla y leal donde las haya, se decanta por un enfoque inclusivo: “Sinceramente, creo que cualquier alumno con un nivel A2 debe recibir la oportunidad de estudiar inglés en el extranjero”.

Para Ingrid, a la que en el viaje llamaba best friend y que me alegró cada día canadiense, incluido ese en el que la paloma de Granville Island decidió hacer de las suyas sobre todo mi bello ser, comenta: “Creo que las estancias que paga el gobierno deberían estar enfocadas a practicar el inglés, y no tanto para aprendizaje; se debería hacer una evaluación enfocada a acreditar que se cuenta con los conocimientos básicos y dominio mínimo del idioma, considerar las calificaciones de los estudiantes seleccionados, y pedir el compromiso a los alumnos de traer resultados de la estancia, para que el viaje sea significativo”.

Mayra, nuestra muy apreciada amiga, experta de la danza y de la calidad humana, se sincera desde un primer momento y por eso siempre me ha caído bien. “Cuando leí la primera pregunta (<<Cuatro años y medio después de nuestro viaje, ¿qué tanto has avanzado en el inglés? ¿qué tanto lo practicas día a día?>>) solo me reí y por consiguiente las demás fueron un poco y mucho de lo mismo; esta experiencia fue una recarga de muchos sentimientos y para mí no es posible contestar como mis otros compañeros amantes del inglés; y si no son amantes, por lo menos, interesados en el idioma”.

“Me atrevo mejor a contarte”, continúa Mayra, “cómo fue que llegué a ser afortunada al obtener una beca equivocada. Como todos sabemos, para obtener una beca como primer requisito es tener un promedio elevado. (…) El primer requisito lo cumplía perfectamente, los demás como certificaciones o constancias que avalaran estudios sobre inglés no y sinceramente no sé cómo no hubo ningún problema”. 

Y aquí voy a retomar algo que me escribiste recientemente May: tal vez no hubo problema porque los directivos de tu escuela no tenían ni idea de las características del viaje: “En ocasiones como paso conmigo”, dice Mayra, “ni siquiera los directivos de departamentos escolares tienen idea de tu destino final, pues cuando llevé evidencia de la estancia se sorprendieron que hubiera ido a una escuela de idiomas y no de danza”. A ti te tuvieron que haber enviado a la Academia del Bolshói, pero eso habría sido triste, porque no nos hubiéramos conocido.

Si se cuenta con recursos limitados, lo cual es el caso del gobierno, la pregunta que surge es ¿cómo hacer la mejor selección de aprendices o usuarios del idioma? ¿Qué combinación nos da más beneficios? En este sentido, Erick expresa lo siguiente: “El factor determinante debe ser el promedio del alumno ya que refleja quizás no su coeficiente, pero sí una actitud responsable”.

Me imagino amigo que ¿aquí nos referimos al promedio de la materia de inglés o tomaríamos en cuenta el promedio general del estudiante? ¿Qué pasa, por ejemplo, con lo que señala Mayra? Ella, por lo que nos comparte, tenía un promedio elevado, pero su nivel de inglés le dificultaba comunicarse en muchos casos e incluso indica en un momento dado de nuestra comunicación: “Una vez estando en Canadá me sentía muy inferior a todos ustedes, porque no tenía idea de lo que me hablaban y pocas veces sabía qué contestar y con esto respondo a tu tercer pregunta: para mí, sí es indispensable estar empapada de este idioma si es que quieres ir a otro país y más si se te está dando todo el recurso económico, no al grado de dominarlo pero sí, por lo menos, un nivel básico y lo más importante es estar interesado por lo que vas a aprender”.

Créanme amigos que estoy entre la espada y la pared, tratando de tomar en cuenta uno y otro argumento, de hilar, de conectar y de no dejar a nadie fuera del partido. Y eso que toda la interacción fue por escrito y en línea; si nos hemos reunido, nos agarramos como El Piojo y Cristante y a ver quién nos detiene.


Mis alumnos proyectados a la potencia #100,000

No he sabido que mis estudiantes participen en el programa vancouveriano, pero algunos sí han solicitado ser parte de Proyecta 100,000 con resultados diversos. Están los que así se han ido a distintos puntos del País de las Barras y las Estrellas y están también los que lo han intentado varias veces sin que les hayan otorgado los recursos correspondientes.

En una parte de su respuesta, Erick dice: “Yo agregaría que para concluir la selección pidieran una evaluación psicológica: no de un estudio psicométrico que tome el alumno, sino a través de las observaciones de los maestros que han trabajado con él/ella. Para determinar si se desenvolverá de manera responsable y que obtendrá los mayores beneficios del viaje”.

El que escribe este blog, dueño del nombre más bello de este mundo (es broma y anécdota de este viaje, no se la vayan a creer; nuestro maestro en Vancouver: “Para finalizar la clase, quiero decirles algo. Todos ustedes tienen nombres hermosos, pero nadie como – ahí revisa la lista – Juan Carlos García Valdés”, jajajajaja) es, además de bloguero, gruñón y rey de los pickies, docente de inglés, y entonces cabría preguntarle, siguiendo el planteamiento de Erick: “Mí mismo, ¿hubieras escogido a tus alumnos y alumnas que fueron a los United?” Respuesta salomónica: a unos sí y a otros no, que es como decir que no estuvo mal la selección, pero que dejaron en tierra a algunos delanteros y algunas delanteras de gran nivel.


Necesidades específicas

Ahora bien, ¿qué pasaría si nos hubieran enviado no nada más a un curso de inglés general sino a uno mucho más enfocado a nuestras necesidades específicas? Esto es lo que plantea Ingrid: “Sería bueno que la estancia pudiera centrarse no sólo a ir a practicar el idioma, sino quizá para el desarrollo de conocimientos, enfocado a la carrera que se está estudiando, eso retroalimentaría en gran medida el viaje, y sería no sólo con fines personales, sino de aportar algo a nuestro país, una vez concluida la estancia”, que es, por ejemplo, lo que se busca con las becas de CONACYT.

Imagínate Mayra si en lugar de que te metieran a un salón donde reinaba el verbo to be, te hubieran llevado a uno en el que los temas fueran relacionados con la danza o que a ti, Ingrid, te hubieran buscado un curso ligado al derecho internacional o que a Erick y a mí nos hubieran llevado a Tim Hortons todos los días a degustar el café, las donas y los panquecitos (“de hecho, sí fueron todos los días, par de comelones”) para poner a prueba que en la Facultad de Lenguas había buena lengua y buen paladar.

Ahora que hablamos de necesidades específicas, recuerdo como contraste las palabras de cierta persona que trabajaba en la escuela de idiomas a la que llegamos (me reservo el nombre de mi fuente): “Es que nos tienen sorprendidos; como venían de México y por parte del gobierno, creímos que todos tenían un nivel básico, pero varios tienen un nivel avanzado”. ¿Cómo hacer pues para empatar las visiones de los alumnos, maestros, del gobierno e incluso del país receptor? Ya saben que en este blog más que una respuesta firme y determinante, hay una apertura al diálogo y a las ideas diversas. La educación es una conversación y en una conversación no se impone, sino que se va confeccionando el tema hasta haberlo agotado o hasta haberlo destruido o hasta hacer que resurja.


Coincidencia innegable

En algo sí coincidimos todos y es en el hecho de que la estancia resultó muy corta, y no nos referimos aquí a la estancia de mi casa, donde escribo esta entrada, sino al número de días que permanecimos en Vancouver. Mayra comenta: “si no estás muy familiarizada con el inglés; un mes es muy poco para aprenderlo en otro país” e Ingrid remata: “sería bueno ponderar que la duración de las estancias sea mayor, porque sólo así se aprovecha de manera significativa el viaje, y además se ve reflejado un mayor aprendizaje; una duración de tres meses sería aceptable”.

Yo, en torno a este aspecto, ¿qué les cuento? Que al principio despotriqué contra la ciudad de las playas y los jardines botánicos, pero que ya al final no me quería regresar. Y en cuanto al inglés, coincido con mis acompañantes de viaje: 30 días es nada, apenas un atisbo o un esbozo.


Académicamente hablando, ¿qué fue lo mejor y qué fue lo peor de Vancouver?

“Lo mejor”, comenta Ingrid, “fue conocer otras técnicas de enseñanza, profesores de otro país, la interculturalidad entre los alumnos que eran de distintas nacionalidades, y el enriquecimiento cultural en las aulas y fuera de ellas con los compañeros”.

Para Mayra, “lo mejor de esta estancia es haber convivido con personas muy interesantes y, sobre todo, todas comprometidas por este idioma; reconozco que su conocimiento sí me incentivó a querer aprender un poco más, sólo que entre mis intereses aún no lo veo indispensable”.

Erick, que también es maestro de inglés, como yo, revela: “Académicamente debo confesar que me robé algunas dinámicas que usaba nuestro teacher (no puedo creer que ya no recuerde su nombre). Me gustó mucho que siempre que era posible nos ponía a trabajar en equipo y es algo que continúo haciendo con mis grupos”. A lo mejor para futuros maestros de inglés, el viaje sí está que ni mandado a hacer, aunque yo recuerdo haber ido a platicar con el director y con el coordinador del centro de idiomas de la calle Nelson sobre lo ilógico que me parecía que al tener cafés, restaurantes, cines y muchos otros lugares a cien metros a la redonda, todo se llevara a cabo en el salón de clases.

Para mí, lo peor de Vancouver, académicamente hablando, fue que las clases, en general, me parecieron tan malas y monótonas como la mayoría de las clases en Mexicalpán de las Tunas, los Duraznos y el Ajonjolí, con algunas excepciones muy loables. Desconozco si mis interlocutores coincidan, pero al menos Ingrid cuenta una anécdota interesante, que tal vez no haga referencia a la calidad de las clases en sí, pero sí a factores que pueden influir en ellas.

“En lo personal me sucedió algo curioso”, dice Ingrid. “En un inicio me ubicaron en un grupo de inglés intermedio, (…) pero como los compañeros eran adolescentes, el profesor esencialmente empleaba técnicas de juego, y no me sentía cómoda por ello, así que estuve una semana en ese grupo. Después pedí que me cambiaran de grupo, a un nivel igual intermedio, pero donde las clases eran más serias, sin tantos juegos, y con compañeros que eran de mi edad; entonces aquí me sentí cómoda, pero acababa muy rápido los ejercicios, y mi progreso fue muy rápido, así que el profesor platicó conmigo, me dijo que veía que avanzaba muy rápido y consideró que era mejor cambiarme de grupo, a un nivel de inglés avanzado, así que igual sólo estuve una semana en ese grupo”.

O sea que no sólo tiene que ver la selección de los alumnos, sino también el grupo al que llegues, sus características, las dinámicas empleadas por el profesor, la interacción entre los alumnos y muchos factores más, como, por ejemplo, la familia con la que te toque hospedarte, pues las hay de 10 y las hay de vámonos mañana mismo.


La convivencia

Algo que no termina por convencerme del todo de estos viajes a Vancouver y compañía, se los digo con total honestidad, es que las nacionalidades literalmente llaman a los suyos, no en todos los casos, pero sí en muchos. Me refiero al hecho de que los japoneses se acaban juntando con los japoneses, los franceses mayoritariamente con los franceses, los de Ecatepec con los de Ecatepec y los de Coacalco con Erick, Mayra, Ingrid y conmigo. Por cierto, ¿dónde quedó el buen Víctor, mi roomie precisamente de Coacalco?

Por el contrario, el contacto con los nativos del inglés es esporádico o fortuito. Muchos dirán, JC, pero ¿qué dices?, si estaban en Canadá y con familias canadienses. Pues sí, pero con los que convives principalmente es con los otros alumnos extranjeros y los miembros de la familia de la casa donde uno se hospeda muchas veces no están o si están, como mi adorada Rosalia, lo digo en serio, se la pasan cuatro o cinco horas hablando por teléfono con sus familiares de la Toscana (Aun así Rosalia y a pesar de las hormigas en la cocina, ¡cuánto te quise!!!).

My best friend forever and ever lo señala con lujo de detalle: “Dejando de lado el tema académico, creo que las experiencias más enriquecedoras las tuve fuera de las aulas, con mi grupo de amigos, básicamente todos éramos mexicanos, pero el mayor aprendizaje creo que lo tuve así, en un contexto de la vida real, donde haces tu vida normal, y entonces ahí es donde verdaderamente aprendí, me enriquecí, al conocer otra cultura, otra forma de vida y de pensar”.

Y ya que hablamos de mexicanos, déjenme  traigo a colación la anécdota de cómo conocimos a otro mexicano más, precisamente en Canadá, pero proveniente de nuestra misma ciudad, bueno, casi vecino de mi tía. ¡Qué pequeño es Edmundo! (voz susurrante: “el mundo, no Edmundo”; pues yo tenía un compañero en la primaria con ese name y era realmente pequeño). Resulta que en la primera o segunda semana de nuestro viaje, tomamos una de las excursiones de la escuela, ni más ni menos que a Lighthouse Park. La travesía en autobús duró aproximadamente una hora y ya que estábamos ahí, comenzamos a caminar hacia la costa. El paisaje para los que nunca han ido es maravilloso. Y para los que ya fueron también es maravilloso; o sea, ni modo que el parque esté cambiando sus veredas y sus vistas a razón de si uno es cliente frecuente, visitante asiduo o vagabundo esporádico. ¡No me desvíen de lo que les quiero relatar!

Mientras caminábamos, notamos que cierta compañera no había escogido precisamente los mejores zapatos para un lugar así. En fin, no le dimos mucha importancia. “Nos tardaremos un poco más”, pensamos. “Eso será todo”. Y eso hubiera sido todo si la susodicha persona, que no es ninguna de las invitadas del día de hoy, hubiera tenido la prudencia de no subirse a las rocas junto al Océano Pacífico con sus megatacones, pero pues hay días en los que uno amanece envalentonado y nuestra apreciada acompañante dijo: “Agua va”, y literal, como si las olas se hubieran enfadado y el océano enardecido, tan pronto como inició su travesía tan surrealista, el mar decidió ponerla a prueba. Ella resbaló y casi se nos va, pero todavía alcanzó a soltar un bellísimo: “Por lo menos salven mi iPad”, ante lo cual, parece ser que hubo consenso unánime, si es que esto no es ya un pleonasmo.

Entre el desconcierto de algunos y las sesiones de fotos de otros, que apenas si se inmutaron, de pronto nos encontramos de frente con una persona alta y de acciones amables. Comenzamos a hablar en inglés y resultó que era de México. Le pregunté la ciudad y resultó que coincidíamos. Le pregunté el código postal y por poco es el mismo. Ahora es un excelente amigo mío y no sólo valoro su calidad humana, sino también su disposición para hablar siempre en inglés, pero no está de más, en otros casos, no en este, claro está, seguir lo que dice Mayra: “Otro punto a resaltar es que, si tienes la oportunidad de elegir el país y eres centroamericano o sudamericano, elijas un país en el que los habitantes nativos de tu misma lengua sean muy escasos, para que te sea imposible hablar tu lengua natal y te obligues totalmente a comunicarte en inglés”. Afortunadamente nuestro nuevo amigo vancouveriano/mexicano fue el primero en hablarnos siempre en inglés, pero lo que dice Mayra es cierto. Mejor irse a Glasgow o Auckland, porque en el metro de Vancouver los trending topics son el último juego de Monarcas Morelia y la forma adecuada para preparar cabrito.


¿Y a todo esto sí hubo avances o sólo mucho ruido y pocas nueces?

Mayra indica que el inglés y ella no se llevan muy bien. Ingrid, mientras tanto, señala: “En el sector académico sí lo he empleado, me refiero en concreto, cuando cursé una maestría que duró dos años (del 2015 al 2017), sí lo empleé, principalmente para hacer algunas investigaciones, y lo que puse en práctica fue la lectura”. No obstante, mi abogada favorita puntualiza: “No considero que el viaje por sí solo haya tenido un impacto significativo para que el día de hoy tenga un avance en el idioma; creo que me he mantenido en el mismo nivel”.

Erick destaca la dificultad para saber si ha avanzado o no: “Como maestro de inglés es difícil notar una diferencia o avance, ya que lo uso todos los días, pero si lo pienso a conciencia yo creo que sí. La única manera de probarlo sería saliendo de nuevo al extranjero”.

Yo, mientras tanto, me inclino a pensar que desde aquel entonces avancé mucho y, ciertamente, cambié mi manera de practicar, priorizando una práctica mucho más comunicativa y libre.


¿Sale la apuesta?

¿Le salió la apuesta al gobierno mexiquense al mandar a diez beldades a las cercanías de la peligrosísima Surrey y a los alrededores de la impresentable calle Hastings? Van a decir que “a quien le dan pan que llore” (yo ahora mismo me estoy comiendo una concha de chocolate que Santa María), pero sabiendo lo que sé y habiendo visto lo que vi, me decantaré por el no, como también optaría por la negativa si me preguntaran sobre el famoso programa Proyecta 100,000.

“Lo bebido, lo bailado y lo comido no te lo quita nadie” (pregúntenos por todo lo que nos empacamos en las 652 sucursales de Tim Hortons), y como experiencia personal y para hacer amigos Vancouver acabo siendo muy grato. Sin embargo, en materia lingüística los cambios producidos, al menos desde mi punto de vista, no ameritan la inversión.

Estancias más prolongadas, cursos enfocados a necesidades específicas, menos aula y más Tim, y el diseño estratégico de encuentros con nativos: todo esto podría contribuir a que cada centavo invertido por el gobierno pudiera verse reflejado en niveles cada vez más altos de inglés.

Por lo demás, la telefonista seguirá marcando, a veces omitiendo a los que lo tienen como verdadero anhelo, y la gran mayoría seguirá diciendo que sí, aunque esta vez la oferta no incluya conocer a Mayra, Ingrid y Erick, con lo cual, me temo, y lo digo en serio, que buena parte de las bondades del viaje no estarán ahí.

Y para los que piensan que el día que el gobierno les dé una beca para irse un mes a Canadá, Estados Unidos o Malta, ese día sí su inglés mejorará, me permito aconsejarles lo siguiente: pónganse las pilas aquí mismo, en su país, y si el viaje llega, bienvenido y a disfrutarlo; pero si no, tampoco es el fin del mundo.

Vancouver sí era el fin del mundo o así me lo parecía cada tarde cuando subía por la Holdom Street hacia la casa de Rosalia. “¿Qué habrá detrás de esas montañas? ¿Qué habrá si uno se sigue derecho?”

Síganse derecho con su inglés, a ver qué encuentran.


Agradecimientos

Gracias Ingrid, gracias Mayra, gracias Erick, por su calidad humana y por sus aportaciones. Ha sido todo un reto para mí escribir esta entrada y espero no haber dejado mucho afuera. ¡Que Dios se los pague con muchos cafés del Tim Hortons y con muchos días como los de Grouse Mountain y Deep Cove!


Manos a la obra

¡A aprender, a viajar, a abrazar la interculturalidad y el fin de la rutina tediosa!


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