Juan Carlos García Valdés
El jueves 25 de mayo de 2013 mi
teléfono suena. Apenas contesto, una voz que no admite pausas ni interrupciones
me pregunta lo siguiente: “¿Estás interesado en una beca del gobierno del
Estado de México para ir un mes a Vancouver, Canadá, a practicar tu inglés?
Todos los gastos de traslado, hospedaje y clases estarán cubiertos por el
propio gobierno. Además te daremos 20 mil pesos para que compres recuerditos y
llaveros.
Mi respuesta es obvia: “No”.
“Pero tienes que decir que sí”,
señala la telefonista.
“No, dije que no”.
“Bueno, te ofreceré algo
invaluable. En ese viaje conocerás a Ingrid, Mayra y a Erick”.
La cosa así ya cambia: “Ahora
menos”.
No se crean. La verdad es que el
25 de mayo no fue jueves ni el diálogo fue exactamente como lo acabo de
mencionar, pero lo cierto es que el gobierno sí nos mandó a nosotros cuatro y a
seis bodoques más a la tierra de Rosalia, por un mes y con todo cubierto, y
ahora, a cuatro años y medio de haber engalanado con nuestra presencia a la
Columbia Británica, me di a la tarea de contactar a ya saben quién (mis amigos
Mayra, Erick e Ingrid) y preguntarles un poco por las secuelas del viaje.
Así las cosas, les mandé un
cuestionario con tres ejes rectores: el primero preguntaba sobre las
consecuencias mismas del viaje, el segundo sobre qué había sido lo mejor y lo
peor de nuestra estancia en Vancouver, académicamente hablando, y el tercero
sobre cuáles deberían de ser los requisitos a tomar en cuenta para seleccionar
a los estudiantes que forman parte de estos programas.
¡Se graba!
Como diría Fox… ¿y yo por qué?
Empecemos de atrás para adelante
y veamos qué tuvieron que decir nuestros amigos vancouverianos sobre los
requisitos a tomar en cuenta para ser seleccionados. Pues bien, no me queda más
que decir que se va a armar la gorda puesto que hay en las respuestas para
todos los gustos y para todos los sabores.
Mi buen amigo Erick, persona
inteligente, sencilla y leal donde las haya, se decanta por un enfoque
inclusivo: “Sinceramente, creo que cualquier alumno con un nivel A2 debe
recibir la oportunidad de estudiar inglés en el extranjero”.
Para Ingrid, a la que en el viaje
llamaba best friend y que me alegró
cada día canadiense, incluido ese en el que la paloma de Granville Island
decidió hacer de las suyas sobre todo mi bello ser, comenta: “Creo que las
estancias que paga el gobierno deberían estar enfocadas a practicar el inglés,
y no tanto para aprendizaje; se debería hacer una evaluación enfocada a
acreditar que se cuenta con los conocimientos básicos y dominio mínimo del idioma,
considerar las calificaciones de los estudiantes seleccionados, y pedir el
compromiso a los alumnos de traer resultados de la estancia, para que el viaje
sea significativo”.
Mayra, nuestra muy apreciada
amiga, experta de la danza y de la calidad humana, se sincera desde un primer
momento y por eso siempre me ha caído bien. “Cuando leí la primera pregunta (<<Cuatro
años y medio después de nuestro viaje, ¿qué tanto has avanzado en el inglés?
¿qué tanto lo practicas día a día?>>) solo me reí y por consiguiente las
demás fueron un poco y mucho de lo mismo; esta experiencia fue una recarga de
muchos sentimientos y para mí no es posible contestar como mis otros compañeros
amantes del inglés; y si no son amantes, por lo menos, interesados en el idioma”.
“Me atrevo mejor a contarte”,
continúa Mayra, “cómo fue que llegué a ser afortunada al obtener una beca
equivocada. Como todos sabemos, para obtener una beca como primer requisito es
tener un promedio elevado. (…) El primer requisito lo cumplía perfectamente, los
demás como certificaciones o constancias que avalaran estudios sobre inglés no
y sinceramente no sé cómo no hubo ningún problema”.
Y aquí voy a retomar algo
que me escribiste recientemente May: tal vez no hubo problema porque los
directivos de tu escuela no tenían ni idea de las características del viaje: “En
ocasiones como paso conmigo”, dice Mayra, “ni siquiera los directivos de
departamentos escolares tienen idea de tu destino final, pues cuando llevé
evidencia de la estancia se sorprendieron que hubiera ido a una escuela de
idiomas y no de danza”. A ti te tuvieron que haber enviado a la Academia del
Bolshói, pero eso habría sido triste, porque no nos hubiéramos conocido.
Si se cuenta con recursos
limitados, lo cual es el caso del gobierno, la pregunta que surge es ¿cómo
hacer la mejor selección de aprendices o usuarios del idioma? ¿Qué combinación
nos da más beneficios? En este sentido, Erick expresa lo siguiente: “El factor
determinante debe ser el promedio del alumno ya que refleja quizás no su
coeficiente, pero sí una actitud responsable”.
Me imagino amigo que ¿aquí nos
referimos al promedio de la materia de inglés o tomaríamos en cuenta el
promedio general del estudiante? ¿Qué pasa, por ejemplo, con lo que señala
Mayra? Ella, por lo que nos comparte, tenía un promedio elevado, pero su nivel
de inglés le dificultaba comunicarse en muchos casos e incluso indica en un
momento dado de nuestra comunicación: “Una vez estando en Canadá me sentía muy
inferior a todos ustedes, porque no tenía idea de lo que me hablaban y pocas
veces sabía qué contestar y con esto respondo a tu tercer pregunta: para mí, sí
es indispensable estar empapada de este idioma si es que quieres ir a otro país
y más si se te está dando todo el recurso económico, no al grado de dominarlo
pero sí, por lo menos, un nivel básico y lo más importante es estar interesado
por lo que vas a aprender”.
Créanme amigos que estoy entre la
espada y la pared, tratando de tomar en cuenta uno y otro argumento, de hilar,
de conectar y de no dejar a nadie fuera del partido. Y eso que toda la interacción
fue por escrito y en línea; si nos hemos reunido, nos agarramos como El Piojo y
Cristante y a ver quién nos detiene.
Mis alumnos proyectados a la potencia #100,000
No he sabido que mis estudiantes
participen en el programa vancouveriano, pero algunos sí han solicitado ser
parte de Proyecta 100,000 con resultados diversos. Están los que así se han ido
a distintos puntos del País de las Barras y las Estrellas y están también los
que lo han intentado varias veces sin que les hayan otorgado los recursos
correspondientes.
En una parte de su respuesta,
Erick dice: “Yo agregaría que para concluir la selección pidieran una
evaluación psicológica: no de un estudio psicométrico que tome el alumno, sino
a través de las observaciones de los maestros que han trabajado con él/ella.
Para determinar si se desenvolverá de manera responsable y que obtendrá los
mayores beneficios del viaje”.
El que escribe este blog, dueño
del nombre más bello de este mundo (es broma y anécdota de este viaje, no se la
vayan a creer; nuestro maestro en Vancouver: “Para finalizar la clase, quiero
decirles algo. Todos ustedes tienen nombres hermosos, pero nadie como – ahí
revisa la lista – Juan Carlos García Valdés”, jajajajaja) es, además de bloguero,
gruñón y rey de los pickies, docente
de inglés, y entonces cabría preguntarle, siguiendo el planteamiento de Erick:
“Mí mismo, ¿hubieras escogido a tus alumnos y alumnas que fueron a los United?” Respuesta salomónica: a unos sí
y a otros no, que es como decir que no estuvo mal la selección, pero que
dejaron en tierra a algunos delanteros y algunas delanteras de gran nivel.
Necesidades específicas
Ahora bien, ¿qué pasaría si nos
hubieran enviado no nada más a un curso de inglés general sino a uno mucho más
enfocado a nuestras necesidades específicas? Esto es lo que plantea Ingrid: “Sería
bueno que la estancia pudiera centrarse no sólo a ir a practicar el idioma,
sino quizá para el desarrollo de conocimientos, enfocado a la carrera que se
está estudiando, eso retroalimentaría en gran medida el viaje, y sería no sólo
con fines personales, sino de aportar algo a nuestro país, una vez concluida la
estancia”, que es, por ejemplo, lo que se busca con las becas de CONACYT.
Imagínate Mayra si en lugar de
que te metieran a un salón donde reinaba el verbo to be, te hubieran llevado a uno en el que los temas fueran
relacionados con la danza o que a ti, Ingrid, te hubieran buscado un curso
ligado al derecho internacional o que a Erick y a mí nos hubieran llevado a Tim
Hortons todos los días a degustar el café, las donas y los panquecitos (“de
hecho, sí fueron todos los días, par de comelones”) para poner a prueba que en
la Facultad de Lenguas había buena lengua y buen paladar.
Ahora que hablamos de necesidades
específicas, recuerdo como contraste las palabras de cierta persona que
trabajaba en la escuela de idiomas a la que llegamos (me reservo el nombre de
mi fuente): “Es que nos tienen sorprendidos; como venían de México y por parte
del gobierno, creímos que todos tenían un nivel básico, pero varios tienen un
nivel avanzado”. ¿Cómo hacer pues para empatar las visiones de los alumnos,
maestros, del gobierno e incluso del país receptor? Ya saben que en este blog
más que una respuesta firme y determinante, hay una apertura al diálogo y a las
ideas diversas. La educación es una conversación y en una conversación no se
impone, sino que se va confeccionando el tema hasta haberlo agotado o hasta
haberlo destruido o hasta hacer que resurja.
Coincidencia innegable
En algo sí coincidimos todos y es
en el hecho de que la estancia resultó muy corta, y no nos referimos aquí a la
estancia de mi casa, donde escribo esta entrada, sino al número de días
que permanecimos en Vancouver. Mayra comenta: “si no estás muy familiarizada
con el inglés; un mes es muy poco para aprenderlo en otro país” e Ingrid
remata: “sería bueno ponderar que la duración de las estancias sea mayor,
porque sólo así se aprovecha de manera significativa el viaje, y además se ve
reflejado un mayor aprendizaje; una duración de tres meses sería aceptable”.
Yo, en torno a este aspecto, ¿qué
les cuento? Que al principio despotriqué contra la ciudad de las playas y los
jardines botánicos, pero que ya al final no me quería regresar. Y en cuanto al
inglés, coincido con mis acompañantes de viaje: 30 días es nada, apenas un
atisbo o un esbozo.
Académicamente hablando, ¿qué fue lo mejor y qué fue lo peor de
Vancouver?
“Lo mejor”, comenta Ingrid, “fue
conocer otras técnicas de enseñanza, profesores de otro país, la
interculturalidad entre los alumnos que eran de distintas nacionalidades, y el
enriquecimiento cultural en las aulas y fuera de ellas con los compañeros”.
Para Mayra, “lo mejor de esta
estancia es haber convivido con personas muy interesantes y, sobre todo, todas
comprometidas por este idioma; reconozco que su conocimiento sí me incentivó a
querer aprender un poco más, sólo que entre mis intereses aún no lo veo
indispensable”.
Erick, que también es maestro de
inglés, como yo, revela: “Académicamente debo confesar que me robé algunas
dinámicas que usaba nuestro teacher (no puedo creer que ya no recuerde su
nombre). Me gustó mucho que siempre que era posible nos ponía a trabajar en
equipo y es algo que continúo haciendo con mis grupos”. A lo mejor para futuros
maestros de inglés, el viaje sí está que ni mandado a hacer, aunque yo recuerdo
haber ido a platicar con el director y con el coordinador del centro de idiomas
de la calle Nelson sobre lo ilógico que me parecía que al tener cafés,
restaurantes, cines y muchos otros lugares a cien metros a la redonda, todo se
llevara a cabo en el salón de clases.
Para mí, lo peor de Vancouver,
académicamente hablando, fue que las clases, en general, me parecieron tan
malas y monótonas como la mayoría de las clases en Mexicalpán de las Tunas, los
Duraznos y el Ajonjolí, con algunas excepciones muy loables. Desconozco si mis
interlocutores coincidan, pero al menos Ingrid cuenta una anécdota interesante,
que tal vez no haga referencia a la calidad de las clases en sí, pero sí a
factores que pueden influir en ellas.
“En lo personal me sucedió algo
curioso”, dice Ingrid. “En un inicio me ubicaron en un grupo de inglés
intermedio, (…) pero como los compañeros eran adolescentes, el profesor esencialmente
empleaba técnicas de juego, y no me sentía cómoda por ello, así que estuve una
semana en ese grupo. Después pedí que me cambiaran de grupo, a un nivel igual
intermedio, pero donde las clases eran más serias, sin tantos juegos, y con
compañeros que eran de mi edad; entonces aquí me sentí cómoda, pero acababa muy
rápido los ejercicios, y mi progreso fue muy rápido, así que el profesor
platicó conmigo, me dijo que veía que avanzaba muy rápido y consideró que era
mejor cambiarme de grupo, a un nivel de inglés avanzado, así que igual sólo
estuve una semana en ese grupo”.
O sea que no sólo tiene que ver
la selección de los alumnos, sino también el grupo al que llegues, sus
características, las dinámicas empleadas por el profesor, la interacción entre
los alumnos y muchos factores más, como, por ejemplo, la familia con la que te
toque hospedarte, pues las hay de 10 y las hay de vámonos mañana mismo.
La convivencia
Algo que no termina por
convencerme del todo de estos viajes a Vancouver y compañía, se los digo con
total honestidad, es que las nacionalidades literalmente llaman a los suyos, no
en todos los casos, pero sí en muchos. Me refiero al hecho de que los japoneses
se acaban juntando con los japoneses, los franceses mayoritariamente con los
franceses, los de Ecatepec con los de Ecatepec y los de Coacalco con Erick,
Mayra, Ingrid y conmigo. Por cierto, ¿dónde quedó el buen Víctor, mi roomie precisamente de Coacalco?
Por el contrario, el contacto con
los nativos del inglés es esporádico o fortuito. Muchos dirán, JC, pero ¿qué
dices?, si estaban en Canadá y con familias canadienses. Pues sí, pero con los
que convives principalmente es con los otros alumnos extranjeros y los miembros
de la familia de la casa donde uno se hospeda muchas veces no están o si están,
como mi adorada Rosalia, lo digo en serio, se la pasan cuatro o cinco horas
hablando por teléfono con sus familiares de la Toscana (Aun así Rosalia y a
pesar de las hormigas en la cocina, ¡cuánto te quise!!!).
My best friend forever and
ever lo señala con lujo de detalle: “Dejando de lado el tema académico,
creo que las experiencias más enriquecedoras las tuve fuera de las aulas, con
mi grupo de amigos, básicamente todos éramos mexicanos, pero el mayor
aprendizaje creo que lo tuve así, en un contexto de la vida real, donde haces
tu vida normal, y entonces ahí es donde verdaderamente aprendí, me enriquecí,
al conocer otra cultura, otra forma de vida y de pensar”.
Y ya que hablamos de mexicanos,
déjenme traigo a colación la anécdota de
cómo conocimos a otro mexicano más, precisamente en Canadá, pero proveniente de
nuestra misma ciudad, bueno, casi vecino de mi tía. ¡Qué pequeño es Edmundo!
(voz susurrante: “el mundo, no Edmundo”; pues yo tenía un compañero en la
primaria con ese name y era realmente
pequeño). Resulta que en la primera o segunda semana de nuestro viaje, tomamos
una de las excursiones de la escuela, ni más ni menos que a Lighthouse Park. La
travesía en autobús duró aproximadamente una hora y ya que estábamos ahí,
comenzamos a caminar hacia la costa. El paisaje para los que nunca han ido es
maravilloso. Y para los que ya fueron también es maravilloso; o sea, ni modo
que el parque esté cambiando sus veredas y sus vistas a razón de si uno es
cliente frecuente, visitante asiduo o vagabundo esporádico. ¡No me desvíen de
lo que les quiero relatar!
Mientras caminábamos, notamos que
cierta compañera no había escogido precisamente los mejores zapatos para un
lugar así. En fin, no le dimos mucha importancia. “Nos tardaremos un poco más”,
pensamos. “Eso será todo”. Y eso hubiera sido todo si la susodicha persona, que
no es ninguna de las invitadas del día de hoy, hubiera tenido la prudencia de
no subirse a las rocas junto al Océano Pacífico con sus megatacones, pero pues
hay días en los que uno amanece envalentonado y nuestra apreciada acompañante
dijo: “Agua va”, y literal, como si las olas se hubieran enfadado y el océano
enardecido, tan pronto como inició su travesía tan surrealista, el mar decidió
ponerla a prueba. Ella resbaló y casi se nos va, pero todavía alcanzó a soltar
un bellísimo: “Por lo menos salven mi iPad”, ante lo cual, parece ser que hubo
consenso unánime, si es que esto no es ya un pleonasmo.
Entre el desconcierto de algunos
y las sesiones de fotos de otros, que apenas si se inmutaron, de pronto nos
encontramos de frente con una persona alta y de acciones amables. Comenzamos a
hablar en inglés y resultó que era de México. Le pregunté la ciudad y resultó
que coincidíamos. Le pregunté el código postal y por poco es el mismo. Ahora es
un excelente amigo mío y no sólo valoro su calidad humana, sino también su
disposición para hablar siempre en inglés, pero no está de más, en otros casos,
no en este, claro está, seguir lo que dice Mayra: “Otro punto a resaltar es
que, si tienes la oportunidad de elegir el país y eres centroamericano o
sudamericano, elijas un país en el que los habitantes nativos de tu misma
lengua sean muy escasos, para que te sea imposible hablar tu lengua natal y te
obligues totalmente a comunicarte en inglés”. Afortunadamente nuestro nuevo
amigo vancouveriano/mexicano fue el primero en hablarnos siempre en inglés,
pero lo que dice Mayra es cierto. Mejor irse a Glasgow o Auckland, porque en el
metro de Vancouver los trending topics
son el último juego de Monarcas Morelia y la forma adecuada para preparar
cabrito.
¿Y a todo esto sí hubo avances o sólo mucho ruido y pocas nueces?
Mayra indica que el inglés y ella
no se llevan muy bien. Ingrid, mientras tanto, señala: “En el sector académico
sí lo he empleado, me refiero en concreto, cuando cursé una maestría que duró
dos años (del 2015 al 2017), sí lo empleé, principalmente para hacer algunas
investigaciones, y lo que puse en práctica fue la lectura”. No obstante, mi
abogada favorita puntualiza: “No considero que el viaje por sí solo haya tenido
un impacto significativo para que el día de hoy tenga un avance en el idioma;
creo que me he mantenido en el mismo nivel”.
Erick destaca la dificultad para
saber si ha avanzado o no: “Como maestro de inglés es difícil notar una
diferencia o avance, ya que lo uso todos los días, pero si lo pienso a
conciencia yo creo que sí. La única manera de probarlo sería saliendo de nuevo
al extranjero”.
Yo, mientras tanto, me inclino a
pensar que desde aquel entonces avancé mucho y, ciertamente, cambié mi manera
de practicar, priorizando una práctica mucho más comunicativa y libre.
¿Sale la apuesta?
¿Le salió la apuesta al gobierno
mexiquense al mandar a diez beldades a las cercanías de la peligrosísima Surrey
y a los alrededores de la impresentable calle Hastings? Van a decir que “a
quien le dan pan que llore” (yo ahora mismo me estoy comiendo una concha de
chocolate que Santa María), pero sabiendo lo que sé y habiendo visto lo que vi,
me decantaré por el no, como también optaría por la negativa si me preguntaran
sobre el famoso programa Proyecta 100,000.
“Lo bebido, lo bailado y lo
comido no te lo quita nadie” (pregúntenos por todo lo que nos empacamos en las 652
sucursales de Tim Hortons), y como experiencia personal y para hacer amigos
Vancouver acabo siendo muy grato. Sin embargo, en materia lingüística los
cambios producidos, al menos desde mi punto de vista, no ameritan la inversión.
Estancias más prolongadas, cursos
enfocados a necesidades específicas, menos aula y más Tim, y el diseño
estratégico de encuentros con nativos: todo esto podría contribuir a que cada
centavo invertido por el gobierno pudiera verse reflejado en niveles cada vez
más altos de inglés.
Por lo demás, la telefonista
seguirá marcando, a veces omitiendo a los que lo tienen como verdadero anhelo,
y la gran mayoría seguirá diciendo que sí, aunque esta vez la oferta no incluya
conocer a Mayra, Ingrid y Erick, con lo cual, me temo, y lo digo en serio, que
buena parte de las bondades del viaje no estarán ahí.
Y para los que piensan que el día
que el gobierno les dé una beca para irse un mes a Canadá, Estados Unidos o
Malta, ese día sí su inglés mejorará, me permito aconsejarles lo siguiente: pónganse
las pilas aquí mismo, en su país, y si el viaje llega, bienvenido y a
disfrutarlo; pero si no, tampoco es el fin del mundo.
Vancouver sí era el fin del mundo
o así me lo parecía cada tarde cuando subía por la Holdom Street hacia la casa
de Rosalia. “¿Qué habrá detrás de esas montañas? ¿Qué habrá si uno se sigue
derecho?”
Síganse derecho con su inglés, a
ver qué encuentran.
Agradecimientos
Gracias Ingrid, gracias Mayra,
gracias Erick, por su calidad humana y por sus aportaciones. Ha sido todo un
reto para mí escribir esta entrada y espero no haber dejado mucho afuera. ¡Que
Dios se los pague con muchos cafés del Tim Hortons y con muchos días como los
de Grouse Mountain y Deep Cove!
Manos a la obra
¡A aprender, a viajar, a abrazar
la interculturalidad y el fin de la rutina tediosa!
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