(Única entrevista en la historia de la humanidad que se fraguó en 2016,
se realizó en 2017 y se publicó en 2018)
Juan Carlos García Valdés
A estas alturas del partido,
nuestra entrevistada me debe odiar y no la culpo. “¿Para que fui a platicar con
Giancarlo si este ni publica lo que hablamos?”, supongo que se ha de preguntar
Belem Martínez, mi amiga quien, aquí entre nos, lo mismo habla inglés, francés
e italiano.
La entrevista se llevó a cabo el
4 de enero de 2017, el día de los disturbios y saqueos más graves que se hayan
registrado en la última década en nuestro país y antes de entrar de lleno al
diálogo, les cuento un poco sobre los momentos previos al encuentro.
El día (que no fue normal)
El miércoles cuatro de enero de
2017 no fue un día normal. El país empieza el año con una mezcla de ira e
incredulidad ante los gasolinazos, y el rumor de los saqueos y de la violencia
comienza a circular por las redes. En varios casos, el rumor se torna real.
El miércoles cuatro de enero de
2017 no fue un día típico. Normalmente mi agenda está llena de clases, pero
esta vez el momento estelar de la jornada es la plática que tengo con mi amiga
de la Facultad de Lenguas, Belem Martínez. En mi oficina repaso las preguntas
que le haré, pienso sobre aquello que quiero descubrir o confirmar y disfruto
de esa calma faltante en otras latitudes de nuestro estado y de nuestro país.
No fue un día normal el cuatro de
enero de 2017 porque cuando decido salir un momento de la oficina, una hora
antes de la entrevista, e ir por un helado que calme mi antojo y, quizás,
termine alimentando mi hambre, me encuentro no con la postal que me habían
pintado mis contactos sobre aquel día, sino con una imagen, mucho más personal
y seguramente mucho más triste. Me encuentro con un viejo tirado en la
banqueta, sin que nadie se detenga a ayudarlo.
El viejo está ahí, como les digo,
sucio de haber devuelto lo que se comió y débil ante la incertidumbre que causa
la enfermedad súbita, pero, sobre todo, la enfermedad recurrente. Decido no
entrar a la heladería y más bien regreso a la oficina, a escasos cinco minutos
caminando. Ahí junto un poco de papel higiénico, meto dos botellas de agua en
una bolsa y me dirijo nuevamente a la escena. El viejo sigue ahí y da tristeza
ver cómo partes del país se pueden organizar para vandalizar, pero no para
tenderle la mano a aquel que yace enfermo.
Cuando me acerco finalmente, él
acepta inmediatamente el papel y se limpia. Su voz carece de la fuerza de
aquellos que saquean, pero clama por ser escuchada, anhela las respuestas ante
la ineludible vulnerabilidad que experimenta. La primera entrevista/plática del
día no es precisamente con Belem, sino con el viejo de la calle Juárez. Cada
cuestionamiento mío viene sucedido por uno de él. “¿Qué comió?”, le espeto y el
después indaga: “¿Dónde podrían atenderme?”. “¿Qué tiene?”, “diabetes”, me
dice. “¿Tiene familia?”, “¿Dónde vive?”, le pregunto y él no deja de atizar: “¿Por
qué estoy así?”, “¿Por qué estoy así?”.
En los más de cuarenta minutos
que estoy junto al enfermo, a veces hincado, a veces en cuclillas, es triste
ver cómo sólo una persona se nos acerca para ver si todo está bien. Los demás
ni sus luces. Yo quisiera quedarme más tiempo, yo quisiera que sanara enfrente
de mí, pero sólo logro estabilizarlo relativamente. Si no me apuro, llego tarde
para la tertulia con mi amiga Belem.
La entrevista
Los sucesos del día nacional y
del día personal hacen que yo esté más sensible que en la mayoría de los
días. Inmediatamente nos adentramos en los recovecos del inglés en la familia
de mi amiga. “Mis hermanas y yo”, dice Belem, “estamos todo el tiempo hablando
en inglés. Yo creo que al principio empezó como una broma para que mi mamá no
entendiera”, lo cual me imagino perfectamente en esta gran amiga que sabe ser
antes que otra cosa un cúmulo de sonrisas y un torrente de planes para bromear,
molestar creativa y cómicamente, y reírse de las fallas del mundo, sin omitir
las fallas personales y las del prójimo (o sea yo o quien sea que esté
enfrente).
Su sentido del humor se alimenta
todos los días de comentarios, chistes y frases que va recolectando y en el
caso del inglés admite que la situación no es distinta. “Trato de tener mucho
input”, dice.
Yo a Belem Martínez siempre la vi
como a la amiga que no se cohibía y por eso me permito abordar con ella el tema
que muchos de mis alumnos me plantean una y otra vez. “Queremos hablar inglés”,
señalan, “pero nos da pena o miedo cómo nos voltean a ver”. La frase que muchos
han pensado, aunque casi todos la nieguen, sale en la conversación: “Este nopal
hablando inglés”, es lo que muchos piensan cuando ven a alguien intentándolo,
esforzándose y tratando de perder el miedo, incluso en las cafeterías o en los
restaurantes de nuestro país. Él busca ir venciendo sus temores y consolidar su
práctica y, más de una vez, es presa de las miradas reprobatorias de otros
comensales. Sin embargo, ante esto Belem parece tener el antídoto: “Llega el
momento en el que ya ni te fijas cómo te ven”.
Me atrevo a pensar amiga que tal
vez el éxito radique en esa peculiaridad que bien comentas: centrarnos en
nosotros mismos, pero no de una manera narcisista, sino como si,
inconscientemente, le otorgáramos un peso preponderante a nuestras fortalezas,
por muchas o pocas que sean, y desdeñáramos sabiamente las voces de la duda, la
negación, el odio y el resentimiento.
La au pair
Después de abordar el tema de la
pena, de pronto surge el caso de una amiga suya que hace algún tiempo no sabía
nada de alemán y que ahora radica en Deutschland cuidando querubines. Sobre ella dice una de
las traductoras más talentosas de mi generación: “Se fue hablando cero de
alemán”. Con el dinero que le dan, su amiga se está pagando solita la carrera
(estudia en línea) y pues a la afortunada, para que se mueva de un lado a otro,
la familia alemana no le dio para pagar la pesera del amor versión bávara, sino
nada más y nada menos que un Mercedes nuevo. ¡Qué bávaro, la verdad!
Hago aquí un paréntesis () para recomendarle
a mis alumnas que no descarten la au
paridad, incluso si su inglés no es bueno, si nunca han viajado o si por
ello tienen que interrumpir sus estudios en la Mickey Mouse University de sus
Dreams pues nunca saben si en las Twin Cities, en Sydney o en la Selva Negra de
Baden-Wurtemberg será donde puedan encontrar la oferta laboral de sus sueños,
al chico de sus sueños, su carro ideal o amistades internacionales que durarán
toda una vida. Incluso si no parlan nada de nada, ni pichan, ni cachan, ni
dejan batear, irse muy lejos (literalmente, no es mala onda) les ayudará “porque
tienes que hablar porque tienes que hablar”.
Buenos maestros y malos maestros
Si Krashen dice que la labor del
salón de clases es llevar al alumno al punto en el cual pueda empezar a usar el
mundo externo con fines de adquisición (Principles
and Practice in Second Language Acquisition), mi amiga Belem tiene muy
clara la labor del docente: “La labor del maestro es motivar” y añade que
“cuando te bloqueas, es muy gratificante tener un buen maestro” y me platica de
uno de sus grandes maestros, de quien dice: “Hasta la fecha yo todavía me
acuerdo de él”.
Coincido totalmente con mi amiga y
pido a la Comisión Nacional de Derechos Infrahumanos, al Movimiento Naranja y a
los Cenadores con “c” de “cenan mucho” (deberían de verme cómo le encajo el
diente a los huaraches últimamente) de este país que se eleve a categoría de
delito grave sin derecho a fianza el hecho de desperdiciar a un buen maestro.
Aquí en este país, “no obstante,
más, pero, sin embargo”, como diría uno de mis ex maestros de la Facultad que
amaba establecer el contraste en sus aseveraciones, si bien no calificaba para
ser parte de la lista destacada, me parece amiga, no sé si coincidas, que al
maestro cada vez se le respeta menos y se le valora también menos, lo cual es
una tragedia porque nos lleva a una educación totalmente autómata en la que lo
único que importa es el business y en
la que, a menudo, la decisión más importante de toda la carrera acaba siendo si
se arma el recorrido o si se potencia el huateque.
¡Cuántos alumnitos no hay que no pensaron ni una sola vez en toda su
estancia universitaria, pero a quienes les terminamos regalando el título para
no dejar, porque le echaron ganitas
las últimas cuatro semanas! Y, mientras tanto, todos fingen: fingen las
supuestas autoridades, la SEP, los padres de familia, los certificadores, los
maestros mismos, los gloriosos revisores del copy-paste, los galardonados de nada y hasta los invitados a la
ceremonia de degradación de la educación misma.
“Es tan horrible tener un maestro
malo”, lanza Belem, y yo estoy nuevamente de acuerdo, aunque ahora agregaría
que también es tan horrible tener un alumno malo y un plan de estudios malo y
una brújula totalmente desviada de lo que se pretende conseguir con el acto
educativo.
¡Madres… auxilio!
Ante esta realidad mediocre y
caótica, se esperaría que fueran los padres y las madres quienes tomaran la
batuta y condujeran a buen puerto la educación de sus vástagos, pero ahora nos
enteramos de casos en los que los fathercitos
y las mothercitas pus modernos y posmodernas dejan a sus
bebotes en el coche para irse al antro, al barecito y al café de moda.
Belem es, a su corta edad, (en su
momento le llegué a sacar tres años; ahorita no sé cómo esté la diferencia) una
madre que se distancia por completo de las irresponsabilidades y que aprovecha
su contexto multilingüe para que mi medio tocayo se vaya curtiendo en las
lenguas extranjeras. Recuerdo una vez que los visité y durante todo el tiempo
que estuve ahí, la tele siempre estuvo en lengua inglesa y los libros que uno
podía hojear estaban en el idioma de las palabras largas que se habla a orillas
del Rin y del Meno.
“Yo a mi hijo le pongo
caricaturas en inglés”, dice Belem, “y también muchas canciones”, y aunque no
falta el que lanza comentarios reprobatorios del tipo “Ay, estás educando a tu
hijo bilingüe” (mueca incluida), la estrategia parece brindar sus frutos, pues
su hijo ya se sabe los colores en inglés, muchos animales, varias partes del
cuerpo y distintos números y, a veces, hasta se aventura a combinar los idiomas
en oraciones que van más o menos del corte “me duele la nose”.
Belem acepta que prefiere que su
hijo aprenda las cosas “primero en inglés”. Finalmente, señala, “en la escuela
le van a hablar en español”, así es que ¿por qué no aprovechar el tiempo para
que vaya avanzando en una lengua a la que la mayoría se resiste.
El hijo de mi amiga parece no
verse afectado por esto:
-
Alles gut?
-
Sí.
Recomendaciones
Cuando le pido a la seguidora de
los blues que me ayude con ciertas
sugerencias para mis doce lectores (ya vamos mejorando), Belem nos da cátedra
de lo que se puede hacer bien para avanzar lo más rápido posible (y miren que
lo dice una gran aprendiz, así es que yo que ustedes paraba la oreja y
aplicaba).
En primer lugar, la traductora de
la nación amiga de Metepec hace hincapié en que tratemos de usar el idioma
fuera del salón de clases y que, en la medida de lo posible, nos esforcemos por
pensar en inglés.
De igual manera, y esta parte
créanme que me encantó, nos insta a que usemos el vocabulario que conozcamos.
“Lo que sepas, úsalo”, dice, y es verdad. ¡Cuántas veces no queremos ser Lord Byron
para empezar a hablar, lo cual sólo limita nuestro potencial y nuestro avance!
Otro de los consejos de esta
invitada de lujo es que practiquemos con algún tipo de situación específica.
Así, acotamos y aprendemos de forma más rápida.
Algo que no debería de ser
sorpresivo por como es Belem, pero que me toma un tanto desprevenido, es el
hecho de que se remite a su práctica con múltiples acentos. “A veces hablo en
sureño, a veces como negro, a veces británico y otras australiano. Eso sí.
Jamás he estado en Australia”, dice. Y agrega, como si en su mente estuviera el
deseo de abarcarlos todos: “¡Estados Unidos tiene tantos acentos!”.
Dentro de sus recomendaciones
surgen programas que tal vez no sean los más puros o estilizados, pero que,
como ella dice, nos permiten ver cómo hablan realmente los nativos del idioma
inglés. Algunos de los programas que menciona son: 16 & Pregnant (la
mayoría sureñas), Teen Mom e incluso Jersey Shore, en el que detecta chistes,
frases y dobles sentidos.
Ya sea por su trabajo o por sus
ocupaciones, Belem difícilmente ve los programas (“Sólo lo escucho; no lo
veo”), lo cual hace que tenga un muy buen listening.
“Mientras escuchas la tele o un podcast, entrenas tu oído”, remata.
Manos a la obra
Nuestra entrevistada del día de
hoy se las sabe de todas, todas: como aprendiz, como madre y como traductora.
Si queremos avanzar realmente, es preciso que hablemos en inglés la mayor
cantidad de tiempo posible, sin importar si esto lo hacemos con nuestros
familiares y amigos, dejar de pensar más de la cuenta en lo que opinan los
demás sobre nuestro nuevo idioma, atrevernos a viajar y a tomar las
oportunidades que se nos presentan, aprovechar a nuestros buenos maestros,
influir positivamente en los hijos (si ya se les tiene), no limitar la práctica
al salón de clases, usar lo que sepamos, acotar la práctica, divertirnos y
tratar de recibir mucho input.
¡Cuántas buenas ideas y cuántas
excelentes recomendaciones Belem Martínez! Simplemente alles sehr gut! Gracias amiga.
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sugerencia escribiendo al correo electrónico juan.garciavaldes@cadlenguas.com
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