jueves, 5 de abril de 2018

Las hermanas que se la pasaban hablando inglés, la au pair a la que le dieron el Mercedes y niños a los que les duele la nose


(Única entrevista en la historia de la humanidad que se fraguó en 2016, se realizó en 2017 y se publicó en 2018)

Juan Carlos García Valdés

A estas alturas del partido, nuestra entrevistada me debe odiar y no la culpo. “¿Para que fui a platicar con Giancarlo si este ni publica lo que hablamos?”, supongo que se ha de preguntar Belem Martínez, mi amiga quien, aquí entre nos, lo mismo habla inglés, francés e italiano.

La entrevista se llevó a cabo el 4 de enero de 2017, el día de los disturbios y saqueos más graves que se hayan registrado en la última década en nuestro país y antes de entrar de lleno al diálogo, les cuento un poco sobre los momentos previos al encuentro.


El día (que no fue normal)

El miércoles cuatro de enero de 2017 no fue un día normal. El país empieza el año con una mezcla de ira e incredulidad ante los gasolinazos, y el rumor de los saqueos y de la violencia comienza a circular por las redes. En varios casos, el rumor se torna real.

El miércoles cuatro de enero de 2017 no fue un día típico. Normalmente mi agenda está llena de clases, pero esta vez el momento estelar de la jornada es la plática que tengo con mi amiga de la Facultad de Lenguas, Belem Martínez. En mi oficina repaso las preguntas que le haré, pienso sobre aquello que quiero descubrir o confirmar y disfruto de esa calma faltante en otras latitudes de nuestro estado y de nuestro país.

No fue un día normal el cuatro de enero de 2017 porque cuando decido salir un momento de la oficina, una hora antes de la entrevista, e ir por un helado que calme mi antojo y, quizás, termine alimentando mi hambre, me encuentro no con la postal que me habían pintado mis contactos sobre aquel día, sino con una imagen, mucho más personal y seguramente mucho más triste. Me encuentro con un viejo tirado en la banqueta, sin que nadie se detenga a ayudarlo.

El viejo está ahí, como les digo, sucio de haber devuelto lo que se comió y débil ante la incertidumbre que causa la enfermedad súbita, pero, sobre todo, la enfermedad recurrente. Decido no entrar a la heladería y más bien regreso a la oficina, a escasos cinco minutos caminando. Ahí junto un poco de papel higiénico, meto dos botellas de agua en una bolsa y me dirijo nuevamente a la escena. El viejo sigue ahí y da tristeza ver cómo partes del país se pueden organizar para vandalizar, pero no para tenderle la mano a aquel que yace enfermo.

Cuando me acerco finalmente, él acepta inmediatamente el papel y se limpia. Su voz carece de la fuerza de aquellos que saquean, pero clama por ser escuchada, anhela las respuestas ante la ineludible vulnerabilidad que experimenta. La primera entrevista/plática del día no es precisamente con Belem, sino con el viejo de la calle Juárez. Cada cuestionamiento mío viene sucedido por uno de él. “¿Qué comió?”, le espeto y el después indaga: “¿Dónde podrían atenderme?”. “¿Qué tiene?”, “diabetes”, me dice. “¿Tiene familia?”, “¿Dónde vive?”, le pregunto y él no deja de atizar: “¿Por qué estoy así?”, “¿Por qué estoy así?”.

En los más de cuarenta minutos que estoy junto al enfermo, a veces hincado, a veces en cuclillas, es triste ver cómo sólo una persona se nos acerca para ver si todo está bien. Los demás ni sus luces. Yo quisiera quedarme más tiempo, yo quisiera que sanara enfrente de mí, pero sólo logro estabilizarlo relativamente. Si no me apuro, llego tarde para la tertulia con mi amiga Belem.


La entrevista

Los sucesos del día nacional y del día personal hacen que yo esté más sensible que en la mayoría de los días. Inmediatamente nos adentramos en los recovecos del inglés en la familia de mi amiga. “Mis hermanas y yo”, dice Belem, “estamos todo el tiempo hablando en inglés. Yo creo que al principio empezó como una broma para que mi mamá no entendiera”, lo cual me imagino perfectamente en esta gran amiga que sabe ser antes que otra cosa un cúmulo de sonrisas y un torrente de planes para bromear, molestar creativa y cómicamente, y reírse de las fallas del mundo, sin omitir las fallas personales y las del prójimo (o sea yo o quien sea que esté enfrente).

Su sentido del humor se alimenta todos los días de comentarios, chistes y frases que va recolectando y en el caso del inglés admite que la situación no es distinta. “Trato de tener mucho input”, dice.

Yo a Belem Martínez siempre la vi como a la amiga que no se cohibía y por eso me permito abordar con ella el tema que muchos de mis alumnos me plantean una y otra vez. “Queremos hablar inglés”, señalan, “pero nos da pena o miedo cómo nos voltean a ver”. La frase que muchos han pensado, aunque casi todos la nieguen, sale en la conversación: “Este nopal hablando inglés”, es lo que muchos piensan cuando ven a alguien intentándolo, esforzándose y tratando de perder el miedo, incluso en las cafeterías o en los restaurantes de nuestro país. Él busca ir venciendo sus temores y consolidar su práctica y, más de una vez, es presa de las miradas reprobatorias de otros comensales. Sin embargo, ante esto Belem parece tener el antídoto: “Llega el momento en el que ya ni te fijas cómo te ven”.

Me atrevo a pensar amiga que tal vez el éxito radique en esa peculiaridad que bien comentas: centrarnos en nosotros mismos, pero no de una manera narcisista, sino como si, inconscientemente, le otorgáramos un peso preponderante a nuestras fortalezas, por muchas o pocas que sean, y desdeñáramos sabiamente las voces de la duda, la negación, el odio y el resentimiento.


La au pair

Después de abordar el tema de la pena, de pronto surge el caso de una amiga suya que hace algún tiempo no sabía nada de alemán y que ahora radica en Deutschland  cuidando querubines. Sobre ella dice una de las traductoras más talentosas de mi generación: “Se fue hablando cero de alemán”. Con el dinero que le dan, su amiga se está pagando solita la carrera (estudia en línea) y pues a la afortunada, para que se mueva de un lado a otro, la familia alemana no le dio para pagar la pesera del amor versión bávara, sino nada más y nada menos que un Mercedes nuevo. ¡Qué bávaro, la verdad!

Hago aquí un paréntesis () para recomendarle a mis alumnas que no descarten la au paridad, incluso si su inglés no es bueno, si nunca han viajado o si por ello tienen que interrumpir sus estudios en la Mickey Mouse University de sus Dreams pues nunca saben si en las Twin Cities, en Sydney o en la Selva Negra de Baden-Wurtemberg será donde puedan encontrar la oferta laboral de sus sueños, al chico de sus sueños, su carro ideal o amistades internacionales que durarán toda una vida. Incluso si no parlan nada de nada, ni pichan, ni cachan, ni dejan batear, irse muy lejos (literalmente, no es mala onda) les ayudará “porque tienes que hablar porque tienes que hablar”.


Buenos maestros y malos maestros

Si Krashen dice que la labor del salón de clases es llevar al alumno al punto en el cual pueda empezar a usar el mundo externo con fines de adquisición (Principles and Practice in Second Language Acquisition), mi amiga Belem tiene muy clara la labor del docente: “La labor del maestro es motivar” y añade que “cuando te bloqueas, es muy gratificante tener un buen maestro” y me platica de uno de sus grandes maestros, de quien dice: “Hasta la fecha yo todavía me acuerdo de él”.

Coincido totalmente con mi amiga y pido a la Comisión Nacional de Derechos Infrahumanos, al Movimiento Naranja y a los Cenadores con “c” de “cenan mucho” (deberían de verme cómo le encajo el diente a los huaraches últimamente) de este país que se eleve a categoría de delito grave sin derecho a fianza el hecho de desperdiciar a un buen maestro.

Aquí en este país, “no obstante, más, pero, sin embargo”, como diría uno de mis ex maestros de la Facultad que amaba establecer el contraste en sus aseveraciones, si bien no calificaba para ser parte de la lista destacada, me parece amiga, no sé si coincidas, que al maestro cada vez se le respeta menos y se le valora también menos, lo cual es una tragedia porque nos lleva a una educación totalmente autómata en la que lo único que importa es el business y en la que, a menudo, la decisión más importante de toda la carrera acaba siendo si se arma el recorrido o si se potencia el huateque.

¡Cuántos alumnitos no hay que no pensaron ni una sola vez en toda su estancia universitaria, pero a quienes les terminamos regalando el título para no dejar, porque le echaron ganitas las últimas cuatro semanas! Y, mientras tanto, todos fingen: fingen las supuestas autoridades, la SEP, los padres de familia, los certificadores, los maestros mismos, los gloriosos revisores del copy-paste, los galardonados de nada y hasta los invitados a la ceremonia de degradación de la educación misma.

“Es tan horrible tener un maestro malo”, lanza Belem, y yo estoy nuevamente de acuerdo, aunque ahora agregaría que también es tan horrible tener un alumno malo y un plan de estudios malo y una brújula totalmente desviada de lo que se pretende conseguir con el acto educativo.


¡Madres… auxilio!

Ante esta realidad mediocre y caótica, se esperaría que fueran los padres y las madres quienes tomaran la batuta y condujeran a buen puerto la educación de sus vástagos, pero ahora nos enteramos de casos en los que los fathercitos y las mothercitas pus modernos y posmodernas dejan a sus bebotes en el coche para irse al antro, al barecito y al café de moda.

Belem es, a su corta edad, (en su momento le llegué a sacar tres años; ahorita no sé cómo esté la diferencia) una madre que se distancia por completo de las irresponsabilidades y que aprovecha su contexto multilingüe para que mi medio tocayo se vaya curtiendo en las lenguas extranjeras. Recuerdo una vez que los visité y durante todo el tiempo que estuve ahí, la tele siempre estuvo en lengua inglesa y los libros que uno podía hojear estaban en el idioma de las palabras largas que se habla a orillas del Rin y del Meno.

“Yo a mi hijo le pongo caricaturas en inglés”, dice Belem, “y también muchas canciones”, y aunque no falta el que lanza comentarios reprobatorios del tipo “Ay, estás educando a tu hijo bilingüe” (mueca incluida), la estrategia parece brindar sus frutos, pues su hijo ya se sabe los colores en inglés, muchos animales, varias partes del cuerpo y distintos números y, a veces, hasta se aventura a combinar los idiomas en oraciones que van más o menos del corte “me duele la nose”.

Belem acepta que prefiere que su hijo aprenda las cosas “primero en inglés”. Finalmente, señala, “en la escuela le van a hablar en español”, así es que ¿por qué no aprovechar el tiempo para que vaya avanzando en una lengua a la que la mayoría se resiste.

El hijo de mi amiga parece no verse afectado por esto:
-         
      Alles gut?
-          Sí.


Recomendaciones

Cuando le pido a la seguidora de los blues que me ayude con ciertas sugerencias para mis doce lectores (ya vamos mejorando), Belem nos da cátedra de lo que se puede hacer bien para avanzar lo más rápido posible (y miren que lo dice una gran aprendiz, así es que yo que ustedes paraba la oreja y aplicaba).

En primer lugar, la traductora de la nación amiga de Metepec hace hincapié en que tratemos de usar el idioma fuera del salón de clases y que, en la medida de lo posible, nos esforcemos por pensar en inglés.

De igual manera, y esta parte créanme que me encantó, nos insta a que usemos el vocabulario que conozcamos. “Lo que sepas, úsalo”, dice, y es verdad. ¡Cuántas veces no queremos ser Lord Byron para empezar a hablar, lo cual sólo limita nuestro potencial y nuestro avance!

Otro de los consejos de esta invitada de lujo es que practiquemos con algún tipo de situación específica. Así, acotamos y aprendemos de forma más rápida.

Algo que no debería de ser sorpresivo por como es Belem, pero que me toma un tanto desprevenido, es el hecho de que se remite a su práctica con múltiples acentos. “A veces hablo en sureño, a veces como negro, a veces británico y otras australiano. Eso sí. Jamás he estado en Australia”, dice. Y agrega, como si en su mente estuviera el deseo de abarcarlos todos: “¡Estados Unidos tiene tantos acentos!”.

Dentro de sus recomendaciones surgen programas que tal vez no sean los más puros o estilizados, pero que, como ella dice, nos permiten ver cómo hablan realmente los nativos del idioma inglés. Algunos de los programas que menciona son: 16 & Pregnant (la mayoría sureñas), Teen Mom e incluso Jersey Shore, en el que detecta chistes, frases y dobles sentidos.

Ya sea por su trabajo o por sus ocupaciones, Belem difícilmente ve los programas (“Sólo lo escucho; no lo veo”), lo cual hace que tenga un muy buen listening. “Mientras escuchas la tele o un podcast, entrenas tu oído”, remata.


Manos a la obra

Nuestra entrevistada del día de hoy se las sabe de todas, todas: como aprendiz, como madre y como traductora. Si queremos avanzar realmente, es preciso que hablemos en inglés la mayor cantidad de tiempo posible, sin importar si esto lo hacemos con nuestros familiares y amigos, dejar de pensar más de la cuenta en lo que opinan los demás sobre nuestro nuevo idioma, atrevernos a viajar y a tomar las oportunidades que se nos presentan, aprovechar a nuestros buenos maestros, influir positivamente en los hijos (si ya se les tiene), no limitar la práctica al salón de clases, usar lo que sepamos, acotar la práctica, divertirnos y tratar de recibir mucho input.

¡Cuántas buenas ideas y cuántas excelentes recomendaciones Belem Martínez! Simplemente alles sehr gut! Gracias amiga.

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