jueves, 19 de abril de 2018

Rendirse no es una opción (o La última y nos vamos)


 Juan Carlos García Valdés


Con esta entrada (#100) damos por finalizado el blog y qué mejor forma de ponerle la guinda al pastel (¿o cereza o uva o papaya?) que entrevistando a una de las personas que más admiro en este mundo: mi amiga Denise Arzate Arriaga (en otros mundos, todavía no sé muy bien a quién admiro; sería interesante investigar, pero aquí la admiro a ella).


El punto en común: el alemán

Conocí a Denise en el lejano 2009 cuando ambos empezamos la carrera de lenguas. Los dos teníamos algunas cosas en común, pero lo que, me parece, nos unió más fue que ambos (cada quien a su manera, como dice la canción) estábamos aprendiendo alemán.

Un buen día, Denise me dijo que terminando segundo semestre se iba a ir un año a Alemania. “Espérame un año Juan Carlos y, cuando regrese, seguimos la carrera juntos”, se atrevió a proponer. ¡Y qué bueno que no le hice caso porque todavía estaría esperando para reinscribirme! La condenada, dicho con mucho cariño, lleva más de ocho años por allá y de eso versa esta tertulia: de sus experiencias, de sus logros, de sus anécdotas y, por qué no, también de sus momentos difíciles en el país de Goethe, las salchichas, la precisión y el orden.


Tan pronto como empieza la plática…

…nos damos cuenta de algo: por más que seamos excelentes amigos, esta es la primera vez en esos ocho años que hacemos una videollamada. ¿Es necesario, me pregunto, desaprovechar tanto a nuestras amistades? ¿De verdad no hay tiempo a lo largo de casi 3,000 días como para hablar aunque sea una hora? No lo digo, por supuesto, como reclamo a mi entrevistada de lujo, sino como reflexión para ver si ya no me vuelve a pasar.

Tan pronto como empieza el diálogo también me doy cuenta de otra cosa. Ser entrevistador con Denise es fácil, créanme, puesto que con tan sólo una pregunta nos bastó para más de 40 minutos (bien pudo haber sido la entrevista uni-cuestión, pero mi curiosidad pudo más y sobre todo lo mucho que sabe y ha vivido nuestra interlocutora).


El primer año de Denise en Alemania

Recién llegada a la única e inigualable Deutschland, Denise se dedica al au-pairismo y admite lo siguiente: “El primer año no aprendí mucho”. Se refiere al idioma alemán. Su mayor contacto es con gente que habla inglés y dado que en Alemania la mayoría, sino es que todos, hablan la lengua del obladi-oblada life goes on bra, pues la situación parece ir viento en popa.

“Yo pensaba que me quedaba un año y me regresaba”, dice nuestra entrevistada. No obstante, todo esto cambia cuando decide que buscará quedarse en los dominios de Angela para estudiar su licenciatura (¡no importa que Juan Carlos se espere cinco o diez años para reinscribirse!). Es ahí, cuando todo toma otro cariz. “Cuando hice el examen para la universidad fue cuando me di cuenta de lo que me faltaba”.

Si quería ingresar a la uni, Denise debía tener un nivel C1 y por lo menos B2 para comenzar el curso propedéutico, pero los resultados no fueron nada alentadores: “Fui a una escuela privada para hacer el examen y saqué un nivel B1 de panzazo. Fue ahí donde me cayó el 20” (¿por qué se dirá el 20 y no el 22 o el 28.5?)


Rendirse no es una opción

Denise decide que lo va a lograr y se pone a estudiar y a repasar como si no hubiera mañana (así como muchos de mis alumnos y lectores… ajá, sí, cómo no… ¿y su nieve?). Va a un curso intensivo. Cuatro horas todos los días. “Me quedaba un mes para tener nivel B2”. Se compra un libro de preparación que habla sobre lo que se tiene que hacer para tener dicho nivel. Redacta un texto todos los días y pide que alguien se lo corrija. Se aprende las reglas gramaticales y no les voy a decir lo que pasó porque prefiero que sea ella misma quien se los diga: “En el mes que me quedó, de alguna manera lo logré”.

Apreciados lectores, ¿no podrían acaso hacer lo mismo con su inglés? Fijarse una meta y darse un plazo de un mes. Si están en A1, tienen un mes para llegar a A2; si están en A2, tienen uno para llegar a B1 y así sucesivamente. A veces no faltan metas, sino plazos, deadlines, puntos de no retorno.


Apenas un paso de muchos

Denise nos cuenta que llegar al nivel recién mencionado fue sólo una de tantas etapas por las que tuvo que transitar. “Empecé el curso en octubre, de lunes a viernes, cinco horas diarias. Antes tuve que ver cómo pagarlo. Tuve que ahorrar. Los demás cursos son gratis, pero este no. Si no paso este examen este semestre, es mi última oportunidad. O lo paso o me despido de Alemania”.

Esto hizo que Denise se comprometiera todavía más. “La verdad sí era pesado. No era una clase divertida. Te enseñaban todo lo que no sabías: escribir de manera científica, leer textos de investigación. Te entrenaban mucho con las lecturas y que te fueras acostumbrando a escuchar a alguien hablar durante una hora y media en alemán. Te enseñaban a discutir y a defender tus puntos de vista. Teníamos que opinar sobre lo que pasaba en las noticias”.

El curso duró de octubre a finales de febrero y después nuestra entrevistada hizo su examen. Dos semanas después le daban su resultado. “Esos meses fue cuando más aprendí. Me hice el propósito de dejar de hablar con todos en inglés. Lo que me ayudaba mucho era ver películas que ya conocía, en alemán con subtítulos en alemán”.

“Recuerdo”, dice Denise, “que al principio, cada vez que entregaba mi escrito, me lo regresaban con todo rojo y después se fue viendo menos rojo y menos rojo, hasta que al final ya sólo habían dos cosas que corregir”. El resultado de todo esto: “Pasé el examen en el primer intento”.

¿Y ustedes, apreciados lectores, cuántos rojos han recibido últimamente?


 Siguiente etapa

“Ahora había que ver si me aceptaban en la universidad. Tenía seis meses para ello. Hice el proceso en dos universidades de Colonia y en las dos me aceptaron. Ya que supe, yo era la más feliz del mundo”.

Sin embargo, no todo iba a ser downhill from there. “La primera semana en la universidad fue otra cubetada de agua. Fue difícil acoplarme a estudiar en Alemania. Los términos de neurología (Denise estudió terapia del lenguaje), por ejemplo, eran los que más me costaban. El diccionario se convirtió en mi mejor amigo”.

Llegó el momento del primer examen y ella se preparó como nunca antes. “Me hice una respuesta imaginaria. Para que no me faltara ninguna “n” ni ninguna declinación. Cuando llegué al examen, sin embargo, sí eran los temas, pero no había ninguna de las preguntas que me había imaginado. Me dio tanto pánico que me bajó la presión. El examen se trataba de que dieras una opinión. Era, en otras palabras, examen del tema y examen de mis cualidades para escribir en alemán. La primera pregunta estaba difícil. Me dije: <<bueno, vamos a pasar a la siguiente hoja, a la tercera, a la última, no, pues nada>>. Me levanté, entregué el examen en blanco y dije: <<nunca voy a acabar esto, no sé para qué me metí>>. No pasé el examen”.

“El clima, nevaba, todo era deprimente. Nunca lo voy a pasar, nunca voy a acabar. Yo me conformaba con pasarlo”, cuenta Denise. “Eso de sacar buena calificación se quedó en la última de mis prioridades. El primer semestre pasé cuatro materias y tuve que repetir dos. Y entonces me hice una promesa: O pasas todas o ya dejas de perder el tiempo”.

“Me la pasé estudiando todas las vacaciones”, continúa. “Tenía prácticas en el consultorio y poco a poco dejé de tener miedo de hablar. Encontré otro trabajo en el que sólo hablaba en alemán. Me compré muchos audiolibros. Me compré libros que yo ya conocía, en alemán. Para mi vocabulario me ayudó, precisamente, leer libros que ya conocía o ver cosas que ya conocía. Anotaba muchas maneras de escribir una conclusión o frases que pudiera usar en trabajos de investigación. La clave era no hablar en otro idioma que no fuera alemán”.

“Con el paso de los semestres fui mejorando. Lo que yo estudié no es difícil. No es como estudiar mecánica o física. En realidad son pocas las cosas que te tienes que aprender de cajón para hacer tu trabajo. Lo demás es creativo. Mi shock era el siguiente: a un amigo le da lo mismo que diga tres cosas mal de diez, pero ya como terapeuta del lenguaje, eso significaba mucha presión”.


Breve paréntesis y una disculpa

Entre más avanza la entrada menos me meto en lo que dice Denise. Lo siento. Han de pensar que así mi trabajo de bloguero es bien fácil, a piece of cake, como quitarle un dulce a un niño o una final al Cruz Azul, pero es que lo que dice nuestra guest no tiene desperdicio y no quiero que se pierdan de nada, absolutamente de nada. Estoy convencido de que una frase de Denise puede ser el despertar de algún lector, el hecho de ver que, a pesar de las dificultades, se puede avanzar y se pueden conseguir las metas que uno se propone. Por eso yo, esta vez, calladito me veo más bonito (aunque yo siempre me veo bonito jajajaja).


El cambio

Denise señala lo siguiente: “Mi problema fue en los primeros dos semestres, que fue cuando tuve a los maestros más exigentes”. En aquel entonces, agrega, “me gustaba mucho ir a las clases de la Facultad de Medicina porque ahí es donde los términos eran más parecidos al latín”.

La viajante por excelencia (conoce medio mundo, se los aseguro) nos cuenta que algunos de los exámenes eran en el auditorio. “Te proyectaban la pregunta por 45 segundos y luego tenías 45 segundos para anotar tu respuesta. <<¿Y si no entiendo una pregunta?>>", es algo que le preocupaba a mi amiga. Como no era nativa del alemán, le permitían hacer los exámenes con un diccionario. Y me comparte con gran alegría: “Me di cuenta de que no tuve que usar el diccionario una sola vez. Ahí empezó a mejorar mi autoestima. Me relajé”.


La clave del éxito y del progreso

Es en esta parte de la conversación en la que siento que todas las lecciones que Denise nos ha podido brindar, que son muchas, se condensan en la que tal vez sea la clave más importante para mejorar en el idioma alemán, en el idioma inglés y probablemente en casi todo lo demás, incluida la matatena y la escritura de blogs que nadie lee: “Me relajé”, reitera. “Si no me entendieron lo que dije, pues ya me preguntarán. Yo no soy nativa, bastante hago con ya hablarlo como lo hablo”, y esto obviamente se reflejó en sus calificaciones, que empezaron a ser buenas.

“Dejé de tener miedo de escribir algo mal. Me valió escribir al revés, al derecho, pero intentaba escribir todo lo que sabía. Dejó de preocuparme si era con doble “s” o con una. Me concentré más en el contenido que en la forma. No lo sabía perfectamente, pero era algo bien aprendido, con un par de faltas de ortografía. En mis presentaciones me sentía más segura de hablar”, dice mi amiga de Colonia.

Lo anterior me hace reflexionar sobre mis propios procesos de aprendizaje y, aún más, sobre el proceso de aprendizaje de mis alumnos. ¿Cuántas veces no nos hace falta relajarnos? Relajarnos para aprender y para disfrutar el proceso. ¿Cuántas veces no nos hace falta que nos valga un poco? El problema es que a menudo nos pasamos y termina valiéndonos mucho. ¿Cuántas veces no nos preocupamos de más cuando lo que de verdad deberíamos de hacer sería ocuparnos en practicar? ¡Es momento de abandonar la idea de la perfección y adoptar la idea de la mejora continua!


Au pairs

En la parte final de la entrevista le pregunto sobre su experiencia cuidando bebés y niños. Pienso en mis alumnas y en lo genial que sería que se fueran uno o dos años a Frankfurt, Karlsruhe o al famosísimo Vaihingen an der Enz a cuidar bodoques. Denise me dice que la au pair no tiene necesidad de hablar alemán y que con un nivel A1 (poder pedir en un restaurante, los números, etc.) puede ser suficiente. Sin embargo, ella recomienda que quien quiera irse a Alemania tenga un nivel de alemán superior a A1, especialmente si los bodoques ya están más grandecitos.

“Los bebés no hablan, pero no es lo mismo ir con niños. Ellos no van a decir: <<Ay, pobrecita, le voy a hablar lento o con las palabras correctas>>. Los niños no se tientan el corazón” y el problema es que (si no tienes un nivel aceptable) y “quieres poner una regla, pues no la puedes poner”.


¿Y su inglés?

Finalmente, me entra la curiosidad por conocer, ante tanto alemán en su vida, el estado de su inglés y me cuenta que también trabaja como redactora en línea (bueno, pues… ¿a qué hora descansas my friend?) y que ahí prácticamente toda la comunicación es en lengua inglesa. Aunado a lo anterior, sigue viendo películas en inglés y sus libros también los lee en dicho idioma. Además, “el contacto con mis amigos de Corea es en inglés” (¡ven!… ¡eso de tener amigos más allá de la colonia Sánchez funciona para los idiomas!)

No omito la historia de cómo consiguió el trabajo porque creo que extrapolando un poco, podemos llevarnos también una lección muy valiosa. “Un día”, dice quien por segundo nombre lleva el de Alejandra, “vi un anuncio de que se buscaba a alguien cuya lengua materna fuera el español y a quien le gustaran las compras en línea”. Mi amiga, por supuesto se reconoció de inmediato. “Si sabías de WordPress, eso mejoraba tus posibilidades”.

Ese mismo día se puso en contacto y aunque no tenía conocimientos de WordPress, hizo lo que cualquier persona del mundou modernou hubiera hecho: ir a YouTube y verse el tutorial. El problema fue que le agendaron la entrevista para el siguiente día y, como pudo, se las arregló para mostrarles que sabía algo de WordPress o que, al menos, tenía potencial. Por eso, admiro a mi amiga: porque ante los obstáculos y las adversidades se crece. “De alguna manera, me contrataron. Tal vez por mi creatividad”.

La lección WordPress podría ser, precisamente, esa. Si no saben algo en inglés, vayan a YouTube, vayan a WordReference o a Wikipedia o a cualquier otro sitio y busquen, indaguen, no se esperen a que sea su maestro quien les enseñe todo (yo y todos los maestros de este world también necesitamos tiempo para tomarnos una cerveza, para leernos un buen libro y para estar descubriendo nuevos filtritos en Snapchat, sobre todo esto último). A veces, por gusto o por necesidad, tenemos que ser t-shirts (¿o será teachers???) de nosotros mismos y en los idiomas esta habilidad es relevante y prácticamente inexorable (“¿y eso qué es t-shirt?” Respuesta: indaguen, indaguen, nunca dejen de in-dagar, incluso en su propio idioma).


Ya para despedirnos…

Denise se sincera y me suelta un “me gusta más tu blog que lo que escribías de teatro” y, la verdad, coincido con mi extraordinaria amiga, pero todo llega a su fin, no hay mal que dure cien años, ni blog mío que dure más de cien entradas, y es de esta manera en la que me despido de ustedes lectores empedernidos y lectores esporádicos, pequeña inglesita, Lesly y los pollitos, Paquillo, salsita Lc, la misma Denise, miss América K., entrevistados y entrevistadas, y de cada uno de los más de cuatro lectores que logré tener.

No es verdad, no fueron cuatro lectores, sino seis o no sé cuántos, pero bueno, ya vamos para las 18 mil páginas vistas y eso me tiene feliz; un pequeño paso para el hombre que escribe estas entradas, pero un gran salto si se toma en cuenta que antes mis ideas se quedaban en el cofrecito de los pensamientos.

Cuando le pregunto a Denise por qué le gusta más mi blog que mis obras, responde: “Porque hay más de tu esencia aquí que en lo que escribías antes”, y creo que es por eso mismo, amiga, que hoy pongo el punto final y me concentro en nuevas tareas y en nuevos proyectos: porque no quiero repetirme, porque ya he dicho lo que tenía que decir y porque lo he disfrutado tanto, tanto, que no quiero que me empiece a pesar.


Manos a la obra

Nuestra última entrevistada nos ha demostrado que con disciplina y con trabajo duro, muchas cosas son posibles. Para ella eso significó, entre otras cosas, aprender alemán y poder hablarlo muy bien. Y para ustedes eso podría significar aprender inglés y gozar de muchas oportunidades (becas, estudios en el extranjero, un mejor trabajo, viajar, etc.).

Si ya han pensado que aprender inglés es imposible, si ya tiraron la toalla o están a punto de tirarla, recuerden por todo lo que nuestra entrevistada de lujo tuvo que pasar, dense una oportunidad más y relájense. Dejen de verlo como algo aburrido o monótono o imposible y conviertan su sueño de aprender la lengua más hablada del mundo en algo real.

Espero que las palabras de Denise los motiven y los hagan reflexionar y también deseo que todas estas entradas, o algunas aunque sea, o una, o medio párrafo por lo menos, hayan contribuido a que su aprendizaje cambiará para bien.

¡Fue un placer compartir con ustedes estos poco más de dos años! ¡No dejen de aprender, no dejen de leer y no dejen de practicar!

Me voy. Punto final.

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jueves, 5 de abril de 2018

Las hermanas que se la pasaban hablando inglés, la au pair a la que le dieron el Mercedes y niños a los que les duele la nose


(Única entrevista en la historia de la humanidad que se fraguó en 2016, se realizó en 2017 y se publicó en 2018)

Juan Carlos García Valdés

A estas alturas del partido, nuestra entrevistada me debe odiar y no la culpo. “¿Para que fui a platicar con Giancarlo si este ni publica lo que hablamos?”, supongo que se ha de preguntar Belem Martínez, mi amiga quien, aquí entre nos, lo mismo habla inglés, francés e italiano.

La entrevista se llevó a cabo el 4 de enero de 2017, el día de los disturbios y saqueos más graves que se hayan registrado en la última década en nuestro país y antes de entrar de lleno al diálogo, les cuento un poco sobre los momentos previos al encuentro.


El día (que no fue normal)

El miércoles cuatro de enero de 2017 no fue un día normal. El país empieza el año con una mezcla de ira e incredulidad ante los gasolinazos, y el rumor de los saqueos y de la violencia comienza a circular por las redes. En varios casos, el rumor se torna real.

El miércoles cuatro de enero de 2017 no fue un día típico. Normalmente mi agenda está llena de clases, pero esta vez el momento estelar de la jornada es la plática que tengo con mi amiga de la Facultad de Lenguas, Belem Martínez. En mi oficina repaso las preguntas que le haré, pienso sobre aquello que quiero descubrir o confirmar y disfruto de esa calma faltante en otras latitudes de nuestro estado y de nuestro país.

No fue un día normal el cuatro de enero de 2017 porque cuando decido salir un momento de la oficina, una hora antes de la entrevista, e ir por un helado que calme mi antojo y, quizás, termine alimentando mi hambre, me encuentro no con la postal que me habían pintado mis contactos sobre aquel día, sino con una imagen, mucho más personal y seguramente mucho más triste. Me encuentro con un viejo tirado en la banqueta, sin que nadie se detenga a ayudarlo.

El viejo está ahí, como les digo, sucio de haber devuelto lo que se comió y débil ante la incertidumbre que causa la enfermedad súbita, pero, sobre todo, la enfermedad recurrente. Decido no entrar a la heladería y más bien regreso a la oficina, a escasos cinco minutos caminando. Ahí junto un poco de papel higiénico, meto dos botellas de agua en una bolsa y me dirijo nuevamente a la escena. El viejo sigue ahí y da tristeza ver cómo partes del país se pueden organizar para vandalizar, pero no para tenderle la mano a aquel que yace enfermo.

Cuando me acerco finalmente, él acepta inmediatamente el papel y se limpia. Su voz carece de la fuerza de aquellos que saquean, pero clama por ser escuchada, anhela las respuestas ante la ineludible vulnerabilidad que experimenta. La primera entrevista/plática del día no es precisamente con Belem, sino con el viejo de la calle Juárez. Cada cuestionamiento mío viene sucedido por uno de él. “¿Qué comió?”, le espeto y el después indaga: “¿Dónde podrían atenderme?”. “¿Qué tiene?”, “diabetes”, me dice. “¿Tiene familia?”, “¿Dónde vive?”, le pregunto y él no deja de atizar: “¿Por qué estoy así?”, “¿Por qué estoy así?”.

En los más de cuarenta minutos que estoy junto al enfermo, a veces hincado, a veces en cuclillas, es triste ver cómo sólo una persona se nos acerca para ver si todo está bien. Los demás ni sus luces. Yo quisiera quedarme más tiempo, yo quisiera que sanara enfrente de mí, pero sólo logro estabilizarlo relativamente. Si no me apuro, llego tarde para la tertulia con mi amiga Belem.


La entrevista

Los sucesos del día nacional y del día personal hacen que yo esté más sensible que en la mayoría de los días. Inmediatamente nos adentramos en los recovecos del inglés en la familia de mi amiga. “Mis hermanas y yo”, dice Belem, “estamos todo el tiempo hablando en inglés. Yo creo que al principio empezó como una broma para que mi mamá no entendiera”, lo cual me imagino perfectamente en esta gran amiga que sabe ser antes que otra cosa un cúmulo de sonrisas y un torrente de planes para bromear, molestar creativa y cómicamente, y reírse de las fallas del mundo, sin omitir las fallas personales y las del prójimo (o sea yo o quien sea que esté enfrente).

Su sentido del humor se alimenta todos los días de comentarios, chistes y frases que va recolectando y en el caso del inglés admite que la situación no es distinta. “Trato de tener mucho input”, dice.

Yo a Belem Martínez siempre la vi como a la amiga que no se cohibía y por eso me permito abordar con ella el tema que muchos de mis alumnos me plantean una y otra vez. “Queremos hablar inglés”, señalan, “pero nos da pena o miedo cómo nos voltean a ver”. La frase que muchos han pensado, aunque casi todos la nieguen, sale en la conversación: “Este nopal hablando inglés”, es lo que muchos piensan cuando ven a alguien intentándolo, esforzándose y tratando de perder el miedo, incluso en las cafeterías o en los restaurantes de nuestro país. Él busca ir venciendo sus temores y consolidar su práctica y, más de una vez, es presa de las miradas reprobatorias de otros comensales. Sin embargo, ante esto Belem parece tener el antídoto: “Llega el momento en el que ya ni te fijas cómo te ven”.

Me atrevo a pensar amiga que tal vez el éxito radique en esa peculiaridad que bien comentas: centrarnos en nosotros mismos, pero no de una manera narcisista, sino como si, inconscientemente, le otorgáramos un peso preponderante a nuestras fortalezas, por muchas o pocas que sean, y desdeñáramos sabiamente las voces de la duda, la negación, el odio y el resentimiento.


La au pair

Después de abordar el tema de la pena, de pronto surge el caso de una amiga suya que hace algún tiempo no sabía nada de alemán y que ahora radica en Deutschland  cuidando querubines. Sobre ella dice una de las traductoras más talentosas de mi generación: “Se fue hablando cero de alemán”. Con el dinero que le dan, su amiga se está pagando solita la carrera (estudia en línea) y pues a la afortunada, para que se mueva de un lado a otro, la familia alemana no le dio para pagar la pesera del amor versión bávara, sino nada más y nada menos que un Mercedes nuevo. ¡Qué bávaro, la verdad!

Hago aquí un paréntesis () para recomendarle a mis alumnas que no descarten la au paridad, incluso si su inglés no es bueno, si nunca han viajado o si por ello tienen que interrumpir sus estudios en la Mickey Mouse University de sus Dreams pues nunca saben si en las Twin Cities, en Sydney o en la Selva Negra de Baden-Wurtemberg será donde puedan encontrar la oferta laboral de sus sueños, al chico de sus sueños, su carro ideal o amistades internacionales que durarán toda una vida. Incluso si no parlan nada de nada, ni pichan, ni cachan, ni dejan batear, irse muy lejos (literalmente, no es mala onda) les ayudará “porque tienes que hablar porque tienes que hablar”.


Buenos maestros y malos maestros

Si Krashen dice que la labor del salón de clases es llevar al alumno al punto en el cual pueda empezar a usar el mundo externo con fines de adquisición (Principles and Practice in Second Language Acquisition), mi amiga Belem tiene muy clara la labor del docente: “La labor del maestro es motivar” y añade que “cuando te bloqueas, es muy gratificante tener un buen maestro” y me platica de uno de sus grandes maestros, de quien dice: “Hasta la fecha yo todavía me acuerdo de él”.

Coincido totalmente con mi amiga y pido a la Comisión Nacional de Derechos Infrahumanos, al Movimiento Naranja y a los Cenadores con “c” de “cenan mucho” (deberían de verme cómo le encajo el diente a los huaraches últimamente) de este país que se eleve a categoría de delito grave sin derecho a fianza el hecho de desperdiciar a un buen maestro.

Aquí en este país, “no obstante, más, pero, sin embargo”, como diría uno de mis ex maestros de la Facultad que amaba establecer el contraste en sus aseveraciones, si bien no calificaba para ser parte de la lista destacada, me parece amiga, no sé si coincidas, que al maestro cada vez se le respeta menos y se le valora también menos, lo cual es una tragedia porque nos lleva a una educación totalmente autómata en la que lo único que importa es el business y en la que, a menudo, la decisión más importante de toda la carrera acaba siendo si se arma el recorrido o si se potencia el huateque.

¡Cuántos alumnitos no hay que no pensaron ni una sola vez en toda su estancia universitaria, pero a quienes les terminamos regalando el título para no dejar, porque le echaron ganitas las últimas cuatro semanas! Y, mientras tanto, todos fingen: fingen las supuestas autoridades, la SEP, los padres de familia, los certificadores, los maestros mismos, los gloriosos revisores del copy-paste, los galardonados de nada y hasta los invitados a la ceremonia de degradación de la educación misma.

“Es tan horrible tener un maestro malo”, lanza Belem, y yo estoy nuevamente de acuerdo, aunque ahora agregaría que también es tan horrible tener un alumno malo y un plan de estudios malo y una brújula totalmente desviada de lo que se pretende conseguir con el acto educativo.


¡Madres… auxilio!

Ante esta realidad mediocre y caótica, se esperaría que fueran los padres y las madres quienes tomaran la batuta y condujeran a buen puerto la educación de sus vástagos, pero ahora nos enteramos de casos en los que los fathercitos y las mothercitas pus modernos y posmodernas dejan a sus bebotes en el coche para irse al antro, al barecito y al café de moda.

Belem es, a su corta edad, (en su momento le llegué a sacar tres años; ahorita no sé cómo esté la diferencia) una madre que se distancia por completo de las irresponsabilidades y que aprovecha su contexto multilingüe para que mi medio tocayo se vaya curtiendo en las lenguas extranjeras. Recuerdo una vez que los visité y durante todo el tiempo que estuve ahí, la tele siempre estuvo en lengua inglesa y los libros que uno podía hojear estaban en el idioma de las palabras largas que se habla a orillas del Rin y del Meno.

“Yo a mi hijo le pongo caricaturas en inglés”, dice Belem, “y también muchas canciones”, y aunque no falta el que lanza comentarios reprobatorios del tipo “Ay, estás educando a tu hijo bilingüe” (mueca incluida), la estrategia parece brindar sus frutos, pues su hijo ya se sabe los colores en inglés, muchos animales, varias partes del cuerpo y distintos números y, a veces, hasta se aventura a combinar los idiomas en oraciones que van más o menos del corte “me duele la nose”.

Belem acepta que prefiere que su hijo aprenda las cosas “primero en inglés”. Finalmente, señala, “en la escuela le van a hablar en español”, así es que ¿por qué no aprovechar el tiempo para que vaya avanzando en una lengua a la que la mayoría se resiste.

El hijo de mi amiga parece no verse afectado por esto:
-         
      Alles gut?
-          Sí.


Recomendaciones

Cuando le pido a la seguidora de los blues que me ayude con ciertas sugerencias para mis doce lectores (ya vamos mejorando), Belem nos da cátedra de lo que se puede hacer bien para avanzar lo más rápido posible (y miren que lo dice una gran aprendiz, así es que yo que ustedes paraba la oreja y aplicaba).

En primer lugar, la traductora de la nación amiga de Metepec hace hincapié en que tratemos de usar el idioma fuera del salón de clases y que, en la medida de lo posible, nos esforcemos por pensar en inglés.

De igual manera, y esta parte créanme que me encantó, nos insta a que usemos el vocabulario que conozcamos. “Lo que sepas, úsalo”, dice, y es verdad. ¡Cuántas veces no queremos ser Lord Byron para empezar a hablar, lo cual sólo limita nuestro potencial y nuestro avance!

Otro de los consejos de esta invitada de lujo es que practiquemos con algún tipo de situación específica. Así, acotamos y aprendemos de forma más rápida.

Algo que no debería de ser sorpresivo por como es Belem, pero que me toma un tanto desprevenido, es el hecho de que se remite a su práctica con múltiples acentos. “A veces hablo en sureño, a veces como negro, a veces británico y otras australiano. Eso sí. Jamás he estado en Australia”, dice. Y agrega, como si en su mente estuviera el deseo de abarcarlos todos: “¡Estados Unidos tiene tantos acentos!”.

Dentro de sus recomendaciones surgen programas que tal vez no sean los más puros o estilizados, pero que, como ella dice, nos permiten ver cómo hablan realmente los nativos del idioma inglés. Algunos de los programas que menciona son: 16 & Pregnant (la mayoría sureñas), Teen Mom e incluso Jersey Shore, en el que detecta chistes, frases y dobles sentidos.

Ya sea por su trabajo o por sus ocupaciones, Belem difícilmente ve los programas (“Sólo lo escucho; no lo veo”), lo cual hace que tenga un muy buen listening. “Mientras escuchas la tele o un podcast, entrenas tu oído”, remata.


Manos a la obra

Nuestra entrevistada del día de hoy se las sabe de todas, todas: como aprendiz, como madre y como traductora. Si queremos avanzar realmente, es preciso que hablemos en inglés la mayor cantidad de tiempo posible, sin importar si esto lo hacemos con nuestros familiares y amigos, dejar de pensar más de la cuenta en lo que opinan los demás sobre nuestro nuevo idioma, atrevernos a viajar y a tomar las oportunidades que se nos presentan, aprovechar a nuestros buenos maestros, influir positivamente en los hijos (si ya se les tiene), no limitar la práctica al salón de clases, usar lo que sepamos, acotar la práctica, divertirnos y tratar de recibir mucho input.

¡Cuántas buenas ideas y cuántas excelentes recomendaciones Belem Martínez! Simplemente alles sehr gut! Gracias amiga.

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