jueves, 14 de diciembre de 2017

Simulandia: El país que no se tomaba en serio

Juan Carlos García Valdés

A veces voy manejando, llego a un alto y por el comportamiento de la mayoría de los conductores, me pregunto si me enseñaron mal los colores en el kínder o si simplemente soy daltónico. En ocasiones es un auto el que se pasa el rojo, pero muy a menudo son cuatro o cinco y el récord registrado hasta ahora es de 14 de 18.

Entre semana, si bien no me parece adecuado, entiendo que la ciudad está imposible, que hay que llevar a los bodoques a la escuela y que hay que llegar a las juntas mensas y a las reuniones innecesarias, y que, probablemente, un minuto sea la diferencia entre arribar y no arribar. Pero reitero: me parece que habría que respetar las luces (y no me refiero aquí a las del arbolito de navidad, aunque también).

Sin embargo, a los que no entiendo, de verdad, son a los que se pasan los altos los domingos. ¿A dónde tienen que llegar tan rápidamente? Yo me imagino que han de estar amenazados por el compadre bigotón: “donde llegue usted tres minutos tarde, me lo agarro a besos” (y pues los otros ahí van hechos la raya para llegar precisamente tres minutos tarde).

Lo que me llama la atención es que a) los conductores se los pasan cada vez de forma más cínica y b) que de la autoridad no se ven ni sus luces para imponer el castigo correspondiente.


Uno de tantos problemas

Habiendo tantos problemas en nuestro país, podrán ustedes preguntarme por qué me centro en el de los semáforos y yo les contestaré lo siguiente: porque la corrupción empieza en lo más insignificante. Las naciones más avanzadas no lo son nada más porque su gobernante se niega a hurtar, sino principalmente porque cada ciudadano a cada minuto sabe respetar aquello que no es suyo y sabe esperar su turno.

Dicho de otra forma, de aquel que se pasa los rojos sólo puedo esperar que también copie en los exámenes, plagie, mienta, se lleve su tajada en todo tipo de contratos y demás sinsentidos. Lo grave no es pasarse un alto, sino que, lo he visto con mis propios ojos bellos, la mayoría de los que se pasaron el primero, se pasan también el segundo, invaden el área de los peatones y ni siquiera prenden sus direccionales cuando se meten en sentido contrario.

Lo anterior lo hacen porque no hay alguien que les ponga un hasta aquí. Nuestros gobernantes no quieren gobernar, sino sólo llevarse su rebanada del pastel. Si quisieran gobernar en vez de poner fotomultas, pondrían a una patrulla en cada cruce previamente detectado como “facilón para los amantes del compadre” y créanme que recaudarían enormidades, todo in fraganti.


Las licencias

Si un perro chihuahueño fuera a pedir su licencia de manejo, en este país se la darían (y se me hace que vitalicia), pero ahora mismo no quiero hablar de esas licencias, sino de las licencias de los licenciados.

Los que me conocen saben que la forma más fácil en la que le puedo dejar de hablar a alguien es que ese susodicho se refiera a mí como licenciado. “Licenciado, ¿sería tan amable de auxiliarme?”, a lo cual yo contestaría con un reverendo macanazo.

Si analizáramos las raíces de las palabras, todo nos quedaría mucho más claro, pero estamos tan atolondrados por las vidas ficticias de tantos zombies que nos rodean, que no atinamos a ver lo obvio.

Así, por ejemplo, sabríamos que:

a/mor à ausencia de muerte (aunque haya necios que opinen lo contrario).
futbol à de foot (pie) y ball (pelota).
Y licenciado à persona que ha recibido su licencia para llevar a cabo una cierta actividad.

Quien cuenta con una licencia se supone que sabe bastante para desenvolverse en su ámbito. Una licencia no se le da a cualquiera (o bueno, en México sí) y debería garantizar conocimientos suficientes para llevar a cabo la labor correspondiente.

Sin embargo, en este país, así como no se le niega una licencia de manejo a nadie, tampoco se le puede privar a cualquier hijo de vecina de que obtenga su grado en comercio, ingeniería, psicología, administración del tiempo libre y/o manualidades de Cositas hechas con amor, incluso si el sujeto en cuestión no sabe ni sacar una regla de tres, ubicar a Sonora en el mapa y escribir de forma aceptable. “Es que le echó ganitas y además calentó el asiento durante cuatro o cinco años”.

Y la pregunta que surge es: ¿dónde está la SEP? ¿Dónde está la SEP para garantizar que las personas que tienen y tendrán las licencias expedidas por esa misma Secretaría conocen los temas que tienen que conocer y desarrollan las habilidades que tienen que desarrollar? La respuesta desafortunadamente es: checando cosas insignificantes como plataformas bizarras, requisitos de más, verbos en infinitivo en no sé cuántos documentos y convocando a consejos técnicos, que han de ser la cosa más soporífera del mundo.

¿Y saben por qué hacen todo esto? Ni más ni menos que para simular que se está haciendo algo. Por eso una “reforma educativa” presentada con bombo y platillo, por eso las cancelaciones de clase una vez por mes (para que vean que las autoridades y los docentes trabajan conjuntamente en la revisión de memes… que diga… en la revisión del avance programático) y por eso los cientos de comerciales sobre el nuevo modelo, que hará que nuestra nación pase de ser un país bananero a uno súper bananero.

Uno se pregunta dónde está la SEP, pero también cabría preguntarse dónde están los directores, los coordinadores y los padres de familia, y la respuesta es haciendo todo, menos lo que realmente les corresponde, que en el caso de los dos primeros es garantizar la calidad educativa y en el caso de los últimos es cerciorarse de que eso suceda.

Sin embargo, los directores y los coordinadores están más interesados en organizar viajes a la Riviera Maya, fiestas de jalogüín y desayunos en conmemoración del fin de la primera temporada de MasterChef, que en lo que les atañe.

Los alumnos no se quedan atrás y en lugar de ir a estudiar, van a sacarse selfies, a subir estados, a organizar fiestas y recorridos y cuando terminan con todo lo anterior, se ven abrumados por la tramitología del servicio social, las prácticas, la tesis que nadie lee y que muchos copian, la carta de pasante, el título, las cuatro fotos infantiles y las dieciocho tamaño pasaporte, sin obviar, por supuesto, todo el papelerío para las posibles revalidaciones y equivalencias pertinentes.

Los papás están agobiados por un trabajo que no les satisface o por un jefe que los atormenta, o ambos dos a la vez, y los maestros no son, por supuesto, o sea hello, la excepción: una buena parte sólo se la pasa pensando cómo llenar las horas clase con lo que sea, sin importar si eso beneficiará o no a los estudiantes, y otros más dedican las mismas horas clase a planear otras horas clase en las que también planearán otras nuevas horas clase. ¡Un verdadero huateque!


Bienvenidos a Simulandia

Somos el país de la simulación, con escuelas simuladas, gobiernos simulados, familias simuladas, persecución del delito simulada, religiosos simulados, poder adquisitivo simulado, una liga simulada, transparencia simulada y todo lo demás simulado que se puedan imaginar.

Y ya aquí entre nos, déjenme decirles que el inglés no es la excepción: Mis alumnos de licenciatura (esos que un día van a tener una licencia, también denominada cédula profesional) llegan un año sí y otro año también con conocimientos y habilidades prácticamente nulas en la lengua de Connecticut, York y Nueva York, y la pregunta que surge es: ¿qué estuvieron haciendo en sus clases de inglés anteriormente? Respuesta: estuvieron simulando.

Estuvieron simulando con un libro de texto, quizás con un workbook, con un maestro egresado de la Facultad de Lenguas al que se le otorgó su licencia nomás por ir, con clases dinámicas y actividades lúdicas, con SACs y más SACs, con proyectos súper cool y bien acá, con presentaciones y diapositivas, y entonces en un país en el que la simulación reina, pues todos dijeron “muy bien, sigue en tu clase y en cinco o diez años serás bilingual”, aunque se les olvidó a la SEP, al director, al coordinador de idiomas, a los papás, al maestro mismo y a los alumnos también, que un idioma, pequeño detalle, no se aprende así.

Y entonces vas pa’ tras y resulta que llegan a su primera clase de nivel licenciatura sabiendo que pollito es chicken (cuando no kitchen) y ya los más avezados que gallina es hen, lápiz pencil y pluma pen.

Lo anterior tiene que ver con el ya mencionado modelo educativo, pero también, no queramos tapar el sol con un meñique, con la manera en la que concebimos el estudio en nuestro país.


Estudio: ¿Quién pone los minutos o las horas extras?

Para explicar lo anterior, me permitiré referirme al caso de dos astros del futbol mundial: Messi y Cristiano Ronaldo. Nos guste más uno o el otro, no podemos negar que son unos verdaderos cracks y, sin duda, los mejores en lo que hacen en todo el planeta. 

Muy bien. Ahora imaginemos que, como ya saben que son los mejores, deciden que no van a entrenar nunca más. ¿Para qué entrenar si ya se saben todo: la manera de pasar el balón, de controlarlo, de dominar, de cabecear, de echarse una chilena, de hacer un sombrerito, de poner el pase filtrado, todo, absolutamente todo?

No obstante, ahí los vemos un día sí y otro también, uno en la Ciudad Deportiva Joan Gamper y el otro en Valdebebas, entrenando como si fuera su primer día y es que si no lo hicieran, ya lo sabemos, muy pronto los demás los rebasarían y ellos quedarían en el olvido.

Comparemos ahora esa situación con nuestros licenciados o futuros licenciados y veremos que ahí donde La Pulga y CR7 practican hora tras hora, incluso ya sabiéndolo todo, nuestros estudiantes y los que ya egresamos (deberíamos de seguir aprendiendo continuamente), no entrenamos, aunque a veces no sabemos nada o casi nada, ni diez minutos por día en las habilidades que tendríamos que desarrollar.

Muchos dirán, “pero estamos en clase desde las 7 de la mañana hasta las 3” y eso es cierto, aunque desafortunadamente haciendo todo menos lo que toca. Si Ronaldo y Messi estuvieran en sus ciudades deportivas simulando todo el día, créanme que no llegarían a ningún lado (bueno sí, a lo mejor llegarían a la Liga MX con un muy buen sueldo).

La analogía anterior nos permite ver la realidad sin tapujos: en la mayoría de las escuelas mexicanas no se practica como se tendría que estar practicando, y por eso el que sabe ubicar diez estados de la república en un mapa es casi Dios revivido.

Y así como nadie les impone un castigo a los que se pasan los altos, los que se pasan las normas de practicar para desarrollar las habilidades que requerirán al final sólo reciben la penalización de ser aprobados por mayoría de votos y no por unanimidad.


Un país que se respetara a sí mismo

En un país que se respetara a sí mismo, los conductores se esperarían los segundos o minutos que se tengan que esperar enfrente de una luz roja, incluso si mueren de ganas de besar al compadre, y los estudiantes practicarían sin que el teacher les tuviera que decir: a fin de cuentas el beneficio es para los alumnos, no para el maestro.

En un país que se respetara a sí mismo, los directores y los coordinadores velarían por la calidad educativa y detendrían todo aquello que pueda obstaculizar el aprendizaje ideal, y los padres de familia estarían al tanto del desarrollo de sus hijos.

Sin embargo, en este país, casi nadie practica hasta que el maestro se lo exige, casi nadie respeta los altos, casi nadie quiere hacer su trabajo bien y casi nadie está dispuesto a poner esas horas extras para llegar al siguiente nivel.

En el mundo de la simulación todo tiene que ser fácil, rápido y finalmente falso. En el mundo de la simulación importa lo que parece y no lo que es. En el mundo de la simulación, las clases de inglés sirven para decir que se lleva inglés, aunque nadie avance y nadie termine por hablarlo. En el mundo de la simulación, se va a clases de inglés para tener la justificación perfecta para ya no practicar más. “Ah no, yo ya fui a mi clase. Ni creas que le voy a dedicar un minuto más”.

Y la SEP feliz con su presupuesto y los directores felices con su matrícula y los maestros felices no haciendo mucho y los estudiantes felices con su título. No importa que nadie hable inglés, incluso si es uno de los factores que divide a los países entre productivos y no productivos, con futuro real y sin futuro a la vista. No importa que a nadie le hayan enseñado la importancia de no pasarse un alto. No importa que después sean asesinos, secuestradores, extorsionadores o presidentes que copiaron su tesis. Las autoridades educativas y todo el país les reconocen sus ganas de aprender (¿cuáles?), sus logros (¿CUÁLES?) y sus planes que contribuirán al desarrollo de este país (¿DE VERDAD???).

Después de todo, qué importa, si vivimos en el país de la simulación eterna.


Manos a la obra

Se acaba un año más y es muy probable que sólo hayas simulado en lo que al inglés se refiere. Si eres una de las excepciones, ¡felicidades! Estás construyendo hoy las bases de un futuro lleno de oportunidades y condiciones favorables para ti y para tu familia.

Si, por el contrario, te hiciste guaje y no quisiste avanzar, no te preocupes. La sociedad no te lo demandará, porque esta sociedad apagada no demanda nada, o al menos no lo importante. Pero después no estés diciendo que tienes mala suerte, que los mejores trabajos se los dan a otros, que las becas te las niegan y que no estás feliz con lo que haces.

O haz lo que quieras… finalmente la simulación se te debe dar muy bien, ¿no es cierto?

Puedes compartir cualquier duda, pregunta, comentario o sugerencia escribiendo al correo electrónico juan.garciavaldes@cadlenguas.com

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jueves, 7 de diciembre de 2017

Constitución del Aprendiz del Inglés

Juan Carlos García Valdés

Cuando era niño, recuerdo haber escuchado 632 veces que México tenía una de las mejores constituciones del mundo y que nuestro himno, (Maciozare, un extraño enemigo) era el segundo más bello, sólo por detrás de la Marsellesa. Escuché que como México no hay dos y que todo lo malo que nos pasaba era debido a los gringos.

Ahora, un poco más grandecito (pronto cumpliré 23 años... de que entré a tercero de primaria), me doy cuenta de que uno vive en medio de muchas verdades a medias y muchas mentiras completas y que esto no sólo sucede en materia histórica, sino también en el plano científico, cultural, educativo y todos los demás planos que nos podamos imaginar.

Yo me pregunto, por ejemplo, cuándo es que nuestra Carta Magna entró en la crema y nata de las constituciones del orbe (y de qué nos puede servir eso, si es una de las que menos se cumplen) y contra quién jugaron "los soldados que en cada hijo nos dio" la semifinal de la Copa Mundial de los Himnos para finalmente perder con les enfants de la Patrie en el duelo definitivo.

En la escuela nos hicieron aprendernos tantas cosas que jamás llegamos a usar y esas que sí se usan a nadie se le ocurrió ponerlas en el programa. A alguien se le vino a la mente que educación era un conjunto de salones llenos de bodoques sentaditos y en silencio, a los cuales había que dictarles, y a nadie se le ocurrió cuestionar siquiera esta idea tan poco razonable (bueno, sí: a los maestros flojos que cambiaron el dictado por la exposición de los alumnos).

En inglés, mientras tanto, nos dijeron que domináramos los tiempos y que ya luego hablaríamos y así nos podríamos ir con cada rubro (la familia, el amor, la solidaridad y la muerte, entre muchos más) en los que nos hicieron aprender conceptos erróneos que ahora usamos como base para nuestras vidas mayoritariamente erradas.


Mi propia constitución

No recuerdo tener himno personal (en caso de tenerlo me basaría probablemente en La nuit des tropiques de Gottschalk), pero hace dos años, poco después de un cúmulo de momentos poco agradables en mi vida, decidí establecer mis propios principios, aquellos que regirían mi vida a partir de ese instante.

Si las reglas del mundo no me convencían, cabía entonces desarrollar mis propias directrices; cabía, pues, replanteárselo todo y esperar mejores resultados. Y el día de ayer, precisamente, consulté el archivo en cuestión y no es por echarme flores de cempasúchil, ni nochebuenas, ni dafodiles, pero creo que yo sí tengo una de las mejores Constituciones Individuales del mundo.

El problema es que la cumplo, actualmente, sólo en un 50 o 60 por ciento, pero el día que la cumpla al 90 o 100 por ciento, créanme que eso se traducirá en una vida muy satisfactoria.

A pesar de un incumplimiento palpable, cabe señalar que el espíritu de lo que se quiere lograr con ese documento ya está ahí y los resultados dependerán del nivel de compromiso del que suscribe.

Y ahora se me ocurre que cada aprendiz del inglés podría tener también su propia Carta Magna, que podría versar más o menos de la siguiente forma:


Constitución del Aprendiz de Inglés

CONSTITUCIÓN DEL APRENDIZ DE INGLÉS QUE REFORMA LA QUE NUNCA ANTES SE HABÍA TENIDO

Título Primero

Capítulo I

De los Derechos Universales del Aprendiz

Artículo 1º. En los Estados Unidos Mexicanos y en especial en la Colonia Morelos (aquí se coloca el condominio correspondiente si no se vive en dicho sitio), todos los aprendices del inglés gozarán de los derechos reconocidos en esta Constitución, los cuales serán irrenunciables e inalienables (no, la verdad, esto último de “inalienables” sólo lo puse porque rimaba).

Artículo 2º. El aprendiz, o sea yo, tengo derecho a tener un buen maestro o a una buena maestra todo el tiempo. Sin embargo, si no lo tuviera, no asumiré el papel de víctima y practicaré día a día, porque finalmente el único beneficiado de ello seré yo mismo y, claro está, la grandeza de mi nación (cálmate Pancho Villa).

Artículo 3º. Tendré derecho a poseer los materiales que coadyuven (ándale con tu vocabulario mijo) a una mejora continua. Si no tengo dinero o prefiero gastármelo en chelas y tamales, me preocuparé por tener amigos pudientes que me puedan prestar sus libros, CDs, DVDs, materiales para certificaciones, diccionarios y todo lo demás que me pueda ser útil. Me comprometo a cuidar y a regresar absolutamente todo, no como ciertas personas a las que conozco, a las que les presté mis libros desde mayo de 1992 y todavía no me devuelven nanais.

Artículo 4º. Tendré derecho a practicar con lo que yo quiera y como yo quiera, siempre y cuando practique y no me haga Guaje Villa. Si me gusta Justin Bieber, pues con Justin; si me gustan las comedias bobas, pues así; si me gustan los videojuegos, pues a darle duro; y si me gusta Joan Sebastián y su I’m gonna be happy, pues mejor pasemos al siguiente artículo.

Artículo 5º. Tendré derecho a que no se me impongan mensadas y media, como tareas y más tareas y más tareas y proyectos y exposiciones y ve tú a saber, que no benefician en nada mi mejora en el idioma de Shakespeare y Juay de Rito.

          I. Tendré derecho a que no me digan que todo en el inglés es grammar. También hay rrrriding, writing (que no se pronuncia graiting), escooching y según yo había otra, pero ya se me olvidó.

Artículo 6º. Tendré derecho a ayudar a las demás personas que quieren aprender el idioma en cuestión, siempre y cuando lo haga de manera desinteresada y sin burling de por medio. A los seguidores del Cruz Azul también los ayudaré emocionalmente porque hay cosas difíciles en la vida, pero nada como irle al Cruz Azul.

Artículo 7º. Tendré derecho a desarrollar el acento que más me parezca, me convenga o me venga en gana, siempre y cuando no suene ridículo como los que le ponen crema de más a sus tacos y dicen tichaaa y peipaaa.

Artículo 8º. Tendré derecho a divertirme mientras aprendo. La vida no tiene que ser aburrida y amargada. Se vale reírse, hacer chistoretes y encontrarle el lado positivo al Ínglich y a mi día a día.

Artículo 9º. Tendré derecho a asociarme con quien yo más quiera para seguir practicando, las veces que quiera, a la hora que quiera y por el canal que quiera. Nadie podrá limitarme en este sentido ni en ningún otro.

Artículo 10º. Por cada hora de práctica, tendré derecho a otra hora de descanso. La vida no se hizo nada más para estudiar. También se vale ir al cine, salir al parque, ver a los friends, ir por un helado, olvidar el carro porque se quiere caminar, viajar y muchas cosas más. Por esto y muchas cosas más, ven a mi casa esta Navid… (no, creo que esto ya no iba aquí).

Artículo 11º. (Se deroga… la verdad no había escrito nada, pero como que la frase “se deroga” le da caché).


Capítulo II

De las Obligaciones del Aprendiz

Artículo 12º. El aprendiz, o sea yo, me comprometo a practicar todos los días que me quedan en este mundo. No estoy diciendo que “uy… voy a practicar 30 horas diarias… o más… digamos 28”, pero sí que al menos cada nuevo amanecer (¡qué cute!) le dedicaré algunos minutos o algunas horas a la lingua franca.

Comentario del lector: ¿Es posible escribir constituciones con vocablos del tipo “uy”, “cute” y “ayayay”? Respuesta del que suscribe: Sí, porque es mi constitución. Punto.

Artículo 13º. Me comprometo también a buscar ayuda y práctica siempre que las necesite. Para ello iré formando mi equipo de aprendizaje compuesto por gente bien acá que me pueda:

I. Resolver dudas.
II. Orientar sobre cómo practicar mejor.
III. Ayudar a eliminar miedos existentes.
IV. Motivar para practicar todos los días y tener conversaciones.

Artículo 14º. Me comprometo a ser cada día más organizado y más sistemático. Mis notas de inglés las pondré siempre en el mismo lugar (físico o virtual) para no estar buscando 42,615 veces la misma palabra en el amansaburros.

Artículo 15º. Respaldaré toda la información importante para mi aprendizaje. Ya sea que la ponga en la nube o que la copie a un USB localizable o que guarde todo en un cofrecito con llave.

Artículo 16º. Me comprometeré a hacer todos los viajes necesarios que incrementen mi motivación para aprender la lengua inglesa y que me provean de un contacto cada vez más real con el language. Para ello ahorraré cada semana o cada mes lo que esté dentro de mis posibilidades a fin de cumplir pronto este sueño de ir a London, New York, Canadá, Australia o la Colonia Américas.

Artículo 17º. Tendré un buen diccionario a la mano, todo el tiempo. Por buen diccionario no se entiende Google Translate. Puede ser físico u online. Lo importante es tenerlo y obviamente usarlo.

Artículo 18º. Me iré quitando todos los miedos que tengo para hablar. Para ello:

I. Mejoraré mi pronunciación.
II. Trataré de conocer cada vez más palabras.
III. Trataré de tener cada vez más interacción con nativos del inglés y gente de mundo (¡órale!).

Artículo 19º. Renunciaré a los pretextos de los mediocres, entre los cuales se encuentran, si bien no se mencionan todos, los siguientes:

I. No tengo tiempo.
II. A mí el inglés no se me da.
III. Es que yo no empecé desde chiquito (y los que pudieran acumularse).

Artículo 20. Me comprometeré a tener la siguiente certificación, sin importar si truene, llueva o relampaguee:

I. FCE o su equivalente (Nivel B2) cuando termine la licenciatura.
II. CAE o su equivalente (Nivel C1) cuando termine la maestría.
III. CPE o su equivalente (Nivel C2) cuando termine el doctorado.

Obviamente si estoy estudiando lenguas, relaciones international, negocios por el mundo mundial, interpretación (no de los sueños) o uso de macramé para nudos decorativos, los requerimientos serán otros.

Y los artículos que pudieran agregarse.


Manos a la obra

No estoy diciendo que ya todo esté contenido en esta Carta Magna, pero la esencia ahí está. Se podrán incluir o derogar algunos artículos, pero lo más importante es pasar de la teoría a la práctica, del dicho al hecho... hay mucho trecho, esta noche en Hechos… ok no… ya me perdí.

Lo que quería decir es que si le dan cumplimiento cabal a los artículos de este documento, no habrá poder humano que les impida tener un excelente nivel de inglés.

¡A darle duro!

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jueves, 30 de noviembre de 2017

La ley del más o menos y la postergación de lo importante

Juan Carlos García Valdés

Hace un año me compré uno de los mejores libros que he leído: Fanatical Prospecting, de Jeb Blount. Al adquirirlo, me esperaba páginas y páginas de contenido invaluable, lo cual encontré, pero lo que no pensé que fuera a obtener era una membresía de un año, sin costo adicional, para la página de internet del libro en cuestión.

Como sucede con las cosas que uno no espera, me emocioné ante el hecho de tener acceso a cientos de recursos exclusivos y no pasaron más de tres horas cuando yo ya estaba leyendo el primer e-book y viendo el primer video.

El siguiente día sucedió lo mismo y el tercero también, pero después pasó lo que frecuentemente pasa: las actividades cotidianas se apoderan de nuestro tiempo y uno va posponiendo lo que empezó con toda la energía y con las mejores intenciones.


Similitud con los idiomas

Ocurre lo mismo con los idiomas. La primera semana estamos llenos de emoción, la segunda todavía y, sin embargo, casi nunca nos caracteriza la constancia a largo plazo. 

"Sí practicaría, pero no tengo tiempo. Es que antes sí podía, pero justo ahora mi jefe me pidió un nuevo proyecto / tengo que empezar mi servicio social / el Cruz Azul calificó a la liguilla"

Total que siempre hay un buen pretexto para que lo importante se vuelva aplazable y sí los voy a criticar, pero no voy a negar que a mí también me ha pasado lo mismo: para muestra un botón o, lo que es lo mismo en este caso, el uso o desuso que hice de mi membresía.


Cronología del desperdicio

A finales de diciembre me dije que no la podía utilizar porque tenía la cena de fin de año, tres post-posadas, un Boxing Day que nunca atiendo y una cena de fin de año que cada vez me importa menos.

En enero, mientras tanto, me dije que lo que podía hacer en enero también lo podía hacer en febrero, en febrero lo pospuse para marzo, en abril viajé, en mayo me acoplé de nueva cuenta y en junio, julio y agosto me repetí que era verano y que en verano uno descansa. 

Septiembre fue el mes patrio (¡qué novedad!) y cuando octubre llegó, decidí que noviembre era el mes ideal para usar la subscripción. "Tendré presión y todo funciona bajo presión", me dije muy confiado.

El 20 de noviembre me di cuenta que yo seguía sin hacer nada y entonces decidí que el último fin de semana de noviembre lo dedicaría mayoritariamente a Fanatical Prospecting, algo que sí hice.

De cualquier forma, algo quedó confirmado: soy mexicano y aunque sea un poco distinto a los demás mexicanos, sigo siendo uno de ellos y actúo más o menos como ellos, dejando, por ejemplo, todo (o casi todo) para el final.

La membresía tiene un costo de 27 dólares el primer mes y de 97 los subsecuentes, lo que significa que estuve a punto de desaprovechar el equivalente a 20 mil pesos, algo, una vez más, típico del mexicano promedio.


Mis alumnos también son mexicanos

Mis alumnos, por mencionar un caso, también son mexicanos y ellos también han desaprovechado becas y membresías al por mayor.

A una de ellas le di una beca del 100% por un año y asistió cuatro veces y otra decidió emularla y sólo fue tres.

Vivimos en el mundo de la informalidad y la poca constancia, y eso en los idiomas es el acabose. Algunos lo ocultan con otras aventuras lingüísticas (nunca avanzan en inglés, pero saben decir hello, goodbye en 48 idiomas, incluidos varios que nadie ha hablado en los últimos trescientos años) y otros simplemente desisten.


La ley del aproximado

Toda mi experiencia en este mundo y en otros mundos (ok no), me ha llevado a formular y a creer firmemente en la ley del aproximado, que dicta palabras más, palabras menos, lo siguiente:

"Uno está destinado a ser más o menos algo".

No digo con lo anterior que este destino sea como aquel de las tragedias griegas (inevitable), sino que es el que vamos forjando con nuestros hábitos diarios, esos sí, después de dos, tres o cuatro décadas, sumamente complicados de revertir. 

Por consiguiente, no es a menudo el sino en su versión moderna el que no podemos cambiar, sino el cúmulo de acciones cotidianas como levantarnos o dormirnos media hora más temprano, leer un libro cada semana o practicar inglés una hora por día, lo que no podemos concretar (¡ay no, qué flojera!)

Y así la vida nos va acorralando en un destino más o menos entendible por todos: a Pepito le toca vivir una vida más o menos sufrida, ser de clase media y casarse con alguien dentro del 40% de personas más guapas del país.

A veces las predicciones fallan un poco y resulta que Pepito acabó teniendo un poco más de dinero, pero casado con una federalista.

En cualquier caso, el primer corolario de la ley del aproximado dicta que:


Primer corolario

"Quien trabajó por conseguir cosas grandes a menudo termina consiguiendo más que quien trabajó por conseguir cosas mediocres".

Así les pasa a los países, a las empresas y a las personas, que frecuentemente consiguen un poco menos de lo que se propusieron y en escasas ocasiones, un poco más.

Lo que no sucede es que el país que toda su historia luchó por ser tercermundista de pronto se vea a sí mismo como potencia mundial, que la empresa que se preocupa por mejorar e innovar desaparezca de repente, si bien no siempre será la primera de su ramo, y que la persona que luchó por ser un vagabundo termine siendo un Bill Gates o Warren Buffet.

Casi nadie consigue lo que quiere, pero la mayoría no queda muy lejos. El problema radica entonces en la formulación de los objetivos y sería conveniente aspirar a algo magnánimo, para que incluso en la posibilidad del fracaso no quedemos tan mal parados.


También aplica para el inglés

El inglés no es la excepción y quien se plantea tener un nivel intermedio termina muchas veces con uno básico, mientras que el que aspira a lo básico no pasa de los monosílabos.

Hay que plantearse un inglés perfecto para que se tenga uno decente y hay que luchar por un destino aproximado: conseguir más o menos lo que se quiere.

Esto se hace en el día a día, en diciembre lo que toca en diciembre y en enero lo que le corresponde a enero. Empezar a posponer es la receta perfecta para no abandonar nunca la mediocridad.


Manos a la obra

¿Quieren hablar? Hablen hoy. ¿Quieren mejorar su listening? Mejórenlo hoy. ¿Quieren conocer nativos? Conózcanlos hoy. No se vayan a parecer a cierto autor de blog que deja las cosas para después y que luego se pregunta quién le ha robado el mes de abril y de mayo y los del verano y los de los últimos cuatro inviernos.


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jueves, 23 de noviembre de 2017

Regresando a mi infancia en un país de adultitos

Juan Carlos García Valdés

El pasado fin de semana me fui de shopping aprovechando los descuentos del Buen Fin y el domingo por la mañana recalé en una de mis librerías favoritas. La verdad ya casi no compro libros porque la mayoría de los nuevos me parecen verdaderos bodrios, incluidos aquellos que escribí hace ya casi una década y con los cuales me forjé una breve, pero relativamente exitosa, carrera dramatúrgica, de la cual ya nadie se acuerda (¡qué bueno!).

En fin, que si hubiera más ¡Despertad, oh jóvenes de la nueva era!, de Kenzaburo Oé, o más Paul Watzlawicks o Walter Risos, yo lo compraría todo, pero por cada genio de Palo Alto hay cien farsantes y por cada autor que vale la pena, hay sesenta que son famosos y que daría lo mismo si volvieran a publicar un libro o no.

Entonces, se preguntarán, ¿a qué fui a la librería? Y la respuesta es: a sentir que era niño de nueva cuenta.


En la librería me encuentran...

Digo lo anterior porque últimamente a mí en esos sitios de estantes, páginas e historias, ya casi no me encuentran en las secciones para adultitos aburridos (perdón por el pleonasmo), sino ahí donde no quepo en las sillas y donde los libros están rodeados de tarjetas, juegos, muñecos a veces, varitas mágicas y ejemplares que al abrirlos se vuelven castillos y torrejones.

Me refiero, efectivamente, a la sección infantil, pero voy a ser sincero y voy a confesarles que yo voy directo a los libreros que tienen material en inglés.

Al pasar las páginas, me siento, de pronto, inmiscuido en las historias de Daisy y sus amigos, que lo mismo buscan combatir el clima caluroso que organizar el mejor picnic de los últimos años. 

Historias inconsecuentes, si se les quiere ver así, pero que me permiten regresar a esa infancia en la que Miss Celina y Miss Lulú, mis primeras maestras de inglés, me ponían a leer a Supersnake, mientras se iba de pesca, y a Monza, uno de mis libros favoritos, que, ya más grande, perdí como a menudo pierde uno lo importante en la vida: sin saber dónde se pudo haber quedado.

Cuando recuerdo a Supersnake y a sus secuaces, me digo totalmente convencido que antes no teníamos tanta tecnología a la mano, pero que los libros con los que contábamos eran mucho mejores que los que tenemos ahora.

De cualquier forma, es más probable encontrarse una joya en la sección para párvulos que en aquella en la que los supuestos consagrados no logran superar con sus palabras el valor del silencio.

Así andaba yo el domingo y después de encontrarme varias joyitas y complementarlas con tres publicaciones muy puntuales (un diccionario visual invaluable de Merriam Webster, un diccionario de idioms y un vocabulary builder) y de seguir mi peregrinaje adquisitivo, decidí mostrarles mis compras a mi familia.


La velada

Nos sentamos en la sala de los Paquillos, mi padre tomó un libro, mi hermana otro y mi madre un diccionario. Yo revisaba el libro de frases idiomáticas. De pronto, sin lesson plan de por medio ni reforma educativa a la vista, el aprendizaje se tornó visible. 

Mi hermana preguntó qué era daffodil y mis padres, con la ayuda de los diccionarios para bodoques, llenos de imágenes, se empezaron a preguntar distintas palabras. "¿Cómo se dice cepillo de dientes, ombligo, rehilete?", y cuando mi hermana tomó el diccionario visual, comenzó el descubrimiento de las demitasses y de los nails que no son uñas.

Con el libro de idioms nos entró la curiosidad por saber si algunas construcciones se usaban también en nuestra propia lengua. "¿Cómo se dice <<a tempest in a teapot>> o <<You're making a mountain out of a molehill>> en español?"

Mi madre preguntó cómo se decía garrote y la palabra cudgel se asomó. Yo propuse que nos imagináramos a una persona golpeando a otra muy bien peinada, con gel de por medio, con el garrote: el cudgel le pega al gel y cudgel ya no se nos olvida nunca más, aunque vayan ustedes a saber cuándo la utilizaremos.

En fin, que en dos horas aprendimos más palabras en inglés que las que aprenden muchos estudiantes durante su secundaria o prepa. 

Y no estoy exagerando: muchos alumnos universitarios todavía me preguntan qué es need, feet y horse y si antes daba por sentado que había vocablos que todos se sabían, ahora sé que la gran mayoría sólo estuvo sentado calentando el asiento (le pese a quien le pese), como el Secretario de Educación, que sólo está sentado esperando a ver si algún día se le hace ser presichiste.

(Este es, pues, el país de los sentados y si aún no me creen, visiten la oficina de gobierno que les quede más cercana y me dicen si alguien está haciendo algo que valga la pena o si la mayoría nada más están dejando pasar el tiempo, mientras ven los nuevos collares que llevó la señora de los martes, los zapatos del catálogo de 44 páginas, y mientras revisan sus estados de WhatsApp. Una vida muy productiva, claro está).


¿Y la planeación?

Total, que hubo aprendizaje, pero después yo empecé a sentirme un poco mal: ¿Dónde estaba nuestro programa? ¿Dónde estaba nuestra planeación? ¿Dónde estaba nuestro plan de trabajo semanal, mensual, bimestral, semestral? ¿Cuándo habíamos tenido nuestra junta de seguimiento o nuestro consejo técnico?

¡No, no, no! ¡Toda esa velada fue una farsa! El aprendizaje no puede existir sin todo lo anterior. El aprendizaje debe estandarizarse y ahí cada quien tomó el libro que le vino en gana. El aprendizaje no puede surgir de la nada. Es preciso planearlo, hasta el más mínimo detalle. ¿Cómo le diremos a Nuño cuáles eran nuestros aprendizajes esperados? Oh my God!!!!!

Si la SEP o el British Council nos hubieran observado, nos habrían hecho un cúmulo de recomendaciones: que si el control de grupo, que si el fundamento teórico, que si los objetivos de clase, que si la manga del muerto, que si a Chuchita la bolsearon, y francamente habría sido un halago, porque, como dicen por ahí, "hay gente que no te conviene que hable bien de ti".

Mientras disfrutábamos de la tarde, con botanas y una que otra cerveza de por medio ("¿Comieron en clase?? ¿Y también bebieron?? Santa María, Madre de Dios") y mientras una pregunta sucedía a la otra, yo recordé a Iván Illich y su idea de la educación desescolarizada.


¿No cabría pensar que la familia podría ser más efectiva que la escuela en cuanto al aprendizaje se refiere?

La respuesta, le pese a quien le pese, nuevamente, es afirmativa. O bueno... lo sería, si tan sólo la familia mexicana no estuviera rota. Pero lo está y entonces, las personas en vez de sentarse un sábado a ver libros y a jugar, van y secuestran a quien se sube a un taxi, violan a la que decidió ponerse falda y matan al que cometió la osadía de salir en bici.

Siguiendo las palabras de Jordan Peterson: las personas que no ocupan bien su tiempo es muy probable que lleven una vida patológica y si muchas personas llevan una vida patológica, la sociedad es patológica: un infierno, como el México actual.

Esas personas, que roban, violan y matan, no tienen familia ni tienen madre (o las tienen, pero son patológicas). Sin embargo, tampoco tuvieron maestros que les corrigieran, tutores que los orientaran, ni autoridades que les pusieran un hasta aquí.

¿Por qué? Porque todos estaban sentados, revisando el catálogo, esperando a ver si agarraban la siguiente chambita, incluyendo a muchos padres y madres de familia que sólo tienen hijos por tenerlos y a los que no les importa el futuro de sus vástagos.

A esos padres que quieren seguir viviendo como si no tuvieran hijos deberíamos de mandarlos a la cárcel, porque lo único que están haciendo es contribuir a que tengamos cada vez más un país perdido y sin valores. Pero también deberíamos de enviar a la cárcel a Nuño y al presichiste y a todos los maestros que sólo están sentados, esperando a ver qué les depara el día, sin darse cuenta de su rol fundamental.


Para finalizar...

A este país le faltan historias de Daisy, inconsecuentes, si se les quiere ver así. Este país se llenó de la estulticia adulta: burocracia, aburrimiento y ego.

¿Quién juega ya realmente? ¿Quién aprende porque disfruta hacerlo? ¿Quién se libera de la presión de la sociedad patológica en la que vivimos y tiene el valor de ser niño nuevamente? Casi nadie y se nota. Se nota en las escuelas, en el gobierno y en las calles mismas. Se nota en la cantidad de juntas y comités. Se nota en el "buenos días" apagado. Se nota y, no obstante, la mayoría sigue sentada, esperando que cambie lo que, parece, no cambiará.


Manos a la obra

¡Despertad, oh jóvenes de la nueva era! ¡Y despertad también adultitos, que han estado soñolientos las últimas décadas! Despierten y hablen inglés. Despierten y disfruten de una velada. Despierten y aprendan lo que consideraban inaprensible. Despierten, por lo que más quieran.

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jueves, 16 de noviembre de 2017

Entrevista 5 (Segunda parte): El método inverso, el daño de las clases y las anotaciones olvidadas

Juan Carlos García Valdés

En la primera parte de esta entrevista, Rebeca y Carlos nos contaron la manera en la que los videojuegos tuvieron una influencia mayúscula en su proceso de aprendizaje del inglés. Ahora toca abordar otros temas no menos importantes y sin más preámbulo le doy la palabra nuevamente a mis dos invitados.


El método inverso

Nuestra entrevistada, Rebe, pasó de no saber nada de portugués antes de 2013 a tener un nivel avanzado en 2016 y cuando me permití congratularla por ese logro (imagínense que hoy no saben nada de inglés y que en tres años son un fenómeno), ella arguyó que “el portugués es fácil”.

Yo admito que como hispanoparlantes, al parecerse tanto un idioma y otro, la lengua de Pelé y de Pessoa ofrezca sus bondades, pero si fuera tan sencillo pues hasta Peña Nieto estaría falando, cosa que no sucederá a menos que el presichiste se vaya a vivir a Copacabana, pero no por Caleta mijo, sino en el cono sur.

Rebe jamás vivió cerca de Río o de Lisboa, si bien le tocó viajar a tierras brasileñas en su momento, y ella admite algo que a más de uno le puede sorprender: “Nunca fui a una clase. Jamás pisé un salón”.

¿Entonces cómo le hizo para llegar a dicho nivel? Ella misma nos lo cuenta: “Yo al principio sólo leía y escuchaba (…) y durante mucho tiempo, como un año, yo no hablé nada. (…) Yo siento que si hubiera ido a clases, desde un principio me hubieran obligado a hablar y no me pasó así”.

“Me daba pánico”, continúa Rebe, “porque no me sentía segura; lo entendía, pero no sabía hablarlo, y yo me cohibía mucho y decía <<si no lo hablo bien, ya no lo quiero hablar>>”.

Nuestra entrevistada resume su proceso de aprendizaje de la siguiente forma: “el primer año fue de entenderlo, ya después empecé a practicarlo más y el último año me enfoqué en gramática, aspectos en los que tenía mucha duda: ver cuál era la regla”.

¿No les parece, queridos lectores, que el método de Rebe, que le funcionó muy bien, es precisamente el opuesto al que se usa a diestra y siniestra en el sistema educativo mexicano y que no funciona ni por equivocación? En las escuelas, primero nos meten gramática, luego nos piden que lo practiquemos y rara vez se van atendiendo las lagunas que quedan en la comprensión oral. Rebe, por el contrario, dejó la gramática hasta el final y se centró primeramente en la comprensión: una forma mucho más natural de aprender.


Música antes de ir a la cama

Algo que me parece también digno de resaltar es la manera en la que nuestra entrevistada comenzó a practicar: “Ponía la música, la dejaba y me dormía. Ya después me la iba aprendiendo y ya con la pronunciación correcta. Entonces ya me sentía más confiada y decía <<ya puedo hablar>>”.

Yo lo he intentado con diálogos más que con música y puedo constatar que funciona. De verdad.


El daño de las clases

Cuando le pregunto a Rebe si le pasó lo mismo con su alemán, idioma que también aprende, ella emite un “ash” y luego agrega: “No, en alemán no me pasó así. En alemán siempre fui a clases. Sí entiendo y me iba bien en los exámenes, pero ya para hablar me cuesta mucho”.

A mí el hecho de que con clases no le haya funcionado tanto ya me causa un poco de ruido. Carlos parece estar de acuerdo y comenta lo siguiente: “Yo creo que ese es el punto clave: hasta que lo haces práctico y también te desinhibes un poco y te dejas de prejuicios, de pensar que te van a regañar si digo esto mal, es cuando puedes avanzar”.

Carlos acaba de iluminarnos el panorama. ¡Cuántos prejuicios no tenemos en nuestro país! Que si nuestra pronunciación no nos gusta, que si nuestra voz no es la adecuada, que si no hablamos porque no nos sabemos los tiempos, que si nos sabemos los tiempos porque no hablamos. Y no sólo eso, amigo, sino que también está esa otra parte que bien mencionas: necesitamos hacerlo práctico y, sin embargo, parece que hay una encrucijada por hacerlo tedioso. (las clases no sólo sirven poco, sino que terminan por obstaculizar).

Ya que hablamos de la cuestión práctica, Carlos nos da ejemplos de cómo practicaba en la prepa: con caricaturas, con películas, centrándose en aspectos culturales, haciendo valer el dicho de que “el interés tiene pies” y mostrando que se aprende mucho, sobre todo, fuera del aula y del programa oficial. 

Nuestro entrevistado añade que “aunque cometas errores, hay que hablar con seguridad; si lo haces así, los nativos no te van a decir nada” y eso nos lleva al hecho de que…


También los nativos cometen errores

Y Rebe, que es cruel, nos pregunta que cómo se dice roer en presente del indicativo: Yo no doy una y Rebe dice que hay tres opciones. Carlos, cuándo no, da la primera respuesta correcta: “roo” (como en Quintana Roo). Segundos después Rebe nos da la segunda: “yo royo” (¡en mi vida la hubiera tenido bien!) y es verdad que la RAE acepta también “roigo” (que jamás usaré).


La cuestión del tiempo

Carlos nos cuenta que desafortunadamente ya no puede practicar mucho japonés porque llega bastante cansado y a mí me gustaría que todo estudiante de nivel licenciatura leyera esto doscientas cuarenta y seis veces. ¡Cuántas ocasiones no le he escuchado a mis alumnos eso de que “no practico porque tengo muchas cosas que hacer”!, cuando la verdad es que tendrán mucho más en los años venideros, cuando egresen y comiencen su vida laboral. Lo único que no regresa es el tiempo, se los digo con conocimiento de causa.


También los nativos son necesarios

La parte en la que hay más discrepancia en la plática es cuando hablamos de la necesidad de tener nativos en el proceso de aprendizaje. Mi postura es que el “contacto con nativos es fundamental y lo estamos obviando”, y de cierta manera preferiría que dominaran en cualquier lengua los maestros nativos a los no nativos porque me parece que cubren mejor aspectos como el cultural y el del lado extremadamente práctico y sutil del idioma.

Rebe, no obstante, comenta lo siguiente: “Yo no creo que se trate tanto de que sean nativos o no, sino de que sí conozcan la cultura”, y agrega: “Yo antes de que hiciera mi CAE, nunca fui a Estados Unidos. Todo lo aprendí de la tele y de los videojuegos y la música, incluidos los idioms y los phrasal verbs, que son esenciales” (por cierto, para los idioms nos recomiendan aprendérselos en las series y para los phrasal verbs darles tratamiento de palabra normal).

Yo no puedo objetar el ejemplo de Rebe, pero me convenzo cada vez más de que “el nativo lo que te da es esa necesidad de hablar” y Carlos relata la historia de su maestra de japonés, que llegó a México sabiendo menos del 10 por ciento de español, pero a quien “la experiencia la obligó” a aprender. Y me gusta la palabra que usa Carlos: a veces hay que “sufrirlo”, dice él, sufrir el idioma. Creo que tiene toda la razón y de ahí mi postura: entre mexicanos, el inglés difícilmente se sufre, porque siempre queda el resquicio del español.


Las anotaciones olvidadas

En la parte final de la entrevista, le pregunto a Rebe lo siguiente, referente a su portugués: “¿En este último año tu mayor aprendizaje ha sido con nativos o a través de las series y de los libros?”

Ella lo piensa un poco y me responde de otra forma: “con la música”.

“Sí leo”, dice ella, “pero la verdad no se me queda nada. Y luego digo, voy a subrayar la palabra que no entiendo, la voy a buscar y voy a hacer mil oraciones. Simplemente no se me queda nada”.

Carlos concuerda: “Luego encuentro palabras nuevas y me propongo anotarlas. Tengo mi libreta donde tengo mis garabatos y pienso: <<Cuando la vuelva a ver no se me olvida porque ya sé qué es>>. No, no me funciona”.

Aquí sí hay unanimidad. Mis seiscientas hojas de anotaciones de alemán me han servido para nada y para nada. Nos pasa como cuando vamos por la calle y nos encontramos con alguien a quien sabemos que hemos visto antes, pero no podemos recordar ni dónde, ni cuándo, ni por qué.

En vez de las notas, Carlos prefiere parafrasear, buscar alternativas para decir lo que tiene que decir, incluso si no recuerda la palabra. Para aprenderse los vocablos, Carlos recurre a veces a la repetición y a veces a las imágenes. Yo, mientras tanto, les digo que a lo mejor la función de las notas es “pensar que se está aprendiendo o avanzando”.

Rebeca prefiere las frases de Instagram que no están diseñadas para que uno aprenda el idioma, “esas se me quedan”, dice ella. “Aquellas que están diseñadas para que me lo aprenda, esas no se me quedan”.

Carlos nos habla de los memes y Rebe también va por la misma ruta al señalar que las “cosas chistosas en Facebook” le sirven bastante.


Música ¿histórica?

Cuando parece que nuestra conversación llega a su fin, Carlos menciona a una banda, Sabaton, con la que aprendió mucho sobre hechos históricos. Y agrega: “hay una banda, Haggard, que me enseñó más historia que todo lo que vi en la escuela. Por ejemplo, hay canciones sobre Galileo y sobre Copérnico”.

“El hecho de que me lo tenga que aprender by heart, al menos en mí, causa corto circuito. Por ello trato de buscar formas alternas para volverlo significativo”, dice nuestro entrevistado, y vaya que sí lo ha logrado. De verdad, conozco a pocas personas como Carlos para convertir el dato en dato propio y la palabra anteriormente desconocida en vocablo que se posee.

La entrevista, plática, disertación, termina con un “no sé cuándo la vaya a publicar” mío, al que inmediatamente después le sigue un: “nada más era para viborearnos”.

Si la RAE ya acepta “viborear” como un sinónimo para “aprender de los mejores”, entonces sí, “nada más era para viborearlos”, para aprender de ustedes. Créanme que aprendo muchísimo de sus anécdotas, ideas y reflexiones.


Manos a la obra

Analicemos el método que estamos usando para mejorar nuestro inglés y veamos si no sería conveniente utilizar el método inverso. No desperdiciemos el tiempo ni pensemos que yendo a una clase, ya hemos hecho todo lo que nos corresponde. Los nativos es probable que sean necesarios, o al menos deseables, pero las notas no tanto. Y la música lo mismo nos sirve para acompañarnos mientras caemos dormidos que para aprender historia. Espero que los consejos y tips, así como las experiencias de Carlos y Rebe, les hayan servido tanto como a mí.


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