jueves, 23 de noviembre de 2017

Regresando a mi infancia en un país de adultitos

Juan Carlos García Valdés

El pasado fin de semana me fui de shopping aprovechando los descuentos del Buen Fin y el domingo por la mañana recalé en una de mis librerías favoritas. La verdad ya casi no compro libros porque la mayoría de los nuevos me parecen verdaderos bodrios, incluidos aquellos que escribí hace ya casi una década y con los cuales me forjé una breve, pero relativamente exitosa, carrera dramatúrgica, de la cual ya nadie se acuerda (¡qué bueno!).

En fin, que si hubiera más ¡Despertad, oh jóvenes de la nueva era!, de Kenzaburo Oé, o más Paul Watzlawicks o Walter Risos, yo lo compraría todo, pero por cada genio de Palo Alto hay cien farsantes y por cada autor que vale la pena, hay sesenta que son famosos y que daría lo mismo si volvieran a publicar un libro o no.

Entonces, se preguntarán, ¿a qué fui a la librería? Y la respuesta es: a sentir que era niño de nueva cuenta.


En la librería me encuentran...

Digo lo anterior porque últimamente a mí en esos sitios de estantes, páginas e historias, ya casi no me encuentran en las secciones para adultitos aburridos (perdón por el pleonasmo), sino ahí donde no quepo en las sillas y donde los libros están rodeados de tarjetas, juegos, muñecos a veces, varitas mágicas y ejemplares que al abrirlos se vuelven castillos y torrejones.

Me refiero, efectivamente, a la sección infantil, pero voy a ser sincero y voy a confesarles que yo voy directo a los libreros que tienen material en inglés.

Al pasar las páginas, me siento, de pronto, inmiscuido en las historias de Daisy y sus amigos, que lo mismo buscan combatir el clima caluroso que organizar el mejor picnic de los últimos años. 

Historias inconsecuentes, si se les quiere ver así, pero que me permiten regresar a esa infancia en la que Miss Celina y Miss Lulú, mis primeras maestras de inglés, me ponían a leer a Supersnake, mientras se iba de pesca, y a Monza, uno de mis libros favoritos, que, ya más grande, perdí como a menudo pierde uno lo importante en la vida: sin saber dónde se pudo haber quedado.

Cuando recuerdo a Supersnake y a sus secuaces, me digo totalmente convencido que antes no teníamos tanta tecnología a la mano, pero que los libros con los que contábamos eran mucho mejores que los que tenemos ahora.

De cualquier forma, es más probable encontrarse una joya en la sección para párvulos que en aquella en la que los supuestos consagrados no logran superar con sus palabras el valor del silencio.

Así andaba yo el domingo y después de encontrarme varias joyitas y complementarlas con tres publicaciones muy puntuales (un diccionario visual invaluable de Merriam Webster, un diccionario de idioms y un vocabulary builder) y de seguir mi peregrinaje adquisitivo, decidí mostrarles mis compras a mi familia.


La velada

Nos sentamos en la sala de los Paquillos, mi padre tomó un libro, mi hermana otro y mi madre un diccionario. Yo revisaba el libro de frases idiomáticas. De pronto, sin lesson plan de por medio ni reforma educativa a la vista, el aprendizaje se tornó visible. 

Mi hermana preguntó qué era daffodil y mis padres, con la ayuda de los diccionarios para bodoques, llenos de imágenes, se empezaron a preguntar distintas palabras. "¿Cómo se dice cepillo de dientes, ombligo, rehilete?", y cuando mi hermana tomó el diccionario visual, comenzó el descubrimiento de las demitasses y de los nails que no son uñas.

Con el libro de idioms nos entró la curiosidad por saber si algunas construcciones se usaban también en nuestra propia lengua. "¿Cómo se dice <<a tempest in a teapot>> o <<You're making a mountain out of a molehill>> en español?"

Mi madre preguntó cómo se decía garrote y la palabra cudgel se asomó. Yo propuse que nos imagináramos a una persona golpeando a otra muy bien peinada, con gel de por medio, con el garrote: el cudgel le pega al gel y cudgel ya no se nos olvida nunca más, aunque vayan ustedes a saber cuándo la utilizaremos.

En fin, que en dos horas aprendimos más palabras en inglés que las que aprenden muchos estudiantes durante su secundaria o prepa. 

Y no estoy exagerando: muchos alumnos universitarios todavía me preguntan qué es need, feet y horse y si antes daba por sentado que había vocablos que todos se sabían, ahora sé que la gran mayoría sólo estuvo sentado calentando el asiento (le pese a quien le pese), como el Secretario de Educación, que sólo está sentado esperando a ver si algún día se le hace ser presichiste.

(Este es, pues, el país de los sentados y si aún no me creen, visiten la oficina de gobierno que les quede más cercana y me dicen si alguien está haciendo algo que valga la pena o si la mayoría nada más están dejando pasar el tiempo, mientras ven los nuevos collares que llevó la señora de los martes, los zapatos del catálogo de 44 páginas, y mientras revisan sus estados de WhatsApp. Una vida muy productiva, claro está).


¿Y la planeación?

Total, que hubo aprendizaje, pero después yo empecé a sentirme un poco mal: ¿Dónde estaba nuestro programa? ¿Dónde estaba nuestra planeación? ¿Dónde estaba nuestro plan de trabajo semanal, mensual, bimestral, semestral? ¿Cuándo habíamos tenido nuestra junta de seguimiento o nuestro consejo técnico?

¡No, no, no! ¡Toda esa velada fue una farsa! El aprendizaje no puede existir sin todo lo anterior. El aprendizaje debe estandarizarse y ahí cada quien tomó el libro que le vino en gana. El aprendizaje no puede surgir de la nada. Es preciso planearlo, hasta el más mínimo detalle. ¿Cómo le diremos a Nuño cuáles eran nuestros aprendizajes esperados? Oh my God!!!!!

Si la SEP o el British Council nos hubieran observado, nos habrían hecho un cúmulo de recomendaciones: que si el control de grupo, que si el fundamento teórico, que si los objetivos de clase, que si la manga del muerto, que si a Chuchita la bolsearon, y francamente habría sido un halago, porque, como dicen por ahí, "hay gente que no te conviene que hable bien de ti".

Mientras disfrutábamos de la tarde, con botanas y una que otra cerveza de por medio ("¿Comieron en clase?? ¿Y también bebieron?? Santa María, Madre de Dios") y mientras una pregunta sucedía a la otra, yo recordé a Iván Illich y su idea de la educación desescolarizada.


¿No cabría pensar que la familia podría ser más efectiva que la escuela en cuanto al aprendizaje se refiere?

La respuesta, le pese a quien le pese, nuevamente, es afirmativa. O bueno... lo sería, si tan sólo la familia mexicana no estuviera rota. Pero lo está y entonces, las personas en vez de sentarse un sábado a ver libros y a jugar, van y secuestran a quien se sube a un taxi, violan a la que decidió ponerse falda y matan al que cometió la osadía de salir en bici.

Siguiendo las palabras de Jordan Peterson: las personas que no ocupan bien su tiempo es muy probable que lleven una vida patológica y si muchas personas llevan una vida patológica, la sociedad es patológica: un infierno, como el México actual.

Esas personas, que roban, violan y matan, no tienen familia ni tienen madre (o las tienen, pero son patológicas). Sin embargo, tampoco tuvieron maestros que les corrigieran, tutores que los orientaran, ni autoridades que les pusieran un hasta aquí.

¿Por qué? Porque todos estaban sentados, revisando el catálogo, esperando a ver si agarraban la siguiente chambita, incluyendo a muchos padres y madres de familia que sólo tienen hijos por tenerlos y a los que no les importa el futuro de sus vástagos.

A esos padres que quieren seguir viviendo como si no tuvieran hijos deberíamos de mandarlos a la cárcel, porque lo único que están haciendo es contribuir a que tengamos cada vez más un país perdido y sin valores. Pero también deberíamos de enviar a la cárcel a Nuño y al presichiste y a todos los maestros que sólo están sentados, esperando a ver qué les depara el día, sin darse cuenta de su rol fundamental.


Para finalizar...

A este país le faltan historias de Daisy, inconsecuentes, si se les quiere ver así. Este país se llenó de la estulticia adulta: burocracia, aburrimiento y ego.

¿Quién juega ya realmente? ¿Quién aprende porque disfruta hacerlo? ¿Quién se libera de la presión de la sociedad patológica en la que vivimos y tiene el valor de ser niño nuevamente? Casi nadie y se nota. Se nota en las escuelas, en el gobierno y en las calles mismas. Se nota en la cantidad de juntas y comités. Se nota en el "buenos días" apagado. Se nota y, no obstante, la mayoría sigue sentada, esperando que cambie lo que, parece, no cambiará.


Manos a la obra

¡Despertad, oh jóvenes de la nueva era! ¡Y despertad también adultitos, que han estado soñolientos las últimas décadas! Despierten y hablen inglés. Despierten y disfruten de una velada. Despierten y aprendan lo que consideraban inaprensible. Despierten, por lo que más quieran.

Puedes compartir cualquier duda, pregunta, comentario o sugerencia escribiendo al correo electrónico juan.garciavaldes@cadlenguas.com

Visita CAD Lenguas en Facebook: 
 y dale like a nuestra página.

¿Interesado en una clase de inglés en la que realmente puedas aprender y avanzar? Comunícate conmigo al 722-6113296 (WhatsApp).

No hay comentarios:

Publicar un comentario