Juan Carlos García
Valdés
En la primera parte de esta entrevista, Rebeca y Carlos nos
contaron la manera en la que los videojuegos tuvieron una influencia mayúscula
en su proceso de aprendizaje del inglés. Ahora toca abordar otros temas no
menos importantes y sin más preámbulo le doy la palabra nuevamente a mis dos
invitados.
El método inverso
Nuestra entrevistada, Rebe, pasó de no saber nada de
portugués antes de 2013 a tener un nivel avanzado en 2016 y cuando me permití
congratularla por ese logro (imagínense que hoy no saben nada de inglés y que en
tres años son un fenómeno), ella arguyó que “el portugués es fácil”.
Yo admito que como hispanoparlantes, al parecerse tanto un
idioma y otro, la lengua de Pelé y de Pessoa ofrezca sus bondades, pero si
fuera tan sencillo pues hasta Peña Nieto estaría falando, cosa que no sucederá a menos que el presichiste se vaya a
vivir a Copacabana, pero no por Caleta mijo,
sino en el cono sur.
Rebe jamás vivió cerca de Río o de Lisboa, si bien le tocó
viajar a tierras brasileñas en su momento, y ella admite algo que a más de uno
le puede sorprender: “Nunca fui a una clase. Jamás pisé un salón”.
¿Entonces cómo le hizo para llegar a dicho nivel? Ella misma
nos lo cuenta: “Yo al principio sólo leía y escuchaba (…) y durante mucho
tiempo, como un año, yo no hablé nada. (…) Yo siento que si hubiera ido a
clases, desde un principio me hubieran obligado a hablar y no me pasó así”.
“Me daba pánico”, continúa Rebe, “porque no me sentía segura;
lo entendía, pero no sabía hablarlo, y yo me cohibía mucho y decía <<si
no lo hablo bien, ya no lo quiero hablar>>”.
Nuestra entrevistada resume su proceso de aprendizaje de la
siguiente forma: “el primer año fue de entenderlo, ya después empecé a
practicarlo más y el último año me enfoqué en gramática, aspectos en los que tenía
mucha duda: ver cuál era la regla”.
¿No les parece, queridos lectores, que el método de Rebe, que
le funcionó muy bien, es precisamente el opuesto al que se usa a diestra y
siniestra en el sistema educativo mexicano y que no funciona ni por equivocación?
En las escuelas, primero nos meten gramática, luego nos piden que lo
practiquemos y rara vez se van atendiendo las lagunas que quedan en la
comprensión oral. Rebe, por el contrario, dejó la gramática hasta el final y se
centró primeramente en la comprensión: una forma mucho más natural de aprender.
Música antes de ir a la
cama
Algo que me parece también digno de resaltar es la manera en
la que nuestra entrevistada comenzó a practicar: “Ponía la música, la dejaba y
me dormía. Ya después me la iba aprendiendo y ya con la pronunciación correcta.
Entonces ya me sentía más confiada y decía <<ya puedo hablar>>”.
Yo lo he intentado con diálogos más que con música y puedo
constatar que funciona. De verdad.
El daño de las clases
Cuando le pregunto a Rebe si le pasó lo mismo con su alemán,
idioma que también aprende, ella emite un “ash” y luego agrega: “No, en alemán
no me pasó así. En alemán siempre fui a clases. Sí entiendo y me iba bien en
los exámenes, pero ya para hablar me cuesta mucho”.
A mí el hecho de que con clases no le haya funcionado tanto
ya me causa un poco de ruido. Carlos parece estar de acuerdo y comenta lo
siguiente: “Yo creo que ese es el punto clave: hasta que lo haces práctico y
también te desinhibes un poco y te dejas de prejuicios, de pensar que te van a
regañar si digo esto mal, es cuando puedes avanzar”.
Carlos acaba de iluminarnos el panorama. ¡Cuántos prejuicios
no tenemos en nuestro país! Que si nuestra pronunciación no nos gusta, que si
nuestra voz no es la adecuada, que si no hablamos porque no nos sabemos los
tiempos, que si nos sabemos los tiempos porque no hablamos. Y no sólo eso, amigo,
sino que también está esa otra parte que bien mencionas: necesitamos hacerlo
práctico y, sin embargo, parece que hay una encrucijada por hacerlo tedioso.
(las clases no sólo sirven poco, sino que terminan por obstaculizar).
Ya que hablamos de la cuestión práctica, Carlos nos da
ejemplos de cómo practicaba en la prepa: con caricaturas, con películas,
centrándose en aspectos culturales, haciendo valer el dicho de que “el interés
tiene pies” y mostrando que se aprende mucho, sobre todo, fuera del aula y del
programa oficial.
Nuestro entrevistado añade que “aunque cometas errores, hay
que hablar con seguridad; si lo haces así, los nativos no te van a decir nada”
y eso nos lleva al hecho de que…
También los nativos
cometen errores
Y Rebe, que es cruel, nos pregunta que cómo se dice roer en
presente del indicativo: Yo no doy una y Rebe dice que hay tres opciones.
Carlos, cuándo no, da la primera respuesta correcta: “roo” (como en Quintana
Roo). Segundos después Rebe nos da la segunda: “yo royo” (¡en mi vida la
hubiera tenido bien!) y es verdad que la RAE acepta también “roigo” (que jamás
usaré).
La cuestión del tiempo
Carlos nos cuenta que desafortunadamente ya no puede
practicar mucho japonés porque llega bastante cansado y a mí me gustaría que
todo estudiante de nivel licenciatura leyera esto doscientas cuarenta y seis
veces. ¡Cuántas ocasiones no le he escuchado a mis alumnos eso de que “no
practico porque tengo muchas cosas que hacer”!, cuando la verdad es que tendrán
mucho más en los años venideros, cuando egresen y comiencen su vida laboral. Lo
único que no regresa es el tiempo, se los digo con conocimiento de causa.
También los nativos son
necesarios
La parte en la que hay más discrepancia en la plática es
cuando hablamos de la necesidad de tener nativos en el proceso de aprendizaje.
Mi postura es que el “contacto con nativos es fundamental y lo estamos
obviando”, y de cierta manera preferiría que dominaran en cualquier lengua los
maestros nativos a los no nativos porque me parece que cubren mejor aspectos
como el cultural y el del lado extremadamente práctico y sutil del idioma.
Rebe, no obstante, comenta lo siguiente: “Yo no creo que se
trate tanto de que sean nativos o no, sino de que sí conozcan la cultura”, y
agrega: “Yo antes de que hiciera mi CAE, nunca fui a Estados Unidos. Todo lo
aprendí de la tele y de los videojuegos y la música, incluidos los idioms y los phrasal verbs, que son esenciales” (por cierto, para los idioms nos recomiendan aprendérselos en
las series y para los phrasal verbs
darles tratamiento de palabra normal).
Yo no puedo objetar el ejemplo de Rebe, pero me convenzo cada
vez más de que “el nativo lo que te da es esa necesidad de hablar” y Carlos
relata la historia de su maestra de japonés, que llegó a México sabiendo menos
del 10 por ciento de español, pero a quien “la experiencia la obligó” a
aprender. Y me gusta la palabra que usa Carlos: a veces hay que “sufrirlo”,
dice él, sufrir el idioma. Creo que tiene toda la razón y de ahí mi postura:
entre mexicanos, el inglés difícilmente se sufre, porque siempre queda el
resquicio del español.
Las anotaciones
olvidadas
En la parte final de la entrevista, le pregunto a Rebe lo
siguiente, referente a su portugués: “¿En este último año tu mayor aprendizaje
ha sido con nativos o a través de las series y de los libros?”
Ella lo piensa un poco y me responde de otra forma: “con la
música”.
“Sí leo”, dice ella, “pero la verdad no se me queda nada. Y
luego digo, voy a subrayar la palabra que no entiendo, la voy a buscar y voy a
hacer mil oraciones. Simplemente no se me queda nada”.
Carlos concuerda: “Luego encuentro palabras nuevas y me
propongo anotarlas. Tengo mi libreta donde tengo mis garabatos y pienso:
<<Cuando la vuelva a ver no se me olvida porque ya sé qué es>>. No,
no me funciona”.
Aquí sí hay unanimidad. Mis seiscientas hojas de anotaciones
de alemán me han servido para nada y para nada. Nos pasa como cuando vamos por
la calle y nos encontramos con alguien a quien sabemos que hemos visto antes,
pero no podemos recordar ni dónde, ni cuándo, ni por qué.
En vez de las notas, Carlos prefiere parafrasear, buscar
alternativas para decir lo que tiene que decir, incluso si no recuerda la
palabra. Para aprenderse los vocablos, Carlos recurre a veces a la repetición y
a veces a las imágenes. Yo, mientras tanto, les digo que a lo mejor la función
de las notas es “pensar que se está aprendiendo o avanzando”.
Rebeca prefiere las frases de Instagram que no están
diseñadas para que uno aprenda el idioma, “esas se me quedan”, dice ella.
“Aquellas que están diseñadas para que me lo aprenda, esas no se me quedan”.
Carlos nos habla de los memes y Rebe también va por la misma
ruta al señalar que las “cosas chistosas en Facebook” le sirven bastante.
Música ¿histórica?
Cuando parece que nuestra conversación llega a su fin, Carlos
menciona a una banda, Sabaton, con la que aprendió mucho sobre hechos
históricos. Y agrega: “hay una banda, Haggard, que me enseñó más historia que
todo lo que vi en la escuela. Por ejemplo, hay canciones sobre Galileo y sobre
Copérnico”.
“El hecho de que me lo tenga que aprender by heart, al menos en mí, causa corto
circuito. Por ello trato de buscar formas alternas para volverlo
significativo”, dice nuestro entrevistado, y vaya que sí lo ha logrado. De
verdad, conozco a pocas personas como Carlos para convertir el dato en dato
propio y la palabra anteriormente desconocida en vocablo que se posee.
La entrevista, plática, disertación, termina con un “no sé
cuándo la vaya a publicar” mío, al que inmediatamente después le sigue un: “nada
más era para viborearnos”.
Si la RAE ya acepta “viborear” como un sinónimo para “aprender de los mejores”, entonces sí, “nada más era para viborearlos”, para aprender de ustedes. Créanme que aprendo muchísimo de sus anécdotas, ideas y reflexiones.
Manos a la obra
Analicemos el método que estamos usando para mejorar nuestro
inglés y veamos si no sería conveniente utilizar el método inverso. No
desperdiciemos el tiempo ni pensemos que yendo a una clase, ya hemos hecho todo
lo que nos corresponde. Los nativos es probable que sean necesarios, o al menos
deseables, pero las notas no tanto. Y la música lo mismo nos sirve para
acompañarnos mientras caemos dormidos que para aprender historia. Espero que
los consejos y tips, así como las experiencias de Carlos y Rebe, les hayan servido
tanto como a mí.
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