jueves, 28 de septiembre de 2017

El regalo de la libertad y la valentía: Bases para replantearnos casi todo, incluido el aprendizaje del inglés

Juan Carlos García Valdés

Las cosas cambian cuando uno menos se lo espera y mi vida cambió una noche de viernes de 2006. Se preguntarán ustedes si conocí al amor de mi vida, si me puse malacopa y me accidenté, si me volví fan del Cruz Azul o si me detectaron una enfermedad que sólo la alegría es capaz de curar, pero nada de eso ocurrió. La verdad es que mi vida cambió al estar viendo un programa de televisión. Les cuento qué pasó.


Lo que ocurrió

Ese viernes estaba yo cambiándole de un canal a otro, sin decidirme por algún contenido en especial, cuando de pronto me encontré con un programa, cuyo nombre no recuerdo, pero que refutaba prácticamente todo lo que se conoce del SIDA. En pocas palabras, las personas entrevistadas, científicos, doctores, enfermos, periodistas, y creo que hasta un Premio Nóbel, señalaban que el VIH no era la causa del SIDA y que todo era parte de un gran engaño o un gran error.

Honestamente, me llamó la atención que una postura tan abiertamente disidente fuera tratada en televisión abierta, pero lo que literalmente me cambió la vida fue el hecho de que por primera vez puse en entredicho todos los paradigmas que habían regido mi existencia.

Si nos podían estar engañando con el SIDA, la supuesta gran epidemia de finales del Siglo XX, nos podían estar engañando con casi todo lo demás. Así, mi mente se empezó a interesar por otros temas y pronto me vi leyendo y cuestionando las supuestas verdades del cáncer, del falso calentamiento global, de Auschwitz, de la llegada del hombre a la luna y del 11 de septiembre, entre muchos otros más.

No es que siempre me haya convencido la versión disidente de cada tema. Así las cosas, por ejemplo, la versión de la tierra plana me parece muy difícil de creer, si bien siempre guardo una duda razonable, pero la versión oficial del 11 de septiembre, esa sí, me parece ridícula. 

Después de haber visto cientos de videos, documentales y entrevistas, cada vez mi intuición me dice más y más que el 11 de septiembre de 2001 no hubo aviones que se impactaran contra el WTC; de haberlo hecho, una parte del avión habría caído al suelo, pero en las imágenes repetidas una y mil veces, los supuestos aviones logran pasar íntegramente las estructuras de acero, algo que es, por decir lo menos, inaudito y parece más bien resultado de un trabajo de efectos especiales distribuido en contubernio con los grandes medios de comunicación.

No me interesa convencer a alguien de algo, pero sí soy una persona a la que no le gusta dejarse llevar por lo que la borregada dice o por lo que los libros científicos señalan, sobre todo, en un período en el cual, la ciencia está, en gran medida, al servicio del mejor postor.


El mundo es pequeño

Saltemos del 2006 al 2010. Un buen día de julio, uno de mis dos mejores amigos me invita a desayunar a su casa y yo acepto con gran alegría. Para ese entonces, mi cabeza ya es un cúmulo de disidencias que busca sobrevivir en un mundo que se ha convertido en un sinfín de mentiras.

Toco a la puerta, mi amigo abre y nos dirigimos al desayunador. Para mi sorpresa, ese día el papá de mi amigo está en casa (normalmente estaba de viaje atendiendo asuntos de sus empresas). No es que no lo conozca, pero ciertamente he convivido poco con él. Muy amable me pregunta qué quiero y cuando respondo que huevos revueltos con jamón, él mismo se ofrece a prepararlos.

En el desayuno hablamos mi amigo, su papá y yo de distintas cosas, lo mismo de siempre: la familia, el futbol, la política y poco más. Pero todo cambia cuando minutos después de haber terminado, mi amigo recibe una llamada y se disculpa por unos minutos.

Nos quedamos solos en la mesa, el papá de mi amigo y yo. Yo no sé de qué hablar ahora, pero él toma la batuta y me pregunta por mis libros (en aquel entonces yo me dedicaba a escribir obras de teatro y ya se habían publicado tres de ellas). "Todo va bien", le respondo. "Estoy viendo las opciones para el siguiente proyecto", le digo.

"¿Sabes?", dice él. "A mí me gustaría escribir un libro y tomando en cuenta que tú ya has escrito algunos, creo que podrías ayudarme". Yo asiento y con curiosidad le pregunto qué tiene en mente. "¿Sería una novela, una obra de teatro, algo sobre su experiencia empresarial?"

Él por primera vez luce incómodo. Guarda silencio por un momento y después agrega: "Tal vez te vaya a sonar extraño todo esto Juan Carlos, pero yo hace algunos años produje un programa sobre el SIDA". Mi mente se ilumina. "Un programa que fue muy controversial", dice. "Y ahora me gustaría escribir un libro sobre esa misma idea". Cuando estoy a punto de intervenir, él continúa: "Pero no trata de lo que sabemos del SIDA, sino de lo que nos han ocultado. Lo siento, pero tal vez tú no sepas nada de esto".

"Lo sé todo", le contesto y luego le menciono los nombres de varios disidentes renombrados: Peter Duesberg, Kary Mullis y Christine Maggiore. "Yo vi ese programa; yo vi ese programa y ese programa cambió mi vida".

El papá de mi amigo sabe de lo que estoy hablando. Él sabe que estoy mencionando nombres prohibidos, casi tabúes, e inmediatamente me pide que lo acompañe a una bodega cerca del jardín de su casa. "¿Has leído el libro de Christine (Maggiore)?", me pregunta y yo digo que no. "No sé dónde encontrarlos", respondo. Caminamos hasta una cómoda y mientras yo me pregunto qué sacará de ahí, él dice: "Yo lo tengo. Tengo muchos libros de este tema. Ten. Te regalo el de Christine y también el de Peter Duesberg".

Desde ese momento, atesoro ese par de libros como pocas cosas en la vida y ahora que el papá de mi amigo ya falleció, de vez en cuando regreso a ellos y me acuerdo de su valentía para tratar temas que a otras personas les parecen innecesarios o incómodos; me acuerdo de su valentía para, sin saberlo y sin planteárselo, cambiar mi vida para siempre. Si pienso en libertad, pienso en ¿Qué tal si todo lo que crees acerca del SIDA FUERA FALSO? (Maggiore) y en Oncogenes, aneuploidía y SIDA (Duesberg) y recuerdo su promesa que ya no llegó a concretarse: "Un día voy a traer a la casa a Roberto (Giraldo; otro de los grandes disidentes), para que le preguntes todo lo que quieras".


Valentía y libertad contra imposición y silencio

El papá de mi amigo me legó esos dos valores: valentía y libertad, y pronto descubrí que si se puede hablar con valentía y libertad de un tema tan espinoso como el SIDA, también deberíamos de hacerlo en torno a los temas que nos importan personalmente.

No se trata de firmar declaraciones como las de Durbán, en las que un grupo de científicos negocia o impone la ciencia, que más bien parece religión, sino de debatir abiertamente sobre las mejores maneras de resolver problemas específicos. Pero claro que con la cantidad de intereses de los gobiernos, la élite y la industria farmacéutica, eso es complicado. Ellos no buscan soluciones, sino el crecimiento de un negocio, sin importar si eso tiene como consecuencia más enfermedad y más represión.


El tema que a mí me importa

Una voz tan disidente como la mía entra siempre con mucha cautela y sospecha a revisar los libros, las publicaciones y las supuestas verdades absolutas y cuando estudié mi licenciatura, esto no fue la excepción.

Mis maestros me decían que me leyera un libro o el otro y yo después de cinco páginas me convencía de que eran una sarta de barrabasadas.

Mis maestros me decían que el inglés se aprendía de una forma y toda mi experiencia refutaba lo que ellos decían. "Pero lo dicen los libros Juan Carlos", a lo que siempre responderé: "Pues los libros pueden irse a la basura". 


La relación entre los medicamentos tóxicos y las clases

El libro que ya les mencioné de Christine Maggiore, ese regalo de aquella mañana de julio, está repleto de frases como las siguientes:

"Son esos medicamentos, y no el virus, los que matan a las personas que resultan positivas" (Maggiore, p. 158).
Michael Koslosky.

"No creo haber estado enferma de SIDA, pienso que me envenenó el AZT" (Maggiore, p. 162).  (El AZT es un medicamento antirretroviral).
Kris Chmiel.

"Soy un sobreviviente porque alguien tuvo la valentía de decirme la verdad sobre la mentira del VIH=SIDA=Muerte. Me refiero a una mala ciencia, en manos de un mal gobierno" (Maggiore, p. 174).
Scott Zanetti.

"(...) Para entonces, varios de mis amigos habían sido diagnosticados con SIDA, a todos les dieron AZT, y todos se murieron en menos de un año" (Maggiore, p. 158).
Don McCoy.

"(...) Resulté positiva en 1989 y he vivido con bienestar y sin medicamentos durante diez años. (...) Después de ver a mis amigos enfermar y morir debido a que se han sometido a terapias de fármacos para el SIDA, decidí que las medicinas para el VIH son un veneno (...)" (Maggiore, p. 154).


El proceso de la muerte

Sin querer convencer a nadie, el proceso descrito por muchísimos enfermos parece ser, en términos generales, el siguiente: 1) reciben un diagnóstico positivo de VIH, si bien no tienen síntomas o molestias; 2) el impacto del diagnóstico hace que su sistema inmunológico se vea afectado, 2) se les administra un conjunto de medicamentos tóxicos; 3) después de no mucho tiempo fallecen.

Este proceso, extremadamente simplificado aquí, deja entrever que muy probablemente la causa de los decesos sea la medicina y no la enfermedad en sí.


Paralelismos

Analicemos la enfermedad que más nos interesa aquí: la imposibilidad de aprender inglés. En un momento dado recibimos un diagnóstico que en este caso llamaremos negativo o simplemente nos empecinamos en crearlo: "a usted el inglés no se le da", nos dicen muchos de nuestros maestros o "a mí el inglés simplemente no me entra", es lo que nos repetimos una y otra vez.

El impacto de esta supuesta realidad hace que nuestra motivación y nuestra disciplina se vean seriamente mermadas. ¿Para qué repasar o practicar si no hay forma de que yo aprenda?

En este momento, viene la receta médica. "¿A usted no se le da el inglés? Le tenemos la medicina perfecta: un curso por aquí, otro por allá y muchos más después, todos cargados de gramática y cosas innecesarias". El alumno no entiende nada y culpa al maestro, al sistema, a Dios padre, a sí mismo y a lo que se le ponga enfrente. "¿Ya vieron cómo el inglés a mí no me entra?"

Cada clase a la que asiste lo convence más de que la lengua inglesa no es un idioma que sea para él o para ella. Su deseo de aprender fallece. Le queda un remordimiento permanente hacia ese idioma difícil. Así vamos formando una nación de monolingües frustrados, como la industria farmacéutica va creando un pueblo de enfermos. Lo que parecía el remedio, termina por matar.

Los que se abstienen de la toxicidad se salvan; los que se abstienen de las clases avanzan y aprenden. ¡Vaya paradoja! Pero a nosotros no nos gusta detenernos a pensar. Todo hay que vivirlo rápido, con prisas y seguir creyendo que hay aviones que se incrustan en estructuras de acero.

¡¡Valentía y libertad para transformar, revolucionar y replantear el aprendizaje del inglés!!! Pero esa valentía y esa libertad no se piden, se arrebatan.


Manos a la obra

El aprendizaje del inglés, como la cura de muchas enfermedades, como muchos otros aspectos de nuestras vidas requieren un replanteamiento severo. Necesitamos alejarnos de los paradigmas tradicionales con los cuales nos hemos envenenado. VIH=SIDA=Muerte. Clases=Aprendizaje=Inglés.

No enunciemos una verdad absoluta, no desarrollemos nuestra propia Declaración de Durbán. Escuchemos lo que nuestra intuición nos dice. No nos dejemos llevar por lo que la mayoría piensa, si es que la mayoría acaso piensa.


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jueves, 21 de septiembre de 2017

Reflexión sobre el 19 de septiembre enfocada al inglés

Juan Carlos García Valdés

Es difícil escribir ante lo ocurrido hace apenas dos días. Lo que se suponía una conmemoración más de la fatalidad, de pronto, dejó de ser recuerdo y simulacro y dio paso a un vaivén que nos dejó boquiabiertos y tremulantes. La herida que lentamente iba cerrando, si bien nunca cerraría por completo, se abrió de tajo cuando el reloj marcó las 13 horas con 14 minutos de otro fatídico 19 de septiembre.

Me tocó vivir la sacudida con la calma desesperante que me caracteriza. En un primer momento, no me inmuté siquiera, y sólo cuando vi que todos desalojaban el restaurante en el que me encontraba, me dispuse también a abandonar el lugar. En el proceso, cometí, creo yo, varios errores: no pararme de inmediato, quedarme muy cerca de un ventanal, una vez que estaba fuera, y probablemente regresar pronto al sitio. Estos errores no resultaron trágicos, pero tal vez demuestran que todavía hay muchas mejoras que hacer en la propia cultura de prevención.


Dos diecinueves de septiembre

Resulta arduo comparar los sucesos de 1985 y de 2017, si bien para los anales quedarán las lamentables cifras de heridos y fallecidos, de edificios y estructuras derrumbadas y la propia magnitud en las escalas sismológicas. Sin embargo, quizás podamos decir que, a pesar de lo trágico que resultaron los eventos de esta semana y a pesar de que falta mucho por hacer, el sismo de este año nos encontró mejor preparados que el de hace tres décadas.

Los infortunios han hecho que nos preparemos y que tomemos conciencia. Los mexicanos somos muy dados a la broma, pero veo a muy pocos que despilfarren la vacilada y la mofa en estos momentos críticos. También es cierto que desde ayer hemos escuchado que ha habido casos de asaltos y rapiña, menores en número, afortunadamente, a los casos en los que la gente ha mostrado su apoyo y solidaridad. Es bajo circunstancias como estas en las que las esencias se magnifican y lo bueno y lo malo no son la excepción.

Es por supuesto lógico que un país con tanta actividad sísmica haya avanzado tanto en materia de prevención como en cuanto a contención de daños se refiere, haciendo hincapié en que hay mejoras que se vislumbran como urgentes y en que mientras siga habiendo pérdidas humanas, seguramente nos tendremos que replantear varias directrices.

Es por supuesto lógico que un país como el nuestro tenga una cultura de prevención ante los terremotos mucho más desarrollada que naciones como Alemania u Holanda, países avanzados por donde se les quiera ver, pero que no registran una actividad sísmica tan fuerte y tan frecuente como la que se suscita en territorio mexicano. Hasta aquí podrán decir que lo que escribo es algo muy sencillo de identificar y concuerdo con ustedes. Sin embargo, en otras áreas estas obviedades no resultan tan claras y me abocaré aquí a una en específico: el inglés.


En el inglés, las obviedades no son tan obvias

Así como México se caracteriza por la frecuencia con la que padece terremotos, nuestro país también se destaca, para bien y para mal, por ser el que más concentra su actividad comercial con otra nación: el 80% de todo lo que exportamos lo hacemos a Estados Unidos y si sumamos a ello que compartimos una frontera de más de 3 mil kilómetros (ningún otro país no angloparlante en el mundo tiene una frontera tan larga con uno que sí lo es) entonces sería lógico pensar que el inglés de los mexicanos tendría que ser excelente. No obstante, la realidad, conocida por todos, es muy diferente.

Cuando el terremoto del 19 de septiembre de 1985 destruyó la Ciudad de México y otras áreas del país, el que hoy escribe esta entrada de blog todavía no había nacido, pero por lo que me han contado y por lo que he visto, tampoco hace falta ser muy hábil para ello, el dolor que causó ese suceso dejó una huella en la colectividad mexicana que ya jamás se borraría. El 19 de septiembre se convirtió en una fecha tan icónica como el mismo 15 o 16.

Me imagino, pues, que dentro del sufrimiento de aquella fecha, hubo ya muchas personas que se preguntaron cuándo vendría el siguiente temblor y ciertamente la espera aquella vez duró menos de dos días, pues el 20 de septiembre de 1985, un poco después de las siete y media de la noche, el miedo se apoderó de nueva cuenta de los habitantes de nuestra nación.

En una región tan sísmica como la nuestra, la pregunta no es si habrá o no otro terremoto, sino cuándo será. Del gran sismo del 28 de julio de 1957 al de 1985 pasaron 28 años y de ese al de 2017 transcurrieron exactamente 32. Esta certeza ha hecho que nos preparemos cada vez más y ojalá que en el próximo gran sismo las afectaciones y los decesos sean mucho menores, incluso nulos. Pero para eso hay que trabajar día tras día, en la seguridad de nuestros edificios, en la realización de simulacros, en el equipamiento de nuestras brigadas y en todo aquello que haga de nuestra cultura de la prevención y de la contención de daños una mucho más desarrollada.


Certezas

Si hablamos de certeza en el campo de los movimientos telúricos (me refiero exclusivamente al hecho de que ocurrirán y obviamente no a las fechas), también es posible hablar de certezas en el campo del idioma inglés. Nuestro país, por su ubicación geográfica y por sus lazos comerciales, requiere profesionistas y trabajadores con un excelente nivel de dicha lengua. Si fuéramos Paraguay, Uzbekistán o Croacia, tal vez (y sólo tal vez) nos lo podríamos pensar un poco, pero México no se puede dar ese lujo.

Los avances en materia de prevención no se pueden atribuir a una sola persona o a un solo grupo. Las familias, las escuelas e incluso el gobierno han contribuido a que dicha cultura se desarrolle. Sin embargo, han sido estos mismos entes (familias, escuelas y gobierno) los que deliberadamente o sin quererlo han obstaculizado el aprendizaje del inglés en nuestro país. Aunado a lo anterior, el individuo también debería responsabilizarse y si al principio de este texto les comenté que yo había cometido algunos errores en el momento del sismo, no es menos cierto que los aprendices de este país han sido muy pasivos en lo que a mejorar su nivel de inglés se refiere y han preferido esperar a ver qué les da la escuela o el gobierno, en vez de volcarse a desarrollar sus habilidades en lengua inglesa, incluso a pesar de las malas decisiones escolares y de las malas políticas públicas.


Lo que ha hecho falta en este país

Creo firmemente que todo lo que triunfa es porque va acompañado de una visión. No avanza más el que más se mueve, sino el que se mueve siempre tratando de conseguir un objetivo concreto y estoy convencido de que a este país siempre le ha faltado una visión clara con respecto al idioma inglés. Se habla de que se quiere tener un país bilingüe y bien preparado, pero se carecen de metas claras y casi todo muere en el mar de la burocracia y de la apatía.

En el futuro habrá otro terremoto que nos estremecerá y que medirá de nueva cuenta qué tan bien o mal preparados estaremos. Ojalá que no haya pérdidas humanas que reportar y que todo quede en daños materiales. No sabemos si será en 28 años o en 32 o tal vez en algunos meses, pero les aseguro que para esa ocasión, muchas personas tendrán una cultura de prevención y contención de daños mucho más efectiva que la que tenemos el día de hoy. Lo que no me queda muy claro es qué nivel de inglés tendremos en los próximos lustros o en las próximas décadas.

Por ahora, no expondré toda la visión que me gustaría que mi país tuviera en torno al idioma más hablado del mundo, pero sí compartiré con ustedes algunas metas que, creo, podrían ir definiéndola.


Metas

Para 2023
El 100% de los egresados de nivel licenciatura aprueban el examen FCE (Nivel B2).

Para 2028
El 100% de los egresados de nivel licenciatura aprueban el examen CAE (Nivel C1).

Para 2033
El 100% de los egresados de nivel licenciatura aprueban el examen CPE (Nivel C2).

A algunos les parecerán metas imposibles y a otros metas a muy largo plazo. Yo lo que les digo es que lo único imposible es que cambiemos esta realidad si no hay metas claras y una visión bien definida. Por ahora he compartido con ustedes sólo las metas. Partamos de ahí para desarrollar la visión.


Manos a la obra

Las certezas están ahí afuera. Así como hemos avanzado como país en algunos aspectos, no podemos permitirnos no dar pasos de gigante en cuanto a la mejora del nivel de inglés se refiere. No nos esperemos a que papá gobierno actúe o a que las escuelas tomen las mejores decisiones. Si somos estudiantes, padres de familia o maestros tenemos mucho qué decir al respecto, pero también mucho qué hacer.

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jueves, 14 de septiembre de 2017

Échense unos puns para mejorar su inglés

Juan Carlos García Valdés

El vocabulario es fundamental para mejorar cada una de nuestras habilidades y hay muchas palabras que están latentes, esperando a que nosotros demos sólo un paso pequeño para conquistarlas, son vocablos a los que nos bastaría incluirles una o dos letras, hacerles uno o dos cambios y listo Jalisco, este arroz ya se coció.

Hoy usamos las asociaciones y las pequeñas historias para incrementar nuestro ¡viva léxico! Vivan las palabras que nos dieron patria y libertad, vivan las palabras que nos aprendimos de Hidalgo, las que nos aprendimos more (or) loss, las que sólo se sabe la corregidora, las que nos aprendimos en Allende, a una calle de Aldama y a dos de Galeana, sólo no se aprendan las palabras para matar morros, viva el guerrero que no cesa de aprender, viva la independencia para hablar, ¡viva el léxico!, ¡viva el léxico!, ¡viva el léxico!


La 'h' busybody y la vegetación

Si hablar con 'f' nos da estilo, ponerle una 'h' a algunas palabras nos da una ventaja competitiva.

¿Y ustedes ya compraron su ticket para ver al matorral? ¿No sabían que es necesario? Pues resulta que si a ticket le agrego una 'h', thicket, la palabra matorral se vuelve parte de mi baraja.

Lo mismo sucede si queremos ir a un arbusto, que es mejor ir en camión, pues en bus al bush (arbusto, como George W.) se llega más rápido. Yo sé que en la mayor parte de Iberoamérica, camión es una cosa y autobús es otra, pero en Mexicalpán uno "anda en camión" y san se acabó, aunque no haya muchos bushes por la ciudad y sí muchos bashes, de esos de Shihuahua (con “s” on purpose).

Me imagino que donde hace calor, heat, como en el calor de Miami, hay muchos páramos, pues heath, con una 'h' al final, es precisamente eso: páramo, como Peter Heath (¿Pues no que los nombres no se traducían mi Pedro Páramo?)


Caras y gestos

Si ahora mismo se preguntan de que les estoy hablando, es probable que tengan cara de what y si cambiamos el orden de las letras nos sale thaw, que es derretirse o descongelarse, y eso es lo que necesitamos de su inglés y de su fluidez, que dejen de ser un témpano. Pero mucha gente (a lot) es renuente o reacia (loth, todavía más común: loath).

"¡Sas! ¡Ya voy entendiendo!", dirán algunos y aunque sas no es palabra inglesa alguna, cuando uno quiere verse un poco más elegante o monárquico,  pues ¡sas! ¡ya estuvo!, nos ponemos la sash (yo sobre todo los martes), que es la banda o franja que usa una Miss Universo o un príncipe o los presidentes sobre todo el día de su investidura.


La irritación y el chorro

Pocas personas cuerdas colocarían un subtítulo como el que acabo de agregar, pero recuerden que yo de persona cuerda no tengo nada, nope, nope, rope, rope (que es cuerda, por cierto).

Sore es irritado o doloroso, si no pregúntele a mi gargantúa esta semana, y con una 'h' a mitad de camino se vuelve shore, como en Jersey o Acapulco Shore. ¿Y por qué nos da sorethroat? Por tomárnolas bien frías en la plashita, en la costa = shore.

E imaginen que a Acapulco se fueron con su amigo Gus, el perico, al que le salen las palabras a borbotones, puesto que gush, con 'h', es ni más ni menos que hablar efusivamente, salir a borbotones, que me suena más como a botones, o simplemente chorro, más bien de líquido y no de lenteja combinada con alubia. Dirán ustedes que con mis ejemplos me mancho, pero tampoco es que hayan venido aquí a leer el típico blog del típico bloguero, así es que aténganse a las consecuencias. Y esperemos que a Gus, por tanto comer, no le haya dado... indigestión.

Otros asegurarán que a Gus no le dio indigestión, pero que le dio tos y si a tos le agregamos la susodicha 'h', pues ya tenemos tosh que en algunos dialectos, si bien no en todos, es tonterías, lo que algunos pensarán que escribo. Pero ¿en-tosh qué escribo?

Sin embargo, en el fondo yo lo sé, esto no es tosh (tonterías) ni la entrada es un caos o desastre (mess), a la que si le agregamos 'h' nos da mesh, como malla, aunque no de las profecías, que esa es con "y" de "ya mero entiendo de qué me habla este muchacho".


De basuras a palizas

Si ya se saben trash (basura), entonces muy fácilmente pueden pasar a thrash (paliza) y ya jugando con las haches, medio mudas pero busybodies, de must pasamos a mush, así es que you must eat your mush, que es como si te dijera que tú debes comerte tu papilla, plasta o masa (¿se puede comer la plasta? Ay, no sé, pero you mush jajaja)

Quien escogió algo seguramente escogió la manguera porque de chose a hose, no hay gran ciencia, salvo por el hecho de que, de a poco, me alejo de las haches y me adentro en territorios desconocidos.


Mi brother del alma

Si ya se saben brother, pues pasar a bother es como quitarle un dulce a un niño. Además, ¿no es eso lo que el hermano siempre hace? ¿Molestar? Bother = molestar.

Sin embargo, hay otros brothers que te miman y te apapachan y cuando te da la de Gush, te preparan un broth, que no es otra cosa que un caldo.

Y ya si queremos aventar la casa por la ventana, pues no faltará el hermano que tenga una incubadora temporal para polluelos (brooder). ¡Qué palabra tan más innecesaria! ¡Ni se la aprendan por favor!


Partes de los cuerpos y otras locuras

Chin es barbilla, pero con “s”, shin resulta espinilla, en su acepción de “parte anterior de la canilla de la pierna”, más no como barro de cachete metepequense.

E imaginen que en tan bello municipio, habita su amiga Cindy, con quien lo mismo pueden ir al guateque (shindig) que armar una pelea, bronca o escándalo (shindy). ¡Ay, esa Cindy…tan alocada!


¿Es she is o she are?

Lo cual dependerá de si quieren describir a su mejor amiga o de si prefieren esquilar a una oveja (esquilar = shear). Lo sé, lo sé, no es un juego de palabras perfecto, pero me esforcé, de verdad.

Si quieren decir fajo, pues sólo cambien la “r” por una “f”, precisamente de fajo, y tendrán sheaf, que también es manojo, y muchos se preocupan de la diferencia entre sheet y shit, pero omiten que muy contigua esta sheath, que lo mismo es vaina o funda y hasta condón en inglés británico.


Las últimas y nos vamos

¿Se imaginan un pan ancho? Pues si a bread le agregamos “th”, llegamos a anchura o amplitud (breadth), las ranas viven en la neblina (frog, fog), aventamos nuestro folleto o cuadernillo (booklet) al arroyuelo (brooklet) y mi favorita: asociar a la lagartija con la molleja (lagartija = lizard; molleja = gizzard).


Manos a la obra

¿Alguien que guste pagarme el psicólogo??? A veces escribo ideas locas y hoy tal vez exageré, pero lo hago con la única intención de hacerles ver que con las palabras se puede jugar, rimar y acomodar. Todo sea por mejorar nuestro vocabulario y nuestro nivel de inglés.

Ojalá que ustedes también se puedan echar unos puns jajajaja (puns = juegos de palabras). ¡Ya! ¡Tómenme en serio!

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jueves, 7 de septiembre de 2017

Enamórate del inglés

Juan Carlos García Valdés

Dicen que cuando te enamoras, dejas de verle los defectos a tu príncipe azul y eso es cierto, pero yo creo que la frase puede ir más allá y tiene validez también para el inglés. Cuando te enamoras del inglés, dejas de verle las dificultades al idioma y en ese momento es cuando avanzas más rápido. La clave es lograr enamorarte y eso es lo que no todos consiguen. Veamos por qué y qué podemos hacer para darle una vuelta de tuerca a nuestra propia historia.


Frases premonitorias

Si "el amor entra por la boca" y "las penas con pan son buenas", ¿por dónde entra el amor lingüístico y qué mitiga nuestras preocupaciones en el idioma (que seguramente las habrá)?

Querer tener aquí la receta universal o decir que todos los que se enamoran de la lengua inglesa lo hacen de la misma manera equivaldría a decir que los que cayeron en el juego del amor lo hicieron, en todos los casos, por circunstancias similares, lo cual es simplemente disparatado.

Ya lo dice Ed Sheeran en su bellísima Thinking out loud, que "la gente se enamora de maneras misteriosas", siendo a veces el simple contacto con una mano otrora extraña razón suficiente para quedar prendados, pero lo cierto es que en ocasiones no son las manos, sino la mirada, la personalidad, la voz, un beso o una sonrisa compartida las que nos llevan a declarar, a veces para nuestras entrañas y a veces públicamente, que estamos amartelados.

En el inglés pasa algo sucedáneo y he escuchado de personas que han caído rendidas ante la lengua de Sir Winston Churchill lo mismo porque Harry Styles las ha cautivado, que porque quieren conocer la ciudad de Picadilly Circus y Trafalgar Square, o porque su equipo favorito es el United de Bobby Charlton, Denis Law, Sir Alex y compañía. Los hay quienes buscan viajar a la Gran Manzana, hacer negocios por el mundo, obtener una maestría por la S. D. Krashen University, casarse, entender Once upon a time sin subtítulos, leer al Bardo, sacar diez en la materia, consultar The Washington Post, cantar en la Ópera de Sydney, mejorar sus ingresos, pasar una entrevista de trabajo, vivir el sueño americano, tomar un curso de actuación o convertirse en mandamás de The Legend of Zelda, que si bien tiene origen nipón, muchos la juegan en lingua franca.

Todas estas personas, ya sea por motivos personales o profesionales, pudieron enamorarse del inglés, pero los hay también, y parece ser que son la mayoría, los que indican que a ellos "el inglés no se les da", que es "sumamente complejo", que "ni les va, ni les viene" o que no tienen tiempo para practicar.

Estás otras personas no están enamoradas del idioma, pues uno no se puede imaginar poder estar con el príncipe azul y decirle que no tenemos tiempo o que simplemente no nos importa su compañía, pero hay que entender que esto viene precedido generalmente de clases poco atractivas, una sobreexposición a la gramática y muchas frases motivacionales del tipo "tú para esto no das una", rematadas con la nula acción del individuo por mejorar.


La regla universal que no funciona

En cualquier caso es ese afán de aplicar la regla universal la que elimina la posibilidad de enamorarse, pues uno no se enamora de lo común y lo estandarizado, sino de una particularidad o de un cúmulo de detalles que encontramos únicos y muy probablemente irrepetibles, porque si fueran usuales o moneda corriente, ¿qué estímulo habría de sentir esa conexión tan especial?

Así las cosas, no se entienden entonces las ganas de las autoridades educativas y de las escuelas mismas por, precisamente, estandarizar, cuando lo que habría que estar buscando es que los aprendices se enamoren de la lengua.

Con el modelo de todos parejos o todos rabones lo único que se logra es que quien quería inglés para negocios se desanime porque sólo le dan contenido gramatical, que quien quería demostrar su amor al idioma por medio de la música se vea enmarañado en listas interminables de verbos y que quien quería videojuegos no halle más que libros de ejercicios que tiene que contestar de manera obligatoria, de la página 6 a la 48, en dos o tres horas, a no ser de que quiera perder la firma del día, un autógrafo que, por lo visto, ha de ser incluso más importante que el proceso de aprendizaje mismo.

Así se van perdiendo las ganas hasta llegar al punto de tener a todo un país con la cara de what, logro indiscutible de las autoridades, de las escuelas, de las familias, pero también de los maestros timoratos que no se atreven a cambiar y de los aprendices flojos que se aferran a lo que el maestro les dé, que si nos ponemos a pensar siempre será menos que lo que ellos mismos se podrían dar.


La autenticidad, la clave

La clave en el proceso de aprendizaje como en el proceso del enamoramiento es la autenticidad. Nos enamoramos de lo auténtico y aprendemos con lo auténtico, que a veces se confunde, en el salón de clases, con la invención del hilo negro o con la sobreutilización de materiales didácticos. No calificaría eso de auténtico de ninguna manera.

Auténtico es lo que nos permite conectar con lo que nos rodea, pero también con nosotros mismos. Auténtico es empezar a ver el inglés como un medio que nos permita vivir más, disfrutar más y ser más y no meramente como una asignatura que hay que aprobar. Auténtico es que sea el aprendiz quien determine sus motivaciones y sus necesidades y no una Secretaría de Educación arcaica, un coordinador de idiomas inepto o un maestro cuyas preferencias serán en la mayoría de los casos necesariamente diferentes a las de los aprendices. Autenticidad es lo que nos falta en nuestro país, en nuestras escuelas, en nuestras relaciones y en nuestra manera de acercarnos al idioma.

¿Qué te motiva para aprender? ¿Qué necesitas? ¿Cómo puedes cambiar tu historia con el idioma, de algo desangelado a algo motivante? Me encantaría decirte que la respuesta la tengo yo, pero por más que te hayan dicho lo contrario, la respuesta la tienes tú.


Manos a la obra

Sé auténtico y aléjate de las personas que no lo sean.

Pregúntate para qué quieres el inglés, tú y no el mundo, y actúa en consecuencia.

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