Juan Carlos García Valdés
Las cosas cambian cuando uno menos se lo espera y mi vida cambió una noche de viernes de 2006. Se preguntarán ustedes si conocí al amor de mi vida, si me puse malacopa y me accidenté, si me volví fan del Cruz Azul o si me detectaron una enfermedad que sólo la alegría es capaz de curar, pero nada de eso ocurrió. La verdad es que mi vida cambió al estar viendo un programa de televisión. Les cuento qué pasó.
Lo que ocurrió
Ese viernes estaba yo cambiándole de un canal a otro, sin decidirme por algún contenido en especial, cuando de pronto me encontré con un programa, cuyo nombre no recuerdo, pero que refutaba prácticamente todo lo que se conoce del SIDA. En pocas palabras, las personas entrevistadas, científicos, doctores, enfermos, periodistas, y creo que hasta un Premio Nóbel, señalaban que el VIH no era la causa del SIDA y que todo era parte de un gran engaño o un gran error.
Honestamente, me llamó la atención que una postura tan abiertamente disidente fuera tratada en televisión abierta, pero lo que literalmente me cambió la vida fue el hecho de que por primera vez puse en entredicho todos los paradigmas que habían regido mi existencia.
Si nos podían estar engañando con el SIDA, la supuesta gran epidemia de finales del Siglo XX, nos podían estar engañando con casi todo lo demás. Así, mi mente se empezó a interesar por otros temas y pronto me vi leyendo y cuestionando las supuestas verdades del cáncer, del falso calentamiento global, de Auschwitz, de la llegada del hombre a la luna y del 11 de septiembre, entre muchos otros más.
No es que siempre me haya convencido la versión disidente de cada tema. Así las cosas, por ejemplo, la versión de la tierra plana me parece muy difícil de creer, si bien siempre guardo una duda razonable, pero la versión oficial del 11 de septiembre, esa sí, me parece ridícula.
Después de haber visto cientos de videos, documentales y entrevistas, cada vez mi intuición me dice más y más que el 11 de septiembre de 2001 no hubo aviones que se impactaran contra el WTC; de haberlo hecho, una parte del avión habría caído al suelo, pero en las imágenes repetidas una y mil veces, los supuestos aviones logran pasar íntegramente las estructuras de acero, algo que es, por decir lo menos, inaudito y parece más bien resultado de un trabajo de efectos especiales distribuido en contubernio con los grandes medios de comunicación.
No me interesa convencer a alguien de algo, pero sí soy una persona a la que no le gusta dejarse llevar por lo que la borregada dice o por lo que los libros científicos señalan, sobre todo, en un período en el cual, la ciencia está, en gran medida, al servicio del mejor postor.
El mundo es pequeño
Saltemos del 2006 al 2010. Un buen día de julio, uno de mis dos mejores amigos me invita a desayunar a su casa y yo acepto con gran alegría. Para ese entonces, mi cabeza ya es un cúmulo de disidencias que busca sobrevivir en un mundo que se ha convertido en un sinfín de mentiras.
Toco a la puerta, mi amigo abre y nos dirigimos al desayunador. Para mi sorpresa, ese día el papá de mi amigo está en casa (normalmente estaba de viaje atendiendo asuntos de sus empresas). No es que no lo conozca, pero ciertamente he convivido poco con él. Muy amable me pregunta qué quiero y cuando respondo que huevos revueltos con jamón, él mismo se ofrece a prepararlos.
En el desayuno hablamos mi amigo, su papá y yo de distintas cosas, lo mismo de siempre: la familia, el futbol, la política y poco más. Pero todo cambia cuando minutos después de haber terminado, mi amigo recibe una llamada y se disculpa por unos minutos.
Nos quedamos solos en la mesa, el papá de mi amigo y yo. Yo no sé de qué hablar ahora, pero él toma la batuta y me pregunta por mis libros (en aquel entonces yo me dedicaba a escribir obras de teatro y ya se habían publicado tres de ellas). "Todo va bien", le respondo. "Estoy viendo las opciones para el siguiente proyecto", le digo.
"¿Sabes?", dice él. "A mí me gustaría escribir un libro y tomando en cuenta que tú ya has escrito algunos, creo que podrías ayudarme". Yo asiento y con curiosidad le pregunto qué tiene en mente. "¿Sería una novela, una obra de teatro, algo sobre su experiencia empresarial?"
Él por primera vez luce incómodo. Guarda silencio por un momento y después agrega: "Tal vez te vaya a sonar extraño todo esto Juan Carlos, pero yo hace algunos años produje un programa sobre el SIDA". Mi mente se ilumina. "Un programa que fue muy controversial", dice. "Y ahora me gustaría escribir un libro sobre esa misma idea". Cuando estoy a punto de intervenir, él continúa: "Pero no trata de lo que sabemos del SIDA, sino de lo que nos han ocultado. Lo siento, pero tal vez tú no sepas nada de esto".
"Lo sé todo", le contesto y luego le menciono los nombres de varios disidentes renombrados: Peter Duesberg, Kary Mullis y Christine Maggiore. "Yo vi ese programa; yo vi ese programa y ese programa cambió mi vida".
El papá de mi amigo sabe de lo que estoy hablando. Él sabe que estoy mencionando nombres prohibidos, casi tabúes, e inmediatamente me pide que lo acompañe a una bodega cerca del jardín de su casa. "¿Has leído el libro de Christine (Maggiore)?", me pregunta y yo digo que no. "No sé dónde encontrarlos", respondo. Caminamos hasta una cómoda y mientras yo me pregunto qué sacará de ahí, él dice: "Yo lo tengo. Tengo muchos libros de este tema. Ten. Te regalo el de Christine y también el de Peter Duesberg".
Desde ese momento, atesoro ese par de libros como pocas cosas en la vida y ahora que el papá de mi amigo ya falleció, de vez en cuando regreso a ellos y me acuerdo de su valentía para tratar temas que a otras personas les parecen innecesarios o incómodos; me acuerdo de su valentía para, sin saberlo y sin planteárselo, cambiar mi vida para siempre. Si pienso en libertad, pienso en ¿Qué tal si todo lo que crees acerca del SIDA FUERA FALSO? (Maggiore) y en Oncogenes, aneuploidía y SIDA (Duesberg) y recuerdo su promesa que ya no llegó a concretarse: "Un día voy a traer a la casa a Roberto (Giraldo; otro de los grandes disidentes), para que le preguntes todo lo que quieras".
Valentía y libertad contra imposición y silencio
El papá de mi amigo me legó esos dos valores: valentía y libertad, y pronto descubrí que si se puede hablar con valentía y libertad de un tema tan espinoso como el SIDA, también deberíamos de hacerlo en torno a los temas que nos importan personalmente.
No se trata de firmar declaraciones como las de Durbán, en las que un grupo de científicos negocia o impone la ciencia, que más bien parece religión, sino de debatir abiertamente sobre las mejores maneras de resolver problemas específicos. Pero claro que con la cantidad de intereses de los gobiernos, la élite y la industria farmacéutica, eso es complicado. Ellos no buscan soluciones, sino el crecimiento de un negocio, sin importar si eso tiene como consecuencia más enfermedad y más represión.
El tema que a mí me importa
Una voz tan disidente como la mía entra siempre con mucha cautela y sospecha a revisar los libros, las publicaciones y las supuestas verdades absolutas y cuando estudié mi licenciatura, esto no fue la excepción.
Mis maestros me decían que me leyera un libro o el otro y yo después de cinco páginas me convencía de que eran una sarta de barrabasadas.
Mis maestros me decían que el inglés se aprendía de una forma y toda mi experiencia refutaba lo que ellos decían. "Pero lo dicen los libros Juan Carlos", a lo que siempre responderé: "Pues los libros pueden irse a la basura".
Mis maestros me decían que el inglés se aprendía de una forma y toda mi experiencia refutaba lo que ellos decían. "Pero lo dicen los libros Juan Carlos", a lo que siempre responderé: "Pues los libros pueden irse a la basura".
La relación entre los medicamentos tóxicos y las clases
El libro que ya les mencioné de Christine Maggiore, ese regalo de aquella mañana de julio, está repleto de frases como las siguientes:
"Son esos medicamentos, y no el virus, los que matan a las personas que resultan positivas" (Maggiore, p. 158).
Michael Koslosky.
"No creo haber estado enferma de SIDA, pienso que me envenenó el AZT" (Maggiore, p. 162). (El AZT es un medicamento antirretroviral).
Kris Chmiel.
"Soy un sobreviviente porque alguien tuvo la valentía de decirme la verdad sobre la mentira del VIH=SIDA=Muerte. Me refiero a una mala ciencia, en manos de un mal gobierno" (Maggiore, p. 174).
Scott Zanetti.
"(...) Para entonces, varios de mis amigos habían sido diagnosticados con SIDA, a todos les dieron AZT, y todos se murieron en menos de un año" (Maggiore, p. 158).
Don McCoy.
"(...) Resulté positiva en 1989 y he vivido con bienestar y sin medicamentos durante diez años. (...) Después de ver a mis amigos enfermar y morir debido a que se han sometido a terapias de fármacos para el SIDA, decidí que las medicinas para el VIH son un veneno (...)" (Maggiore, p. 154).
El proceso de la muerte
Sin querer convencer a nadie, el proceso descrito por muchísimos enfermos parece ser, en términos generales, el siguiente: 1) reciben un diagnóstico positivo de VIH, si bien no tienen síntomas o molestias; 2) el impacto del diagnóstico hace que su sistema inmunológico se vea afectado, 2) se les administra un conjunto de medicamentos tóxicos; 3) después de no mucho tiempo fallecen.
Este proceso, extremadamente simplificado aquí, deja entrever que muy probablemente la causa de los decesos sea la medicina y no la enfermedad en sí.
Paralelismos
Analicemos la enfermedad que más nos interesa aquí: la imposibilidad de aprender inglés. En un momento dado recibimos un diagnóstico que en este caso llamaremos negativo o simplemente nos empecinamos en crearlo: "a usted el inglés no se le da", nos dicen muchos de nuestros maestros o "a mí el inglés simplemente no me entra", es lo que nos repetimos una y otra vez.
El impacto de esta supuesta realidad hace que nuestra motivación y nuestra disciplina se vean seriamente mermadas. ¿Para qué repasar o practicar si no hay forma de que yo aprenda?
En este momento, viene la receta médica. "¿A usted no se le da el inglés? Le tenemos la medicina perfecta: un curso por aquí, otro por allá y muchos más después, todos cargados de gramática y cosas innecesarias". El alumno no entiende nada y culpa al maestro, al sistema, a Dios padre, a sí mismo y a lo que se le ponga enfrente. "¿Ya vieron cómo el inglés a mí no me entra?"
Cada clase a la que asiste lo convence más de que la lengua inglesa no es un idioma que sea para él o para ella. Su deseo de aprender fallece. Le queda un remordimiento permanente hacia ese idioma difícil. Así vamos formando una nación de monolingües frustrados, como la industria farmacéutica va creando un pueblo de enfermos. Lo que parecía el remedio, termina por matar.
Los que se abstienen de la toxicidad se salvan; los que se abstienen de las clases avanzan y aprenden. ¡Vaya paradoja! Pero a nosotros no nos gusta detenernos a pensar. Todo hay que vivirlo rápido, con prisas y seguir creyendo que hay aviones que se incrustan en estructuras de acero.
¡¡Valentía y libertad para transformar, revolucionar y replantear el aprendizaje del inglés!!! Pero esa valentía y esa libertad no se piden, se arrebatan.
Manos a la obra
El aprendizaje del inglés, como la cura de muchas enfermedades, como muchos otros aspectos de nuestras vidas requieren un replanteamiento severo. Necesitamos alejarnos de los paradigmas tradicionales con los cuales nos hemos envenenado. VIH=SIDA=Muerte. Clases=Aprendizaje=Inglés.
No enunciemos una verdad absoluta, no desarrollemos nuestra propia Declaración de Durbán. Escuchemos lo que nuestra intuición nos dice. No nos dejemos llevar por lo que la mayoría piensa, si es que la mayoría acaso piensa.
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