Juan Carlos García
Valdés
Dicen que cuando te enamoras, dejas de verle los defectos a
tu príncipe azul y eso es cierto, pero yo creo que la frase puede ir más allá y
tiene validez también para el inglés. Cuando te enamoras del inglés, dejas de
verle las dificultades al idioma y en ese momento es cuando avanzas más rápido.
La clave es lograr enamorarte y eso es lo que no todos consiguen. Veamos por
qué y qué podemos hacer para darle una vuelta de tuerca a nuestra propia
historia.
Frases premonitorias
Si "el amor entra por la boca" y "las penas
con pan son buenas", ¿por dónde entra el amor lingüístico y qué mitiga
nuestras preocupaciones en el idioma (que seguramente las habrá)?
Querer tener aquí la receta universal o decir que todos los
que se enamoran de la lengua inglesa lo hacen de la misma manera equivaldría a
decir que los que cayeron en el juego del amor lo hicieron, en todos los casos,
por circunstancias similares, lo cual es simplemente disparatado.
Ya lo dice Ed Sheeran en su bellísima Thinking out loud, que
"la gente se enamora de maneras misteriosas", siendo a veces el
simple contacto con una mano otrora extraña razón suficiente para quedar
prendados, pero lo cierto es que en ocasiones no son las manos, sino la mirada,
la personalidad, la voz, un beso o una sonrisa compartida las que nos llevan a
declarar, a veces para nuestras entrañas y a veces públicamente, que estamos
amartelados.
En el inglés pasa algo sucedáneo y he escuchado de personas
que han caído rendidas ante la lengua de Sir Winston Churchill lo mismo porque
Harry Styles las ha cautivado, que porque quieren conocer la ciudad de
Picadilly Circus y Trafalgar Square, o porque su equipo favorito es el United
de Bobby Charlton, Denis Law, Sir Alex y compañía. Los hay quienes buscan viajar
a la Gran Manzana, hacer negocios por el mundo, obtener una maestría por la S.
D. Krashen University, casarse, entender Once
upon a time sin subtítulos, leer al Bardo, sacar diez en la materia,
consultar The Washington Post, cantar en la Ópera de Sydney, mejorar sus
ingresos, pasar una entrevista de trabajo, vivir el sueño americano, tomar un
curso de actuación o convertirse en mandamás de The Legend of Zelda, que si
bien tiene origen nipón, muchos la juegan en lingua franca.
Todas estas personas, ya sea por motivos personales o
profesionales, pudieron enamorarse del inglés, pero los hay también, y parece
ser que son la mayoría, los que indican que a ellos "el inglés no se les
da", que es "sumamente complejo", que "ni les va, ni les
viene" o que no tienen tiempo para practicar.
Estás otras personas no están enamoradas del idioma, pues uno
no se puede imaginar poder estar con el príncipe azul y decirle que no tenemos
tiempo o que simplemente no nos importa su compañía, pero hay que entender que
esto viene precedido generalmente de clases poco atractivas, una
sobreexposición a la gramática y muchas frases motivacionales del tipo "tú
para esto no das una", rematadas con la nula acción del individuo por
mejorar.
La regla universal que
no funciona
En cualquier caso es ese afán de aplicar la regla universal
la que elimina la posibilidad de enamorarse, pues uno no se enamora de lo común
y lo estandarizado, sino de una particularidad o de un cúmulo de detalles que
encontramos únicos y muy probablemente irrepetibles, porque si fueran usuales o
moneda corriente, ¿qué estímulo habría de sentir esa conexión tan especial?
Así las cosas, no se entienden entonces las ganas de las
autoridades educativas y de las escuelas mismas por, precisamente,
estandarizar, cuando lo que habría que estar buscando es que los aprendices se
enamoren de la lengua.
Con el modelo de todos parejos o todos rabones lo único que
se logra es que quien quería inglés para negocios se desanime porque sólo le
dan contenido gramatical, que quien quería demostrar su amor al idioma por
medio de la música se vea enmarañado en listas interminables de verbos y que
quien quería videojuegos no halle más que libros de ejercicios que tiene que
contestar de manera obligatoria, de la página 6 a la 48, en dos o tres horas, a
no ser de que quiera perder la firma del día, un autógrafo que, por lo visto,
ha de ser incluso más importante que el proceso de aprendizaje mismo.
Así se van perdiendo las ganas hasta llegar al punto de tener
a todo un país con la cara de what,
logro indiscutible de las autoridades, de las escuelas, de las familias, pero
también de los maestros timoratos que no se atreven a cambiar y de los
aprendices flojos que se aferran a lo que el maestro les dé, que si nos ponemos
a pensar siempre será menos que lo que ellos mismos se podrían dar.
La autenticidad, la
clave
La clave en el proceso de aprendizaje como en el proceso del
enamoramiento es la autenticidad. Nos enamoramos de lo auténtico y aprendemos
con lo auténtico, que a veces se confunde, en el salón de clases, con la
invención del hilo negro o con la sobreutilización de materiales didácticos. No
calificaría eso de auténtico de ninguna manera.
Auténtico es lo que nos permite conectar con lo que nos
rodea, pero también con nosotros mismos. Auténtico es empezar a ver el inglés
como un medio que nos permita vivir más, disfrutar más y ser más y no meramente
como una asignatura que hay que aprobar. Auténtico es que sea el aprendiz quien
determine sus motivaciones y sus necesidades y no una Secretaría de Educación
arcaica, un coordinador de idiomas inepto o un maestro cuyas preferencias serán
en la mayoría de los casos necesariamente diferentes a las de los aprendices.
Autenticidad es lo que nos falta en nuestro país, en nuestras escuelas, en
nuestras relaciones y en nuestra manera de acercarnos al idioma.
¿Qué te motiva para aprender? ¿Qué necesitas? ¿Cómo puedes
cambiar tu historia con el idioma, de algo desangelado a algo motivante? Me
encantaría decirte que la respuesta la tengo yo, pero por más que te hayan
dicho lo contrario, la respuesta la tienes tú.
Manos a la obra
Sé auténtico y aléjate de las personas que no lo sean.
Pregúntate para qué quieres el inglés, tú y no el mundo, y
actúa en consecuencia.
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