Juan Carlos García
Valdés
Jueves por la mañana. En uno de los Starbucks de la ciudad. Suena Pendulum de Eberhard Weber. Juan
Carlos ha leído recientemente La sociedad
desescolarizada de Iván Illich y esto ha hecho que se replantee infinidad
de cosas en torno a la educación, en general, y al aprendizaje del idioma inglés,
en particular. De la voz de Juan Carlos salen dos voces más: Juanich, que acaso
se ve sumamente influido por las ideas del pensador austriaco, y Juan Raiter,
la voz que entrevista. Hemos convocado a Juan Sepp, pero no ha llegado a la
cita. Sepp es un acérrimo rival de Juanich y señala que la escuela tiene un rol
fundamental en la educación y en el aprendizaje de una segunda lengua. ¿Obvio
no?... ¿O no tanto?
Aquí el texto íntegro de la entrevista/conversación entre los
Juanes:
JUAN RAITER: Tal vez siguiendo las ideas
del gran pensador austriaco, Iván Illich, recientemente has empezado a abogar
por sacar por completo el aprendizaje del inglés del salón de clases. ¿A dónde
llevar este intento de aprendizaje entonces?
JUANICH: No podemos continuar sin reconocer una realidad: la gran mayoría de nuestra población toma clases de
inglés en la secundaria, en la preparatoria y en la universidad y, desafortunadamente,
aquellos que alcanzan un nivel intermedio-avanzado son una excepción.
JUAN RAITER: ¿Se debe esto a la poca
preparación de los docentes de inglés?
JUANICH: Un análisis
simplista nos diría eso y, por ende, nos llevaría a preparar más a nuestros
maestros. No obstante, yo creo que tenemos que pensar de manera holística y, a
veces, radical. El simple hecho de intentar el aprendizaje del inglés en el salón
de clases ya es lo bastante irracional como para seguir intentándolo /
JUAN RAITER: Pero finalmente, ¿siempre
ha sido así o… me equivoco?
JUANICH: ¿Y podemos
conformarnos con que las cosas siempre hayan sido de esa manera? Por supuesto
que no. Que se hayan hecho siempre así no implica que esa es la manera de
proceder y en el caso de los idiomas hay una prueba irrefutable: el 100 por
ciento de los seres humanos aprendieron su lengua materna fuera del contexto
del aula. ¿Por qué cambiar las cosas cuando se trata de una segunda lengua?
JUAN RAITER: Los especialistas, los
expertos, se referirán frecuentemente, dado que muchas personas comienzan el
aprendizaje de una segunda lengua no en la infancia, sino después, a Lenneberg
y su hipótesis del período crítico, la idea de que “la capacidad para adquirir
el lenguaje merma al alcanzar la pubertad”.
JUANICH: Podemos debatir a
Lenneberg, pero yo creo que lo fundamental es que hay otras cosas que merman al
crecer: el tiempo para aprender, la motivación y la necesidad. El otro día
estaba viendo un curso de Yale University sobre psicología y el maestro
explicaba de forma brillante la teoría triangular del amor de Robert Sternberg.
Yo quedé fascinado con su explicación y la verdad es que por un momento me quedé
pensando en esa tríada. Para que haya un amor consumado tiene que haber, según
Sternberg, pasión, intimidad y compromiso. Y después me puse a pensar: ¿Y para
que haya fluidez en un idioma qué tiene que haber?
JUAN RAITER: ¿Y a qué respuesta
llegaste?
JUANICH: A que la tríada en
este caso se compone de la necesidad, de un suficiente input lingüístico, que
nos llevaría a hablar sobre Stephen Krashen, el gran Krashen, y de la motivación.
Si tienes los tres durante un período considerable, la fluidez se desarrolla. Si,
por el contrario, uno o dos o los tres aspectos faltan, la fluidez invariablemente
sufre.
JUAN RAITER: Hablas de un período
considerable, ¿cuál es este período considerable?
JUANICH: La gente siempre te
pregunta en cuántos meses o años van a poder hablar bien el idioma y las mismas
escuelas de inglés te lo venden así: vuélvete bilingüe en cinco meses o en dos
años. Yo creo que plantearlo en semanas, meses o años es un error. Lo que
cuentan son las horas.
JUAN RAITER: ¿Las horas?
JUANICH: Te cuento un poco
al respecto. Todo empezó con esta idea de Malcolm Gladwell de que se necesitan
10 mil horas para ser un experto en un campo o en una profesión determinada. Ya
sabes, la curiosidad surge de algo que lees o ves y luego se va apoderando de
ti. Pues, un buen día, intrigado por el hecho de que mi alemán no logra ser tan
bueno como mi inglés, me di a la tarea de hacer memoria y tratar de
contabilizar, lo más exactamente posible, cuántas horas había usado el inglés
en mi vida y cuántas alemán.
JUAN RAITER: ¿Y cuál fue la cuenta?
JUANICH: Después de hacer cálculos
y cálculos llegué a los siguientes datos: hasta ese momento había usado el inglés
4,277 horas. Obviamente no conté las horas de inglés que he impartido porque,
quiérase o no, muchas de esas horas son horas de repetición. A lo que me
refiero es que son horas de lo que yo llamo verbo to be. Ya sabes. En México casi nadie habla inglés, pero si contáramos
el número de clases sobre el verbo to be
a las que cada mexicano ha asistido, bien podríamos darle a cada quien una
maestría o un doctorado al respecto. En fin, esas horas no las conté. Sólo conté
las horas que tomé de clases cuando estudiaba, que usé el inglés con mis
amigos, que leí, que vi películas, que estuve en el extranjero usando dicho
idioma.
JUAN RAITER: ¿Y en alemán? ¿Cuántas
horas fueron?
JUANICH: En alemán fueron
974 horas. O sea que mi inglés debería de ser cuatro veces mejor que mi alemán,
lo cual es cierto.
JUAN RAITER: En cuanto a /
JUANICH: Déjame nada más
comentarte algo más, porque aquí viene lo interesante: mi francés. Si me das a
escoger entre hablar alemán o francés, no lo pienso ni dos segundos. Escojo
alemán. Porque me siento mucho más cómodo hablándolo. Pero, ¿sabes qué? Se
reduce a lo mismo. Conté el número de horas que he usado francés en mi vida…
JUAN RAITER: ¿Y cuántas fueron?
JUANICH: Fueron 414, lo que
quiere decir que aunque mi alemán no es tan bueno como mi inglés, por lo menos
es el doble de bueno que mi francés. Y sólo un dato más...
JUAN RAITER: A ver…
JUANICH: Ya con esa
información /
JUAN RAITER: La gente ha de pensar que
no tienes nada que hacer.
JUANICH: Sí, es cierto. Me
parezco a muchos de ellos…
JUAN RAITER: Me decías…
JUANICH: Te quería decir,
quería compartir contigo un dato que te va a dejar, como decimos
coloquialmente, de a seis. ¿Te acuerdas de mi número de horas de inglés,
verdad?
JUAN RAITER: Novecientas seten… no, esas
son las de alemán. De inglés, lo apunté, por aquí… eh… cuatro mil doscientas…
JUANICH: Sí,
aproximadamente. ¿Y quieres saber cuántas horas llevo en español?
JUAN RAITER: ¿Cuántas?
JUANICH: Un poco más de
132,000 horas.
JUAN RAITER: ¿Ciento treinta y dos mil
horas?
JUANICH: Más o menos. Lo
genial de esto es lo siguiente. Imagina que cada día de tu vida usas tu idioma
materno un total de trece horas. ¿No es descabellado o sí?
JUAN RAITER: No…
JUANICH: El día tiene 24
horas. Duermes 8, idealmente. Te quedan 16. Digamos que tres horas ocupaste
otro idioma o hiciste algo que no implicaba el uso del español: jugaste futbol,
corriste, algo parecido. En un año juntas 4,745 horas. Ahora imagínate esto: un
niño. Contémosle las horas. Digamos que empieza a los dos años. No. Vamos a
decir que empieza realmente a los tres años. Antes hay balbuceos y ya conoce
muchas palabras, pero sólo por cuestiones del cálculo, empecemos a contar las
horas cuando cumple tres años. Tan sólo a los seis años, cuando empieza la
primaria más o menos, ya lleva 14,235 horas.
JUAN RAITER: O, como diría Gladwell, ya
es todo un experto.
JUANICH: Es que es eso. El número
de horas que uno practica en su idioma materno es impresionante. Por eso
podemos hablar tan rápido, entenderlo prácticamente todo y lo maravilloso es
que aun así, jamás nos sabemos todas las palabras…
JUAN RAITER: ¿Y cómo juntamos todas esas
horas en inglés, por ejemplo?
JUANICH: A eso iba al
principio de la entrevista. Mira. El salón de clases simplemente no es el lugar
adecuado para el aprendizaje de un idioma. Regresemos por un momento a la teoría
triangular del amor de Sternberg aplicada a la fluidez. En un salón de clases,
al menos en el típico salón de clases de inglés de cualquier escuela mexicana,
no hay necesidad. Si hablas en español, todos te entienden y hay algo que
debemos recordar: el ser humano va a optar normalmente por lo fácil, por lo cómodo.
Si me tengo que comunicar contigo, si tengo que chismear contigo, si tengo que
intercambiar cierta información, normalmente voy a elegir el idioma más fuerte
entre los dos y en México ese idioma es el español.
JUAN RAITER: Por lo visto no hay
necesidad. ¿Y los otros dos aspectos?
JUANICH: No hay suficiente
input lingüístico. Ya no digamos en el aula, donde es raquítico, sino afuera de
ella. Sales de tu clase de inglés y todo es en español. Ahora bien, sobre la
motivación… eso puede variar dependiendo de la persona. Pero una vez más. Si la
belleza del idioma se reduce a contestar ejercicios gramaticales, no hay
motivación que dure lo suficiente para llegar a 5,000 o 10,000 horas. Es
antihumano.
JUAN RAITER: En eso estaba pensando,
precisamente. Si sólo vas a tus clases de inglés, ¿cuánto tiempo necesitas para
llegar a 10,000 horas?
JUANICH: No, es prácticamente
imposible. Necesitas practicar por fuera. Pero mira, tampoco es que todos
tengan que llegar a las dichosas 10,000 horas. No es que si tienes 8,000 o
7,000 tu inglés va a ser muy malo. Al contrario. Hace falta mucha investigación
al respecto, pero las metas están más o menos así: con mil horas estás en un
nivel pre-intermedio, con dos mil quinientas estás en intermedio, lo que
implica que puedes pasar un FCE o TOEFL, si lo que te importa es conseguir una
certificación, y arriba de eso ya estamos hablando de niveles intermedio-avanzado
o avanzado.
JUAN RAITER: Estaba haciendo el cálculo,
mentalmente…
JUANICH: A ver…
JUAN RAITER: Hay muchos cursos de
lengua, en las universidades o en centros de idioma, que son de 70 horas al
semestre. Si quieres llegar a ese nivel intermedio del que hablas… 2,500 horas,
entonces necesitarías… estoy haciendo la cuenta… dos quinientos entre setenta…
estamos hablando de treinta y cinco… ¡35 semestres!
JUANICH: Diecisiete años y
medio, si sólo practicas en clase…
JUAN RAITER: Por eso la importancia de
practicar por fuera. Ahora, algo que quería preguntarte es lo siguiente: ¿qué
cambiamos entonces?
JUANICH: Mucho.
JUAN RAITER: ¿Cómo le hacemos para que
haya esa necesidad, ese input y esa motivación de las que hablabas?
JUANICH: En el salón de
clases difícilmente las va a haber. Cuando mucho puedes influir en que la
motivación de tus estudiantes crezca. Y a lo mejor eso les lleva a buscar más
input por fuera. Pero la necesidad casi siempre queda de lado, y como diría
Sternberg… sin uno de los tres…
JUAN RAITER: No hay amor verdadero /
JUANICH: Consumado, amor
consumado /
JUAN RAITER: Cierto, cierto. Pero
entonces, ¿no termina siendo la única opción enviar a todos a Estados Unidos o
a Inglaterra?
JUANICH: Pero a qué costo. Es
que no es factible. Te cuento una anécdota que puede ayudarnos mucho. Hace dos
meses y medio empecé a darle clases de español a una alemana que está de visita
en México.
JUAN RAITER: ¿Ya sabía algo de español?
JUANICH: Nada. Sólo sabía
decir hola, literalmente.
JUAN RAITER: ¿Y ahora?
JUANICH: Es a lo que voy. Dos
meses y medio después tenemos conversaciones de hora y media o dos horas en
español. Y claro que a veces no le entiendo, a veces le corrijo cosas, a veces
se desespera, pero en sólo dos meses ya puede hacer lo que la mayoría de mis
alumnos de inglés no pueden hacer después de cinco, diez o quince años.
JUAN RAITER: Pero no es un poco aceptar
la idea de que entonces deberíamos enviarlos a todos al país donde se habla el
idioma.
JUANICH: Esta chica alemana
tiene la ventaja de estar en México. Tiene la necesidad de hablar, hay input
suficiente y su motivación ha ido creciendo, pero vuelvo a la idea de que no es
factible enviar a todos a Londres o a Nueva York… ni para nosotros los
mexicanos, ni para los alemanes, ni para ningún país, por más rico que sea… no
hay recursos suficientes para ello /
JUAN RAITER: ¿Entonces?
JUANICH: Variemos un poco el
dicho. Si tú no vas a la montaña, haz que la montaña venga a ti. Trae a los
extranjeros a tus escuelas y a tus universidades.
JUAN RAITER: Suena interesante, pero hay
una objeción que me gustaría plantear. Eso ya se hace. Tú mismo trabajaste en
una universidad donde había varios extranjeros y el nivel de inglés de los
estudiantes no aumentó significativamente.
JUANICH: Totalmente de
acuerdo, pero es que pasa lo siguiente: Al extranjero se le termina
institucionalizando, se le ve como un maestro más, se le dice “ve a tal clase e
imparte el tema del verbo to be”…
JUAN RAITER: Por enésima vez…
JUANICH: Sí. “checa a quién
le faltan clases para que le demos la maestría de I am, you are, he is”. Y eso es lo que hay que cambiar… lo que hay
que cambiar es la relación que los extranjeros tienen con los aprendices… hacer
que la interacción sea mucho más natural. ¿Cómo? Poniendo al extranjero en la
cafetería y no en el aula, haciendo que jueguen futbol juntos, que vayan a
excursiones juntos. Es que es a lo que voy siempre. Le pasa al extranjero, pero
le pasa también al maestro. El maestro está por un lado y los alumnos por el
otro, como si fueran equipos contrarios, antagonistas en el proceso de
aprendizaje y eso no debería de ser verdad. No tienes input suficiente, no hay
la necesidad de hablar el idioma y la motivación ni siquiera se fomenta. Perdón
por la expresión, pero estamos fritos.
JUAN RAITER: Coincido, pero a la vez
pienso en otro ejemplo: La Facultad de Lenguas donde estudiaste. Ahí había
extranjeros, algunos maestros y otros estudiantes. Pero centrémonos en los
estudiantes extranjeros: a muchos de los estudiantes mexicanos les daba pena
acercarse y hablar en inglés. ¿Cómo combatir esto?
JUANICH: Lo que falta es ganas
de mejorar y conciencia de que se debe buscar práctica adicional tanto como sea
posible. Pero a las instituciones también les falta directriz. Tráete a diez
extranjeros que hablen inglés. Si quieres, regálales un curso de español, pero
a cambio hazles saber que una de sus funciones principales es acercarse al
alumnado e iniciar pláticas en inglés. ¿Y sabes algo? De preferencia tráete
personas que prácticamente no hablen español. Algunas de las pláticas serán
exitosas y otras no tanto, como todo en la vida. Pero lo cierto es lo
siguiente: por fin habrá la necesidad de usar el idioma. Saca a tus alumnos del
aula y esas dos horas de clase que sean dos horas de conversación.
JUAN RAITER: ¿Y los maestros?
JUANICH: Los maestros están
ahí para ayudar a sus alumnos a expresarse. Es un ganar-ganar. Planean menos,
se estresan menos y los estudiantes aprenden más.
Manos a la obra
¡Sí! ¡Manos a la
obra!
Frase sobre el período
crítico, tomada de:
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