jueves, 27 de octubre de 2016

Primera autoentrevista: El aprendizaje desescolarizado y un acercamiento inusitado a la teoría triangular del amor

Juan Carlos García Valdés

Jueves por la mañana. En uno de los Starbucks de la ciudad. Suena Pendulum de Eberhard Weber. Juan Carlos ha leído recientemente La sociedad desescolarizada de Iván Illich y esto ha hecho que se replantee infinidad de cosas en torno a la educación, en general, y al aprendizaje del idioma inglés, en particular. De la voz de Juan Carlos salen dos voces más: Juanich, que acaso se ve sumamente influido por las ideas del pensador austriaco, y Juan Raiter, la voz que entrevista. Hemos convocado a Juan Sepp, pero no ha llegado a la cita. Sepp es un acérrimo rival de Juanich y señala que la escuela tiene un rol fundamental en la educación y en el aprendizaje de una segunda lengua. ¿Obvio no?... ¿O no tanto?

Aquí el texto íntegro de la entrevista/conversación entre los Juanes:

JUAN RAITER:          Tal vez siguiendo las ideas del gran pensador austriaco, Iván Illich, recientemente has empezado a abogar por sacar por completo el aprendizaje del inglés del salón de clases. ¿A dónde llevar este intento de aprendizaje entonces?

JUANICH:                No podemos continuar sin reconocer una realidad: la gran mayoría de nuestra población toma clases de inglés en la secundaria, en la preparatoria y en la universidad y, desafortunadamente, aquellos que alcanzan un nivel intermedio-avanzado son una excepción.

JUAN RAITER:             ¿Se debe esto a la poca preparación de los docentes de inglés?

JUANICH:                  Un análisis simplista nos diría eso y, por ende, nos llevaría a preparar más a nuestros maestros. No obstante, yo creo que tenemos que pensar de manera holística y, a veces, radical. El simple hecho de intentar el aprendizaje del inglés en el salón de clases ya es lo bastante irracional como para seguir intentándolo /

JUAN RAITER:              Pero finalmente, ¿siempre ha sido así o… me equivoco?

JUANICH:                   ¿Y podemos conformarnos con que las cosas siempre hayan sido de esa manera? Por supuesto que no. Que se hayan hecho siempre así no implica que esa es la manera de proceder y en el caso de los idiomas hay una prueba irrefutable: el 100 por ciento de los seres humanos aprendieron su lengua materna fuera del contexto del aula. ¿Por qué cambiar las cosas cuando se trata de una segunda lengua?

JUAN RAITER:          Los especialistas, los expertos, se referirán frecuentemente, dado que muchas personas comienzan el aprendizaje de una segunda lengua no en la infancia, sino después, a Lenneberg y su hipótesis del período crítico, la idea de que “la capacidad para adquirir el lenguaje merma al alcanzar la pubertad”.

JUANICH:                    Podemos debatir a Lenneberg, pero yo creo que lo fundamental es que hay otras cosas que merman al crecer: el tiempo para aprender, la motivación y la necesidad. El otro día estaba viendo un curso de Yale University sobre psicología y el maestro explicaba de forma brillante la teoría triangular del amor de Robert Sternberg. Yo quedé fascinado con su explicación y la verdad es que por un momento me quedé pensando en esa tríada. Para que haya un amor consumado tiene que haber, según Sternberg, pasión, intimidad y compromiso. Y después me puse a pensar: ¿Y para que haya fluidez en un idioma qué tiene que haber?

JUAN RAITER:              ¿Y a qué respuesta llegaste?

JUANICH:                     A que la tríada en este caso se compone de la necesidad, de un suficiente input lingüístico, que nos llevaría a hablar sobre Stephen Krashen, el gran Krashen, y de la motivación. Si tienes los tres durante un período considerable, la fluidez se desarrolla. Si, por el contrario, uno o dos o los tres aspectos faltan, la fluidez invariablemente sufre.

JUAN RAITER:      Hablas de un período considerable, ¿cuál es este período considerable?

JUANICH:                  La gente siempre te pregunta en cuántos meses o años van a poder hablar bien el idioma y las mismas escuelas de inglés te lo venden así: vuélvete bilingüe en cinco meses o en dos años. Yo creo que plantearlo en semanas, meses o años es un error. Lo que cuentan son las horas.

JUAN RAITER:             ¿Las horas?

JUANICH:                   Te cuento un poco al respecto. Todo empezó con esta idea de Malcolm Gladwell de que se necesitan 10 mil horas para ser un experto en un campo o en una profesión determinada. Ya sabes, la curiosidad surge de algo que lees o ves y luego se va apoderando de ti. Pues, un buen día, intrigado por el hecho de que mi alemán no logra ser tan bueno como mi inglés, me di a la tarea de hacer memoria y tratar de contabilizar, lo más exactamente posible, cuántas horas había usado el inglés en mi vida y cuántas alemán.

JUAN RAITER:             ¿Y cuál fue la cuenta?

JUANICH:                Después de hacer cálculos y cálculos llegué a los siguientes datos: hasta ese momento había usado el inglés 4,277 horas. Obviamente no conté las horas de inglés que he impartido porque, quiérase o no, muchas de esas horas son horas de repetición. A lo que me refiero es que son horas de lo que yo llamo verbo to be. Ya sabes. En México casi nadie habla inglés, pero si contáramos el número de clases sobre el verbo to be a las que cada mexicano ha asistido, bien podríamos darle a cada quien una maestría o un doctorado al respecto. En fin, esas horas no las conté. Sólo conté las horas que tomé de clases cuando estudiaba, que usé el inglés con mis amigos, que leí, que vi películas, que estuve en el extranjero usando dicho idioma.

JUAN RAITER:             ¿Y en alemán? ¿Cuántas horas fueron?

JUANICH:                    En alemán fueron 974 horas. O sea que mi inglés debería de ser cuatro veces mejor que mi alemán, lo cual es cierto.

JUAN RAITER:              En cuanto a /

JUANICH:                     Déjame nada más comentarte algo más, porque aquí viene lo interesante: mi francés. Si me das a escoger entre hablar alemán o francés, no lo pienso ni dos segundos. Escojo alemán. Porque me siento mucho más cómodo hablándolo. Pero, ¿sabes qué? Se reduce a lo mismo. Conté el número de horas que he usado francés en mi vida…

JUAN RAITER:               ¿Y cuántas fueron?

JUANICH:                    Fueron 414, lo que quiere decir que aunque mi alemán no es tan bueno como mi inglés, por lo menos es el doble de bueno que mi francés. Y sólo un dato más...

JUAN RAITER:               A ver…

JUANICH:                       Ya con esa información /

JUAN RAITER:              La gente ha de pensar que no tienes nada que hacer.

JUANICH:                       Sí, es cierto. Me parezco a muchos de ellos…

JUAN RAITER:              Me decías…

JUANICH:                  Te quería decir, quería compartir contigo un dato que te va a dejar, como decimos coloquialmente, de a seis. ¿Te acuerdas de mi número de horas de inglés, verdad?

JUAN RAITER:             Novecientas seten… no, esas son las de alemán. De inglés, lo apunté, por aquí… eh… cuatro mil doscientas…

JUANICH:                      Sí, aproximadamente. ¿Y quieres saber cuántas horas llevo en español?

JUAN RAITER:              ¿Cuántas?

JUANICH:                       Un poco más de 132,000 horas.

JUAN RAITER:              ¿Ciento treinta y dos mil horas?

JUANICH:                   Más o menos. Lo genial de esto es lo siguiente. Imagina que cada día de tu vida usas tu idioma materno un total de trece horas. ¿No es descabellado o sí?

JUAN RAITER:              No…

JUANICH:                   El día tiene 24 horas. Duermes 8, idealmente. Te quedan 16. Digamos que tres horas ocupaste otro idioma o hiciste algo que no implicaba el uso del español: jugaste futbol, corriste, algo parecido. En un año juntas 4,745 horas. Ahora imagínate esto: un niño. Contémosle las horas. Digamos que empieza a los dos años. No. Vamos a decir que empieza realmente a los tres años. Antes hay balbuceos y ya conoce muchas palabras, pero sólo por cuestiones del cálculo, empecemos a contar las horas cuando cumple tres años. Tan sólo a los seis años, cuando empieza la primaria más o menos, ya lleva 14,235 horas.

JUAN RAITER:              O, como diría Gladwell, ya es todo un experto.

JUANICH:                   Es que es eso. El número de horas que uno practica en su idioma materno es impresionante. Por eso podemos hablar tan rápido, entenderlo prácticamente todo y lo maravilloso es que aun así, jamás nos sabemos todas las palabras…

JUAN RAITER:              ¿Y cómo juntamos todas esas horas en inglés, por ejemplo?

JUANICH:                      A eso iba al principio de la entrevista. Mira. El salón de clases simplemente no es el lugar adecuado para el aprendizaje de un idioma. Regresemos por un momento a la teoría triangular del amor de Sternberg aplicada a la fluidez. En un salón de clases, al menos en el típico salón de clases de inglés de cualquier escuela mexicana, no hay necesidad. Si hablas en español, todos te entienden y hay algo que debemos recordar: el ser humano va a optar normalmente por lo fácil, por lo cómodo. Si me tengo que comunicar contigo, si tengo que chismear contigo, si tengo que intercambiar cierta información, normalmente voy a elegir el idioma más fuerte entre los dos y en México ese idioma es el español.

JUAN RAITER:              Por lo visto no hay necesidad. ¿Y los otros dos aspectos?

JUANICH:                      No hay suficiente input lingüístico. Ya no digamos en el aula, donde es raquítico, sino afuera de ella. Sales de tu clase de inglés y todo es en español. Ahora bien, sobre la motivación… eso puede variar dependiendo de la persona. Pero una vez más. Si la belleza del idioma se reduce a contestar ejercicios gramaticales, no hay motivación que dure lo suficiente para llegar a 5,000 o 10,000 horas. Es antihumano.

JUAN RAITER:             En eso estaba pensando, precisamente. Si sólo vas a tus clases de inglés, ¿cuánto tiempo necesitas para llegar a 10,000 horas?

JUANICH:                     No, es prácticamente imposible. Necesitas practicar por fuera. Pero mira, tampoco es que todos tengan que llegar a las dichosas 10,000 horas. No es que si tienes 8,000 o 7,000 tu inglés va a ser muy malo. Al contrario. Hace falta mucha investigación al respecto, pero las metas están más o menos así: con mil horas estás en un nivel pre-intermedio, con dos mil quinientas estás en intermedio, lo que implica que puedes pasar un FCE o TOEFL, si lo que te importa es conseguir una certificación, y arriba de eso ya estamos hablando de niveles intermedio-avanzado o avanzado.

JUAN RAITER:              Estaba haciendo el cálculo, mentalmente…

JUANICH:                       A ver…

JUAN RAITER:           Hay muchos cursos de lengua, en las universidades o en centros de idioma, que son de 70 horas al semestre. Si quieres llegar a ese nivel intermedio del que hablas… 2,500 horas, entonces necesitarías… estoy haciendo la cuenta… dos quinientos entre setenta… estamos hablando de treinta y cinco… ¡35 semestres!

JUANICH:                       Diecisiete años y medio, si sólo practicas en clase…

JUAN RAITER:              Por eso la importancia de practicar por fuera. Ahora, algo que quería preguntarte es lo siguiente: ¿qué cambiamos entonces?

JUANICH:                       Mucho.

JUAN RAITER:            ¿Cómo le hacemos para que haya esa necesidad, ese input y esa motivación de las que hablabas?

JUANICH:                    En el salón de clases difícilmente las va a haber. Cuando mucho puedes influir en que la motivación de tus estudiantes crezca. Y a lo mejor eso les lleva a buscar más input por fuera. Pero la necesidad casi siempre queda de lado, y como diría Sternberg… sin uno de los tres…

JUAN RAITER:               No hay amor verdadero /

JUANICH:                        Consumado, amor consumado /

JUAN RAITER:          Cierto, cierto. Pero entonces, ¿no termina siendo la única opción enviar a todos a Estados Unidos o a Inglaterra?

JUANICH:                    Pero a qué costo. Es que no es factible. Te cuento una anécdota que puede ayudarnos mucho. Hace dos meses y medio empecé a darle clases de español a una alemana que está de visita en México.

JUAN RAITER:              ¿Ya sabía algo de español?

JUANICH:                       Nada. Sólo sabía decir hola, literalmente.

JUAN RAITER:              ¿Y ahora?

JUANICH:           Es a lo que voy. Dos meses y medio después tenemos conversaciones de hora y media o dos horas en español. Y claro que a veces no le entiendo, a veces le corrijo cosas, a veces se desespera, pero en sólo dos meses ya puede hacer lo que la mayoría de mis alumnos de inglés no pueden hacer después de cinco, diez o quince años.

JUAN RAITER:            Pero no es un poco aceptar la idea de que entonces deberíamos enviarlos a todos al país donde se habla el idioma.

JUANICH:                      Esta chica alemana tiene la ventaja de estar en México. Tiene la necesidad de hablar, hay input suficiente y su motivación ha ido creciendo, pero vuelvo a la idea de que no es factible enviar a todos a Londres o a Nueva York… ni para nosotros los mexicanos, ni para los alemanes, ni para ningún país, por más rico que sea… no hay recursos suficientes para ello /

JUAN RAITER:              ¿Entonces?

JUANICH:                    Variemos un poco el dicho. Si tú no vas a la montaña, haz que la montaña venga a ti. Trae a los extranjeros a tus escuelas y a tus universidades.

JUAN RAITER:        Suena interesante, pero hay una objeción que me gustaría plantear. Eso ya se hace. Tú mismo trabajaste en una universidad donde había varios extranjeros y el nivel de inglés de los estudiantes no aumentó significativamente.

JUANICH:               Totalmente de acuerdo, pero es que pasa lo siguiente: Al extranjero se le termina institucionalizando, se le ve como un maestro más, se le dice “ve a tal clase e imparte el tema del verbo to be”…

JUAN RAITER:               Por enésima vez…

JUANICH:                    Sí. “checa a quién le faltan clases para que le demos la maestría de I am, you are, he is”. Y eso es lo que hay que cambiar… lo que hay que cambiar es la relación que los extranjeros tienen con los aprendices… hacer que la interacción sea mucho más natural. ¿Cómo? Poniendo al extranjero en la cafetería y no en el aula, haciendo que jueguen futbol juntos, que vayan a excursiones juntos. Es que es a lo que voy siempre. Le pasa al extranjero, pero le pasa también al maestro. El maestro está por un lado y los alumnos por el otro, como si fueran equipos contrarios, antagonistas en el proceso de aprendizaje y eso no debería de ser verdad. No tienes input suficiente, no hay la necesidad de hablar el idioma y la motivación ni siquiera se fomenta. Perdón por la expresión, pero estamos fritos.

JUAN RAITER:             Coincido, pero a la vez pienso en otro ejemplo: La Facultad de Lenguas donde estudiaste. Ahí había extranjeros, algunos maestros y otros estudiantes. Pero centrémonos en los estudiantes extranjeros: a muchos de los estudiantes mexicanos les daba pena acercarse y hablar en inglés. ¿Cómo combatir esto?

JUANICH:                      Lo que falta es ganas de mejorar y conciencia de que se debe buscar práctica adicional tanto como sea posible. Pero a las instituciones también les falta directriz. Tráete a diez extranjeros que hablen inglés. Si quieres, regálales un curso de español, pero a cambio hazles saber que una de sus funciones principales es acercarse al alumnado e iniciar pláticas en inglés. ¿Y sabes algo? De preferencia tráete personas que prácticamente no hablen español. Algunas de las pláticas serán exitosas y otras no tanto, como todo en la vida. Pero lo cierto es lo siguiente: por fin habrá la necesidad de usar el idioma. Saca a tus alumnos del aula y esas dos horas de clase que sean dos horas de conversación.

JUAN RAITER:              ¿Y los maestros?

JUANICH:                    Los maestros están ahí para ayudar a sus alumnos a expresarse. Es un ganar-ganar. Planean menos, se estresan menos y los estudiantes aprenden más.

Manos a la obra

¡Sí! ¡Manos a la obra!

Frase sobre el período crítico, tomada de:

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