jueves, 16 de marzo de 2017

¿Qué hicieron bien para que yo aprendiera inglés?

Juan Carlos García Valdés


A Miss Juanita, a Miss Celina y a Thomas Ravelli 

Cuando cumplí ocho años no sabía nada de inglés; ni una palabra. A los doce, recién cumplidos, estuve tres semanas y media con una familia norteamericana en Dayton, Ohio (los Pohlar), pero no realmente para aprender, sino para practicar todo lo que había aprendido. Mis recuerdos me dicen que yo podía decir ya todo lo que necesitaba (con algunos errores, seguramente) y que les entendía perfectamente bien. Eso significa que en cuatro años (o incluso un poco menos), aprendí lo necesario para comunicarme y estoy convencido de que más de una persona tuvo que hacer las cosas bien para que esto sucediera. Analicemos la situación, buscando que se pueda repetir tantas veces como sea posible.

Agosto de 1994

Seguramente este año fue el más importante de mi vida. (Ya lo sé. La mayoría de ustedes ni siquiera había nacido). Del 17 de junio al 17 de julio de aquel año se jugó el Mundial de Futbol en Estados Unidos y para mí era un evento sin importancia. Si algo odiaba, de verdad, era el soccer y cuando mis primos se ponían a jugar, yo entraba al terreno de juego cual Lavolpe fouleador, les quitaba el balón y les decía que se pusieran a hacer algo de provecho.

Nadie sabe cuándo ocurrió exactamente, pero pronto las jugadas de Hristo Stoichkov, los regates de Romario y las atajadas del Loco Ravelli me embelesaron. Zague pudo revertir ese enamoramiento con su falla monumental ante Noruega, pero afortunadamente mi amor por el balompié ya no tenía vuelta atrás.

“¿Y qué tiene que ver todo esto con el inglés?”, se estarán preguntando. Pues bien, la relación no pasa por el hecho de que el Mundial se haya jugado en los Uniteds, país angloparlante por excelencia, sino porque yo pronto pedí que me inscribieran a una escuela de futbol. Y de ahí surgió que no sólo me hayan inscrito por las tardes para practicar “el deporte más bello del mundo”, sino que mis padres vieron la oportunidad de que su primogénito pudiera entrar a una escuela privada (anteriormente había estado siempre en escuela pública y no llevaba inglés).

No te queremos aquí

Encontrar escuela de futbol fue fácil; encontrar escuela de 8 a 2, un poco más complicado y me hace recordar la primera vez que alguien me rechazó.

Mis padres seleccionaron una escuela y me dijeron que ahí me inscribirían (no mencionaré el nombre de la escuela por respeto y porque el hecho de no haberme tenido como estudiante, creo yo, ya fue suficiente castigo…jajajaja… ¿y el humilde no vino?).

En fin, lo que pasó esa mañana jamás lo olvidaré. Comparada con mi antigua escuela, este lugar pertenecía a un cuento de hadas. Todo estaba limpio y ordenado. Las instalaciones se veían modernas y las maestras y maestros que por ahí pasaban (no muchos aquel día ya que eran todavía vacaciones) lucían simplemente elegantes. “Aquí sí voy a aprender”, me dije.

Entramos a la dirección, mis padres y yo, y pronto comenzó la entrevista. Todo fluyó bien, sin contratiempos, hasta que de pronto surgió la pregunta que lo imposibilitó todo: ¿Y su hijo habla inglés? Mis padres, apegados a mi desconocimiento del “How are you?” y del “Fine, thanks and you?”,  contestaron como era debido: Nou señourita. Y entonces nos dijeron que desafortunadamente sería imposible para mí alcanzar a mis compañeros y que debía de buscar otra escuela y eso fue lo que hicimos.

A toro pasado, creo que esa fue una bendición (y miren que muy creyente no soy). La escuela recién mencionada era buena y tenía calidad, pero no era ni el 10% de la escuela a la que finalmente entré (tampoco diré el nombre, pero les puedo decir que mi escuela era “nave que conduce a los hombres que aspiran ciencia, amor y libertad”).

What’s your name?

Total que me inscribieron, me compraron mi uniforme cafecito a cuadros y llegó mi primer día de clases.

El sistema de esta escuela consistía en que todos los alumnos de primero a cuarto de primaria llevaban la mitad del día clases en español y la otra mitad, clases en inglés.

Primero tuvimos a Miss Juanita, excelente maestra, que nos puso a hacer sumas, restas, oraciones, efemérides y a bailar La Macarena, todo en español. Hasta ahí, todo fácil.

Sin embargo, las complicaciones vinieron después del receso, cuando en lugar de Miss Juanita tuvimos a Miss Celina, también extraordinaria. Miss Celina, alta, delgada, joven y profesional, era nuestra maestra de inglés. Llevaba una pelotita que aventaba a diestra y siniestra para fomentar la participación de sus alumnos y todo funcionó muy bien hasta que esa pelotita llegó a mis manos y ella lanzó la pregunta.

Mi cara de What fue épica, como si le preguntaran a Peña Nieto la capital de Veracruz o el precio del kilo de las tortillas y si él contestó que no era la señora de la casa, yo casi quise decirle a Miss Celina que a mí el inglés se me daba como a Enriquito recordar los libros que han marcado su vida.

Alguien me sopló la respuesta en aquella ocasión, pero después todo fue miel sobre hojuelas en mi proceso del aprendizaje del inglés y yo creo que esto se debió a que algunas personas hicieron las cosas bien.

Qué es lo que hicieron bien para que yo aprendiera inglés

1.- No me mintieron sobre mi nivel, ni me aprobaron nada más porque sí. Al contrario, durante todo un año estuve yendo a clases de regularización por las tardes y me dejaban tarea extra. Siempre fui a mis clases. No había pretexto para faltar.

2.- Jamás me enseñaron gramática. Todas las clases estaban enfocadas a que yo incrementara mi vocabulario, mejorara mi comprensión oral y mi capacidad para comunicarme.

3.- Desarrollaron en mí una actitud positiva hacia los Estados Unidos. “¿Y esto qué tiene que ver?”, podrán cuestionar. La respuesta es: Mucho. Al desarrollar esta actitud, yo quería aprender cada vez más sobre su cultura y de paso aprendía más y más inglés.

4.- Nos dejaban leer como si no hubiera mañana. Cada año nos pedían muchos graded readers, pero siempre de acuerdo con nuestro nivel. Todavía me acuerdo de Supersnake in going fishing, Dracula y The Canterville Ghost, entre muchos otros.

5.- Miss Celina y las demás maestras nos hablaban casi siempre en inglés. Así fui desarrollando mi oído para el idioma.

6.- Mis padres me hicieron llenar las paredes de mi habitación con muchas de las palabras que no conocía. Las dejaba ahí por una o dos semanas y de tanto verlas me las fui aprendiendo. Ninguno de mis papás hablaba inglés, pero eso no impidió que estuvieran comprometidos para que yo aprendiera.

7.- Siempre nos expusieron a acentos nativos. Recuerdo que teníamos un libro llamado Project Video, con un señor barbón que me caía muy bien y que nos contaba cosas de su país y de su cultura. El simple hecho de volver a ver la portada de ese libro me pone de buenas.

8.- El número de horas de inglés a la semana era considerable. Tres horas por día significaban quince horas de práctica a la semana más las tareas, los proyectos y mis clases adicionales el primer año (tal vez 20 o 25 horas a la semana el primer año).

9.- Nuestras evaluaciones eran frecuentemente prácticas. Todavía recuerdo que en cuarto de primaria Miss Vicky nos dejó hacer una revista en inglés y que yo me encargué de la sección deportiva. Se trataba no de memorizar unas reglas gramaticales o unas cuantas palabras, sino de poner en práctica todo lo que íbamos aprendiendo.

10.- Cada año algunos alumnos iban a Estados Unidos (como yo lo hice cuando visité a la familia Pohlar) y también un grupo de estudiantes norteamericanos estaba de tres a cuatro semanas en nuestra escuela. Sigo pensando que la interacción con nativos del inglés es muy benéfica para avanzar a pasos de gigante.

Manos a la obra

Yo también estaba destinado a ser el mexicano promedio que no habla inglés, pero una combinación de factores hizo que en 1994 mi aprendizaje empezara para ya no detenerse nunca más. El futbol indirectamente me llevó al inglés y el inglés me ha dado el 95.66% de las oportunidades que he tenido.

¿Qué podrías implementar de los diez puntos mencionados para que tu inglés mejore y mejore? ¿Leer muchísimos graded readers? ¿Acercarte a nativos del inglés y empezar a tener más conversaciones? ¿Tapizar tu casa de palabras inglesas? ¿Dejar de pedirle a tus maestros que te “echen la mano” y hacerte responsable de tu aprendizaje? ¿Desarrollar una actitud más positiva hacia los Estados Unidos, Inglaterra, Australia y los países angloparlantes, a pesar de Donald y sus secuaces?  

Puedes compartir cualquier duda, pregunta, comentario o sugerencia escribiendo al correo electrónico juan.garciavaldes@cadlenguas.com

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