Juan Carlos García
Valdés
A Miss Juanita, a Miss Celina y a Thomas Ravelli
Cuando cumplí ocho años no sabía nada de inglés; ni una
palabra. A los doce, recién cumplidos, estuve tres semanas y media con una
familia norteamericana en Dayton, Ohio (los Pohlar), pero no realmente para
aprender, sino para practicar todo lo que había aprendido. Mis recuerdos me
dicen que yo podía decir ya todo lo que necesitaba (con algunos errores,
seguramente) y que les entendía perfectamente bien. Eso significa que en cuatro
años (o incluso un poco menos), aprendí lo necesario para comunicarme y estoy
convencido de que más de una persona tuvo que hacer las cosas bien para que
esto sucediera. Analicemos la situación, buscando que se pueda repetir tantas
veces como sea posible.
Agosto de 1994
Seguramente este año fue el más importante de mi vida. (Ya lo
sé. La mayoría de ustedes ni siquiera había nacido). Del 17 de junio al 17 de
julio de aquel año se jugó el Mundial de Futbol en Estados Unidos y para mí era
un evento sin importancia. Si algo odiaba, de verdad, era el soccer y cuando mis primos se ponían a jugar,
yo entraba al terreno de juego cual Lavolpe fouleador,
les quitaba el balón y les decía que se pusieran a hacer algo de provecho.
Nadie sabe cuándo ocurrió exactamente, pero pronto las
jugadas de Hristo Stoichkov, los regates de Romario y las atajadas del Loco Ravelli
me embelesaron. Zague pudo revertir ese enamoramiento con su falla monumental ante Noruega, pero afortunadamente mi amor por el balompié ya no tenía vuelta
atrás.
“¿Y qué tiene que ver todo esto con el inglés?”, se estarán
preguntando. Pues bien, la relación no pasa por el hecho de que el Mundial se
haya jugado en los Uniteds, país
angloparlante por excelencia, sino porque yo pronto pedí que me inscribieran a
una escuela de futbol. Y de ahí surgió que no sólo me hayan inscrito por las
tardes para practicar “el deporte más bello del mundo”, sino que mis padres
vieron la oportunidad de que su primogénito pudiera entrar a una escuela
privada (anteriormente había estado siempre en escuela pública y no llevaba
inglés).
No te queremos aquí
Encontrar escuela de futbol fue fácil; encontrar escuela de 8
a 2, un poco más complicado y me hace recordar la primera vez que alguien me
rechazó.
Mis padres seleccionaron una escuela y me dijeron que ahí me
inscribirían (no mencionaré el nombre de la escuela por respeto y porque el hecho
de no haberme tenido como estudiante, creo yo, ya fue suficiente castigo…jajajaja…
¿y el humilde no vino?).
En fin, lo que pasó esa mañana jamás lo olvidaré. Comparada
con mi antigua escuela, este lugar pertenecía a un cuento de hadas. Todo estaba
limpio y ordenado. Las instalaciones se veían modernas y las maestras y
maestros que por ahí pasaban (no muchos aquel día ya que eran todavía
vacaciones) lucían simplemente elegantes. “Aquí sí voy a aprender”, me dije.
Entramos a la dirección, mis padres y yo, y pronto comenzó la
entrevista. Todo fluyó bien, sin contratiempos, hasta que de pronto surgió la
pregunta que lo imposibilitó todo: ¿Y su hijo habla inglés? Mis padres,
apegados a mi desconocimiento del “How
are you?” y del “Fine, thanks and
you?”, contestaron como era debido: Nou señourita. Y entonces nos dijeron
que desafortunadamente sería imposible para mí alcanzar a mis compañeros y que
debía de buscar otra escuela y eso fue lo que hicimos.
A toro pasado, creo que esa fue una bendición (y miren que
muy creyente no soy). La escuela recién mencionada era buena y tenía calidad,
pero no era ni el 10% de la escuela a la que finalmente entré (tampoco diré el
nombre, pero les puedo decir que mi escuela era “nave que conduce a los hombres
que aspiran ciencia, amor y libertad”).
What’s your name?
Total que me inscribieron, me compraron mi uniforme cafecito
a cuadros y llegó mi primer día de clases.
El sistema de esta escuela consistía en que todos los alumnos
de primero a cuarto de primaria llevaban la mitad del día clases en español y
la otra mitad, clases en inglés.
Primero tuvimos a Miss Juanita, excelente maestra, que nos
puso a hacer sumas, restas, oraciones, efemérides y a bailar La Macarena, todo
en español. Hasta ahí, todo fácil.
Sin embargo, las complicaciones vinieron después del receso,
cuando en lugar de Miss Juanita tuvimos a Miss Celina, también extraordinaria.
Miss Celina, alta, delgada, joven y profesional, era nuestra maestra de inglés.
Llevaba una pelotita que aventaba a diestra y siniestra para fomentar la participación
de sus alumnos y todo funcionó muy bien hasta que esa pelotita llegó a mis
manos y ella lanzó la pregunta.
Mi cara de What fue
épica, como si le preguntaran a Peña Nieto la capital de Veracruz o el precio
del kilo de las tortillas y si él contestó que no era la señora de la casa, yo
casi quise decirle a Miss Celina que a mí el inglés se me daba como a Enriquito
recordar los libros que han marcado su vida.
Alguien me sopló la respuesta en aquella ocasión, pero después
todo fue miel sobre hojuelas en mi proceso del aprendizaje del inglés y yo creo
que esto se debió a que algunas personas hicieron las cosas bien.
Qué es lo que hicieron
bien para que yo aprendiera inglés
1.- No me mintieron sobre mi nivel, ni me aprobaron nada más
porque sí. Al contrario, durante todo un año estuve yendo a clases de
regularización por las tardes y me dejaban tarea extra. Siempre fui a mis
clases. No había pretexto para faltar.
2.- Jamás me enseñaron gramática. Todas las clases estaban
enfocadas a que yo incrementara mi vocabulario, mejorara mi comprensión oral y
mi capacidad para comunicarme.
3.- Desarrollaron en mí una actitud positiva hacia los
Estados Unidos. “¿Y esto qué tiene que ver?”, podrán cuestionar. La respuesta
es: Mucho. Al desarrollar esta actitud, yo quería aprender cada vez más sobre
su cultura y de paso aprendía más y más inglés.
4.- Nos dejaban leer como si no hubiera mañana. Cada año nos
pedían muchos graded readers, pero
siempre de acuerdo con nuestro nivel. Todavía me acuerdo de Supersnake in going fishing, Dracula y The Canterville Ghost, entre muchos otros.
5.- Miss Celina y las demás maestras nos hablaban casi
siempre en inglés. Así fui desarrollando mi oído para el idioma.
6.- Mis padres me hicieron llenar las paredes de mi habitación
con muchas de las palabras que no conocía. Las dejaba ahí por una o dos semanas
y de tanto verlas me las fui aprendiendo. Ninguno de mis papás hablaba inglés,
pero eso no impidió que estuvieran comprometidos para que yo aprendiera.
7.- Siempre nos expusieron a acentos nativos. Recuerdo que
teníamos un libro llamado Project Video, con un señor barbón que me caía muy
bien y que nos contaba cosas de su país y de su cultura. El simple hecho de
volver a ver la portada de ese libro me pone de buenas.
8.- El número de horas de inglés a la semana era
considerable. Tres horas por día significaban quince horas de práctica a la
semana más las tareas, los proyectos y mis clases adicionales el primer año
(tal vez 20 o 25 horas a la semana el primer año).
9.- Nuestras evaluaciones eran frecuentemente prácticas. Todavía
recuerdo que en cuarto de primaria Miss Vicky nos dejó hacer una revista en
inglés y que yo me encargué de la sección deportiva. Se trataba no de memorizar
unas reglas gramaticales o unas cuantas palabras, sino de poner en práctica
todo lo que íbamos aprendiendo.
10.- Cada año algunos alumnos iban a Estados Unidos (como yo
lo hice cuando visité a la familia Pohlar) y también un grupo de estudiantes
norteamericanos estaba de tres a cuatro semanas en nuestra escuela. Sigo
pensando que la interacción con nativos del inglés es muy benéfica para avanzar
a pasos de gigante.
Manos a la obra
Yo también estaba destinado a ser el mexicano promedio que no
habla inglés, pero una combinación de factores hizo que en 1994 mi aprendizaje
empezara para ya no detenerse nunca más. El futbol indirectamente me llevó al
inglés y el inglés me ha dado el 95.66% de las oportunidades que he tenido.
¿Qué podrías implementar de los diez puntos mencionados para
que tu inglés mejore y mejore? ¿Leer muchísimos graded readers? ¿Acercarte a nativos del inglés y empezar a tener más
conversaciones? ¿Tapizar tu casa de palabras inglesas? ¿Dejar de pedirle a tus
maestros que te “echen la mano” y hacerte responsable de tu aprendizaje? ¿Desarrollar
una actitud más positiva hacia los Estados Unidos, Inglaterra, Australia y los
países angloparlantes, a pesar de Donald y sus secuaces?
Puedes compartir cualquier
duda, pregunta, comentario o sugerencia escribiendo al correo electrónico juan.garciavaldes@cadlenguas.com
Visita
CAD Lenguas en Facebook:
y
dale like a nuestra página.
¿Interesado en una clase de inglés en
la que realmente puedas aprender y avanzar? Comunícate conmigo al 722-6113296
(WhatsApp).
No hay comentarios:
Publicar un comentario