Juan Carlos García
Valdés
Si alguien me estuviera plagiando, yo honestamente le
recomendaría que se centrara en este texto. Aquí están las hipótesis que
marcarán mi trabajo en los próximos años, las ideas que empecé negando y que
ahora me enamoran, las afirmaciones que quisiera refutar, pero no puedo. En
otras palabras, aquí está la madre de todas las entradas, madre porque cada
idea podría convertirse en un texto nuevo.
Uno: No hay talento
para los idiomas; hay número de horas dedicadas
El desarrollo de un idioma no tiene nada que ver con la
inteligencia. Analicen y comprueben. Hasta el más tonto de sus amigos o vecinos
o compañeros habla español (o su lengua materna correspondiente) y lo habla muy
bien. Tal vez no tenga buena ortografía, pero esa es harina de otro costal,
mole de otro bodorrio. Tal vez se equivoque de vez en cuando o muy seguido como
Peña Nieto o como George W. Bush, que mezclaba las frases, pero aun así todo
nativo tiene un nivel envidiable para un no nativo.
Un nativo a la edad de 20 años lleva por lo menos 85,410
horas de listening (18 años escuchando; 13 horas por día). Por eso nada se le complica. O casi nada. Por el contrario,
los aprendices nos echamos 500 horas en 5 años y ya queremos ser Shakespeare,
situación por demás complicada.
¿Se necesitan esas ochenta y cinco mil horas en cada
aprendiz? La respuesta es negativa.
¿Cuántas horas se necesitan entonces? Yo partiría de dos
supuestos: Uno, la aseveración de Malcolm Gladwell (las 10 mil horas para
llegar a un nivel experto), o, dos, el hecho de que un niño a los diez años ya
lo sabe decir prácticamente todo (al menos todo lo importante).
Un niño de diez años lleva cuando menos 37,960 horas de
listening (13 horas por día durante al menos ocho años, contando días feriados
y vacaciones decembrinas). Por lo anterior, el éxito estaría en algún lugar
entre las diez mil y las treinta y siete mil horas (minutos más, minutos menos;
recuerden: este blog es de ideas reales, no de ficciones académicas).
Por ende, cualquier propuesta que busque ser exitosa debería
asegurarle al niño/niña/aprendiz/bodoque en cuestión la posibilidad de escuchar
el idioma por un mínimo de 10 mil horas, de preferencia antes de entrar a la
universidad (digo, para que ya en la uni se dediquen a usar el idioma en busca de
objetivos concretos y no a cursar y recursar nivel A1 por los siglos de los
siglos).
Si le dejamos esta tarea al sistema escolar (tomando en
cuenta que un niño empieza a tener clases normalmente a los tres años y que entra a la universidad aproximadamente a los 18, tendríamos entonces que
distribuir 10 mil horas (por lo menos) en 15 años.
Este cálculo nos daría 666.66 horas (¡qué diabólico!) por
año, que calculado en meses escolares (suponiendo que los chilindrinos van
nueve meses al año) nos daría 74.07 horas por mes, que calculado en semanas nos
daría 18.51 horas semanales o lo que es lo mismo (tomen nota): casi cuatro
horas de inglés al día, de lunes a viernes.
Suena a muchas horas, ¿verdad? Pues sí, pero esa es la
realidad. Si queremos ser un país competitivo, con gente que de verdad hable inglés, hará falta invertir e reinvertir
bien en la educación de nuestros chicuelos.
¿Deberíamos dejarle esta gran meta al sistema educativo? Yo
abogo por el no. La escuela puede ayudar, pero debería de ser una
responsabilidad de los padres formar hijos bilingües.
Dos: El tipo de
aprendizaje/instrucción determina la fluidez en un idioma
Dicho de otra manera, el idioma que se aprenda en un salón de
clases se hablará como lengua de salón de clases, lo cual es triste.
Véanlo en sus conocidos y amigos. Incluso los que hablan
mejor, no dejan de pensarlo un poco más que los nativos y de hacerlo con mucha
menor naturalidad que los nativos. La excepción son los amigos y/o conocidos
que se fueron a vivir un tiempo a un país angloparlante, que tuvieron un
aprendizaje mayoritariamente extra-aula y/o que conviven continuamente con
nativos del inglés.
¿Por qué? Porque en todos los demás casos el contexto siempre
fue académico o, mejor dicho, ficticio. El problema está en que cuando ese
aprendizaje restringido se enfrenta al mundo abierto de la vida real, el
aprendizaje restringido a menudo sufre.
Es necesario e importante que los aprendices mexicanos se
olviden del present perfect y empiecen a tener una práctica
mucho más real.
Tres: El acento no nativo,
si se necesita, debería de ser únicamente punto de acceso
Lo ideal sería que quienes aprendan inglés tengan maestros nativos
del inglés (y que los que aprendan español tengan maestros nativos del
español). ¿Por qué? Porque el acento mexicano (en inglés) difícilmente lo vamos
a encontrar en Londres, Australia, Canadá o incluso en los United.
¿Para qué acostumbrar a nuestros aprendices a un acento que
no van a escuchar? El acento no nativo como punto de acceso, como primer
encuentro con el idioma está bien, pero como realidad permanente, ya no.
Hipótesis radical: El acento no nativo es contraproducente
para la mejora de nuestro listening (probablemente falsa; todavía no lo sé).
Cuatro: Clases…mango
(¡qué forma tan bella de expresar una idea!)
El fin de las clases
Hace apenas una semana un excelente amigo que quiere poner
una escuela me consultó sobre lo que debería de hacer en torno al idioma
inglés. “¿Estaría bien tener grupos de treinta alumnos?”. Mi respuesta fue no.
“¿Grupos de veinte?” No. “¿De cuántos entonces? Mi respuesta fue… Grupos de
nada.
Me explico. Si seguimos creyendo que el idioma se aprende en
una clase, con el pizarrón tradicional, los ejercicios tradicionales, la
gramática tradicional y las chistosadas tradicionales, estamos mal, mal, mal.
De esa forma, podríamos hacer que los alumnos acabaran uno,
dos, tres o siete libros de texto por año y no veríamos mejoras significativas.
Y lo mismo sucede con el número de alumnos: tener treinta, veinticinco o veinte
por grupo no afectará en gran medida los resultados.
Debemos alejarnos de las clases y proponer mesas de
conversación. Traer a nativos, nativos y más nativos y entonces sí, si la SEP,
Elba Esther o un director inepto, nos pide que tengamos grupos de 30 lo que
hacemos es lo siguiente:
a) Dividimos a los 30 entre seis. Resultado igual a cinco.
b) Cinco alumnos se van con un nativo, otros cinco con otro,
otros cinco con otro y así hasta la eternidad.
c) Y se ponen a hablar. En los niveles iniciales hablará
mucho más el nativo y los aprendices escucharán. El nativo habla con pausas, de
manera un tanto lenta, repite y usa mímica, gestos, lo hace todo muy transparente.
Los aprendices empiezan a entender cositas por aquí y cositas por allá. Esto es
obvio, porque les encanta el chisme. Al siguiente día se cambian de nativo y
así se van acostumbrando a varios acentos y no sólo a uno. En los niveles
intermedios y/o avanzados la participación de los aprendices se incrementa de
manera considerable.
d) Nadie se preocupa por no saberse el tercer condicional y
nadie se gasta $500 pesos en libros de texto innecesarios.
“Oiga teacher, ¿y entonces usted a qué se va a dedicar?”
Respuesta: a coordinar a los nativos y a esparcir la belleza del español por el
mundo.
Por cierto, esta no es mi idea ehhh. El 99% de las ideas que
valen la pena son siempre de alguien más. Yo me baso en un gigante: el gigante
de la ciudad de la eterna primavera, mi querido y admirado Iván Illich.
Cinco: La máquina de
Schiphol
Esas máquinas existen en muchos aeropuertos, pero yo las vi
por primera vez en los Países Bajos. Me refiero a las máquinas de check-in.
¡Me encantan y quisiera tener una!
Imagínense: yo compré mi boleto en la computadora de mi casa
y el día de mi vuelo, varios meses después, una máquina en otro país tenía toda
mi información en la pantalla. Luego me preguntó otros detalles y me pidió que
pusiera mi pasaporte sobre un cristal para que mi documento de identidad fuera
escaneado.
O sea que estamos hablando de una máquina muy, muy
inteligente, porque así como tenía mi información, tenía la información de
muchas personas más. Muy inteligente y totalmente automatizada.
¿Y para qué quiero una máquina de estas?
La quiero porque ahora mismo me encuentro en una etapa de
transición. La mayoría de mis grupos no tienen ya el método tradicional, pero
todavía no empiezo a implementar el método de los nativos.
El método de transición se llama el método de puntos. En
lugar de tener una clase tradicional, los alumnos pueden escoger distintas
actividades de un catálogo de treinta opciones (canciones, Duolingo, quizzes de
vocabulario, leer libros en inglés, chatear en ese idioma, grabar videos, jugar
con aplicaciones en internet, jugar videojuegos, entre muchas otras). Se llama el método de puntos porque cada actividad les confiere un puntaje específico y su meta es llegar a 4,000 (que equivale a un bello 10 de calificación).
Es un método que me gusta como método de transición, pero es
un método cansado para mí ya que tengo que checar muchas cosas muy distintas,
debido a que cada estudiante elige lo que quiere aprender y cuándo lo quiere
aprender. Ahora pues… imagínense si tuviera una máquina como las de Schiphol,
una máquina que lo supiera todo de las necesidades de mis alumnos, una máquina
que yo alimentara con muchas actividades y que ellos pudieran utilizar sin que
yo esté ahí; una máquina a la que no pudieran engañar, como no se puede engañar
a las máquinas de Schiphol poniendo un pasaporte que no es, una máquina que dé
retroalimentación concreta, como a mí la maquinita schipholiana me dio mi
tarjeta de embarque; una máquina que cheque mientras yo estoy en Schiphol a punto de tomar mi siguiente vuelo hacia un destino exótico; una máquina con la que pudieran platicar, chismear y desahogarse.
Yo quiero mi máquina de Schiphol y, a lo mejor, la pongo al
lado de los nativos
Manos a la obra
Esta vez ustedes no tienen que hacer nada. El que tiene mucha
tarea soy yo: desarrollar mis ideas, conseguir nativos y hacerme de mi
maquinita, entre muchas otras cosas.
Ustedes descansen y de vez en cuando lean un poquito,
escuchen un poquito, escriban un poquito y hablen con sus amigochos de Estados
Unidos, Canadá o Nueva Zelanda.
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duda, pregunta, comentario o sugerencia escribiendo al correo electrónico juan.garciavaldes@cadlenguas.com
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