Juan Carlos García
Valdés
Mis amigos y la gente que me rodea saben que tengo una
memoria muy mala. Eso, claro está, no ayuda mucho al aprender un idioma. Tengo,
por ejemplo, una alumna a la cual le basta ver una palabra una o dos veces para
recordarla el resto de su vida. Yo quisiera tener esa habilidad, pero,
desafortunadamente, no la tengo.
Ahora bien: si quiero ser un mejor aprendiz debo enfocarme en
tratar de recordar cada vez más las cosas y entonces se me ocurrió un petite
experiment del que les cuento enseguida.
Una tarde de marzo
Hace ya casi cuatro meses, un día que tenía tiempo libre, fui
a mi librería favorita en la ciudad, esa que lleva el nombre de Mahatma y me
puse a ver los libros y materiales que tienen en inglés. De pronto, me encontré
con una cajita que decía “Everything you need to know: 275 fact cards”. Pedí
verlas y una señorita amablemente accedió.
Las tarjetas eran de temas muy distintos (historia,
geografía, ciencia, entre otros) y me gustaron mucho porque cada tarjeta tenía
un texto pequeño que bien podía utilizar con mis alumnos. Por lo tanto, las
compré.
Todas tenían texto,
menos…
Lo que noté después fue que todas las tarjetas tenían algo
para leer con excepción de las 44 (Copetín todavía no aparece) que están
dedicadas a los presidentes de los United
States.
En esas tarjetas presidenciales sólo aparece el nombre del
mandamás, cuándo nació y cuando se petateó,
el número de presidente que fue y el período en el que estuvo en la Casa Blanca
(la de Washington, no la de la Gaviota).
¿Y con estas qué hago?, me pregunté.
Como no tenía nada que
hacer…
Decidí que las iba a pegar en una parte de mi oficina, la
verdad sólo para adornar, decorar, echarle mi estilacho a las paredes que día a
día me acompañan.
Y entonces sucedió lo interesante de este asunto: Sin querer,
me los empecé a aprender. Primero me aprendí el nombre de George Washington, luego el de John
Adams y después el de Thomas Jefferson y sin querer mucho la cosa, de pronto me di
cuenta de que ya me sabía 30 de los 45 mandatarios del país de las barras y las
estrellas.
¿Yo? ¿En serio? ¿Yo que tengo tan mala memoria? ¿Qué hice
bien para poder recordarlos?
Primero no lo entendí muy bien, pero después me di cuenta de
que habían sucedido dos cosas. A saber:
Mambo #1: De tanto ver
Si Jim Rohn dice que “somos el promedio de las cinco personas
con las que más tiempo pasamos”, no parece descabellado pensar que aprendemos
el promedio de aquello que vemos, escuchamos y sentimos.
En otras palabras, si hacemos que algo sea visible, que esté
ahí, enfrente de nuestras narices, las probabilidades de que eso se nos quede
en nuestras cabecitas son mayores que si simplemente no lo hacemos.
Mambo #2: De tanto
jugar
Como sabrán o intuirán, me encanta estar jugando con las
palabras y estos presichistes no fueron la excepción. Así descubrí que hubo un
presidente gato (James Garfield, #20), hubo uno DJ (¿no les late ir al
concierto de Martin Van Buren?, #8) y uno sabio (James Buchanan, #15 y en las
rocas s’il vous plaît!). También me
di cuenta de que si querías ser presidente de los Estados Unidos de América más
te valía llamarte James (cinco en los primeros veinte) o que tu nombre empezará
con W, como W Radio, sobre todo si ibas a comandar entre 1897 y 1923 (cuatro de
cinco empiezan con W en ese período).
Por ahí me enteré de que William Henry Harrison (#9) fue
abuelo de Benjamin Harrison (#23) y supongo, no lo sé de cierto, pero lo
supongo, como dice el poeta, que John Adams (#2) no tenía que ver nada con Los Locos Adams, pero
tal vez sí con John Quincy Adams (#6).
Los #7 y #17 son Andrew, sólo que uno Jackson y el otro
Johnson, y Grover Cleveland fue el primero en repetir más no necesariamente en
expeler; aquí más bien me refiero al primero en períodos no consecutivos en
decir “voy de nuevo”, “todavía me queda cuerda”.
He ahí la historia de los 30 primeros.
¿Y ante este hito
nosotros lloramos, nos reímos, celebramos, armamos una party loca o qué ondón?
A lo que quiero llegar con los presidentes es a lo siguiente:
UNO: Si yo, que tengo tan mala memoria, me los he podido
aprender en una semana y media, ustedes cuya capacidad retentiva es mucho
mayor… ¿qué no pueden almacenar en sus bellos cerebros? Infinidad de verbos,
frases, sustantivos, idioms, phrasal verbs y mucho más… pero ojo…
péguenlos en su pared, hagan algo con las palabras y no esperen que sin hacer
nada, por arte de magia, de pronto se vayan a aprender todas las palabras.
Salvo memorias muy privilegiadas, eso no sucede. Así es que mejor asuman que su
reminiscencia es promedio.
DOS: Entre más cosas se aprendan, más fácil será aprender lo
siguiente. Me explico: Si ya me sé los presidentes, ahora me será más fácil
aprenderme sus períodos presidenciales y organizar dicha información.
Hagan lo mismo con su vocabulario. Si ya se saben casi todo
el vocabulario del baño, será mucho más fácil aprenderse plughole (desagüe), que si no supieran nada sobre el tocador. Si no lo hacen así, todo se va a ir por el plughole.
TRES: Jueguen un poquito con las palabras. Hagan
asociaciones, historias y bromas, revisen las leyes de la mnemotecnia y
permítanse errar.
Elijan sus palabras favoritas como yo escogí a mis
presidentes favoritos, no por lo que hicieron en sus cuatro u ocho años de
mandato, sino porque me encanta saber que hubo un presidente en el siglo
diecinueve que en sus ratos libres se ponía a escuchar música electrónica e iba
a raves cuando tenía tiempo; me fascina saber que otro se tomaba su copita de whisky
a cada rato y nada más de verle la cara a Grover Cleveland me quedó claro que
con él mejor no te andas metiendo, porque se ve rudo, intenso, de armas tomar.
CUATRO: Pónganse retos en el idioma. A mí el reto me surgió
de repente, insospechadamente. Y lo mejor fue que le puse fecha límite: ya que
me sabía bastantes, dije “ahora sí, repasa esos dos o tres que no se te quedan
y que los primeros 30 presidentes queden listos el 5 de julio”, un poco como si
se tratara de celebrar el Día Después de la Independencia.
¿Y ustedes qué retos tienen en el inglés? E igual de
importante: ¿Cuáles son sus deadlines?
“Ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre”. No quieran aprenderse
todo el diccionario en tres horas, pero tampoco vivan permanentemente de que se
saben become, became, become.
CINCO: Analicen cuál es su receta secreta. Yo me aprendo, por ejemplo, las cosas que están organizadas cronológicamente y, sobre todo, si hago asociaciones. ¿Y ustedes? ¿Cuál es su receta secreta para aprender inglés? Revisen qué les está sirviendo y repítanlo, repítanlo, repítanlo.
Manos a la obra
Aprender un idioma implica mucho esfuerzo, pero a veces más
que matarse día y noche, lo que hay que lograr es ser estratégicos. Las paredes
en tu recámara, oficina o casa son tus aliadas. Pega ahí las palabras que se te
resistan o que sean muy importantes. Pégalas y déjalas. Un día, dos, tres, una
semana y empieza a ver los resultados. A veces, sin quererlo, te darás cuenta
de que cinco, diez o quince vocablos ya forman parte de tu vocabulario. El
siguiente paso será cambiar las palabras para que el proceso se vuelva un poco
como La Historia Interminable de Michael Ende.
Mi ejemplo de los presidentes es sólo un pretexto para
incitarlos a que ustedes también hagan algo, a que muevan sus manos, a que se
involucren más en su propio aprendizaje.
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