jueves, 30 de noviembre de 2017

La ley del más o menos y la postergación de lo importante

Juan Carlos García Valdés

Hace un año me compré uno de los mejores libros que he leído: Fanatical Prospecting, de Jeb Blount. Al adquirirlo, me esperaba páginas y páginas de contenido invaluable, lo cual encontré, pero lo que no pensé que fuera a obtener era una membresía de un año, sin costo adicional, para la página de internet del libro en cuestión.

Como sucede con las cosas que uno no espera, me emocioné ante el hecho de tener acceso a cientos de recursos exclusivos y no pasaron más de tres horas cuando yo ya estaba leyendo el primer e-book y viendo el primer video.

El siguiente día sucedió lo mismo y el tercero también, pero después pasó lo que frecuentemente pasa: las actividades cotidianas se apoderan de nuestro tiempo y uno va posponiendo lo que empezó con toda la energía y con las mejores intenciones.


Similitud con los idiomas

Ocurre lo mismo con los idiomas. La primera semana estamos llenos de emoción, la segunda todavía y, sin embargo, casi nunca nos caracteriza la constancia a largo plazo. 

"Sí practicaría, pero no tengo tiempo. Es que antes sí podía, pero justo ahora mi jefe me pidió un nuevo proyecto / tengo que empezar mi servicio social / el Cruz Azul calificó a la liguilla"

Total que siempre hay un buen pretexto para que lo importante se vuelva aplazable y sí los voy a criticar, pero no voy a negar que a mí también me ha pasado lo mismo: para muestra un botón o, lo que es lo mismo en este caso, el uso o desuso que hice de mi membresía.


Cronología del desperdicio

A finales de diciembre me dije que no la podía utilizar porque tenía la cena de fin de año, tres post-posadas, un Boxing Day que nunca atiendo y una cena de fin de año que cada vez me importa menos.

En enero, mientras tanto, me dije que lo que podía hacer en enero también lo podía hacer en febrero, en febrero lo pospuse para marzo, en abril viajé, en mayo me acoplé de nueva cuenta y en junio, julio y agosto me repetí que era verano y que en verano uno descansa. 

Septiembre fue el mes patrio (¡qué novedad!) y cuando octubre llegó, decidí que noviembre era el mes ideal para usar la subscripción. "Tendré presión y todo funciona bajo presión", me dije muy confiado.

El 20 de noviembre me di cuenta que yo seguía sin hacer nada y entonces decidí que el último fin de semana de noviembre lo dedicaría mayoritariamente a Fanatical Prospecting, algo que sí hice.

De cualquier forma, algo quedó confirmado: soy mexicano y aunque sea un poco distinto a los demás mexicanos, sigo siendo uno de ellos y actúo más o menos como ellos, dejando, por ejemplo, todo (o casi todo) para el final.

La membresía tiene un costo de 27 dólares el primer mes y de 97 los subsecuentes, lo que significa que estuve a punto de desaprovechar el equivalente a 20 mil pesos, algo, una vez más, típico del mexicano promedio.


Mis alumnos también son mexicanos

Mis alumnos, por mencionar un caso, también son mexicanos y ellos también han desaprovechado becas y membresías al por mayor.

A una de ellas le di una beca del 100% por un año y asistió cuatro veces y otra decidió emularla y sólo fue tres.

Vivimos en el mundo de la informalidad y la poca constancia, y eso en los idiomas es el acabose. Algunos lo ocultan con otras aventuras lingüísticas (nunca avanzan en inglés, pero saben decir hello, goodbye en 48 idiomas, incluidos varios que nadie ha hablado en los últimos trescientos años) y otros simplemente desisten.


La ley del aproximado

Toda mi experiencia en este mundo y en otros mundos (ok no), me ha llevado a formular y a creer firmemente en la ley del aproximado, que dicta palabras más, palabras menos, lo siguiente:

"Uno está destinado a ser más o menos algo".

No digo con lo anterior que este destino sea como aquel de las tragedias griegas (inevitable), sino que es el que vamos forjando con nuestros hábitos diarios, esos sí, después de dos, tres o cuatro décadas, sumamente complicados de revertir. 

Por consiguiente, no es a menudo el sino en su versión moderna el que no podemos cambiar, sino el cúmulo de acciones cotidianas como levantarnos o dormirnos media hora más temprano, leer un libro cada semana o practicar inglés una hora por día, lo que no podemos concretar (¡ay no, qué flojera!)

Y así la vida nos va acorralando en un destino más o menos entendible por todos: a Pepito le toca vivir una vida más o menos sufrida, ser de clase media y casarse con alguien dentro del 40% de personas más guapas del país.

A veces las predicciones fallan un poco y resulta que Pepito acabó teniendo un poco más de dinero, pero casado con una federalista.

En cualquier caso, el primer corolario de la ley del aproximado dicta que:


Primer corolario

"Quien trabajó por conseguir cosas grandes a menudo termina consiguiendo más que quien trabajó por conseguir cosas mediocres".

Así les pasa a los países, a las empresas y a las personas, que frecuentemente consiguen un poco menos de lo que se propusieron y en escasas ocasiones, un poco más.

Lo que no sucede es que el país que toda su historia luchó por ser tercermundista de pronto se vea a sí mismo como potencia mundial, que la empresa que se preocupa por mejorar e innovar desaparezca de repente, si bien no siempre será la primera de su ramo, y que la persona que luchó por ser un vagabundo termine siendo un Bill Gates o Warren Buffet.

Casi nadie consigue lo que quiere, pero la mayoría no queda muy lejos. El problema radica entonces en la formulación de los objetivos y sería conveniente aspirar a algo magnánimo, para que incluso en la posibilidad del fracaso no quedemos tan mal parados.


También aplica para el inglés

El inglés no es la excepción y quien se plantea tener un nivel intermedio termina muchas veces con uno básico, mientras que el que aspira a lo básico no pasa de los monosílabos.

Hay que plantearse un inglés perfecto para que se tenga uno decente y hay que luchar por un destino aproximado: conseguir más o menos lo que se quiere.

Esto se hace en el día a día, en diciembre lo que toca en diciembre y en enero lo que le corresponde a enero. Empezar a posponer es la receta perfecta para no abandonar nunca la mediocridad.


Manos a la obra

¿Quieren hablar? Hablen hoy. ¿Quieren mejorar su listening? Mejórenlo hoy. ¿Quieren conocer nativos? Conózcanlos hoy. No se vayan a parecer a cierto autor de blog que deja las cosas para después y que luego se pregunta quién le ha robado el mes de abril y de mayo y los del verano y los de los últimos cuatro inviernos.


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jueves, 23 de noviembre de 2017

Regresando a mi infancia en un país de adultitos

Juan Carlos García Valdés

El pasado fin de semana me fui de shopping aprovechando los descuentos del Buen Fin y el domingo por la mañana recalé en una de mis librerías favoritas. La verdad ya casi no compro libros porque la mayoría de los nuevos me parecen verdaderos bodrios, incluidos aquellos que escribí hace ya casi una década y con los cuales me forjé una breve, pero relativamente exitosa, carrera dramatúrgica, de la cual ya nadie se acuerda (¡qué bueno!).

En fin, que si hubiera más ¡Despertad, oh jóvenes de la nueva era!, de Kenzaburo Oé, o más Paul Watzlawicks o Walter Risos, yo lo compraría todo, pero por cada genio de Palo Alto hay cien farsantes y por cada autor que vale la pena, hay sesenta que son famosos y que daría lo mismo si volvieran a publicar un libro o no.

Entonces, se preguntarán, ¿a qué fui a la librería? Y la respuesta es: a sentir que era niño de nueva cuenta.


En la librería me encuentran...

Digo lo anterior porque últimamente a mí en esos sitios de estantes, páginas e historias, ya casi no me encuentran en las secciones para adultitos aburridos (perdón por el pleonasmo), sino ahí donde no quepo en las sillas y donde los libros están rodeados de tarjetas, juegos, muñecos a veces, varitas mágicas y ejemplares que al abrirlos se vuelven castillos y torrejones.

Me refiero, efectivamente, a la sección infantil, pero voy a ser sincero y voy a confesarles que yo voy directo a los libreros que tienen material en inglés.

Al pasar las páginas, me siento, de pronto, inmiscuido en las historias de Daisy y sus amigos, que lo mismo buscan combatir el clima caluroso que organizar el mejor picnic de los últimos años. 

Historias inconsecuentes, si se les quiere ver así, pero que me permiten regresar a esa infancia en la que Miss Celina y Miss Lulú, mis primeras maestras de inglés, me ponían a leer a Supersnake, mientras se iba de pesca, y a Monza, uno de mis libros favoritos, que, ya más grande, perdí como a menudo pierde uno lo importante en la vida: sin saber dónde se pudo haber quedado.

Cuando recuerdo a Supersnake y a sus secuaces, me digo totalmente convencido que antes no teníamos tanta tecnología a la mano, pero que los libros con los que contábamos eran mucho mejores que los que tenemos ahora.

De cualquier forma, es más probable encontrarse una joya en la sección para párvulos que en aquella en la que los supuestos consagrados no logran superar con sus palabras el valor del silencio.

Así andaba yo el domingo y después de encontrarme varias joyitas y complementarlas con tres publicaciones muy puntuales (un diccionario visual invaluable de Merriam Webster, un diccionario de idioms y un vocabulary builder) y de seguir mi peregrinaje adquisitivo, decidí mostrarles mis compras a mi familia.


La velada

Nos sentamos en la sala de los Paquillos, mi padre tomó un libro, mi hermana otro y mi madre un diccionario. Yo revisaba el libro de frases idiomáticas. De pronto, sin lesson plan de por medio ni reforma educativa a la vista, el aprendizaje se tornó visible. 

Mi hermana preguntó qué era daffodil y mis padres, con la ayuda de los diccionarios para bodoques, llenos de imágenes, se empezaron a preguntar distintas palabras. "¿Cómo se dice cepillo de dientes, ombligo, rehilete?", y cuando mi hermana tomó el diccionario visual, comenzó el descubrimiento de las demitasses y de los nails que no son uñas.

Con el libro de idioms nos entró la curiosidad por saber si algunas construcciones se usaban también en nuestra propia lengua. "¿Cómo se dice <<a tempest in a teapot>> o <<You're making a mountain out of a molehill>> en español?"

Mi madre preguntó cómo se decía garrote y la palabra cudgel se asomó. Yo propuse que nos imagináramos a una persona golpeando a otra muy bien peinada, con gel de por medio, con el garrote: el cudgel le pega al gel y cudgel ya no se nos olvida nunca más, aunque vayan ustedes a saber cuándo la utilizaremos.

En fin, que en dos horas aprendimos más palabras en inglés que las que aprenden muchos estudiantes durante su secundaria o prepa. 

Y no estoy exagerando: muchos alumnos universitarios todavía me preguntan qué es need, feet y horse y si antes daba por sentado que había vocablos que todos se sabían, ahora sé que la gran mayoría sólo estuvo sentado calentando el asiento (le pese a quien le pese), como el Secretario de Educación, que sólo está sentado esperando a ver si algún día se le hace ser presichiste.

(Este es, pues, el país de los sentados y si aún no me creen, visiten la oficina de gobierno que les quede más cercana y me dicen si alguien está haciendo algo que valga la pena o si la mayoría nada más están dejando pasar el tiempo, mientras ven los nuevos collares que llevó la señora de los martes, los zapatos del catálogo de 44 páginas, y mientras revisan sus estados de WhatsApp. Una vida muy productiva, claro está).


¿Y la planeación?

Total, que hubo aprendizaje, pero después yo empecé a sentirme un poco mal: ¿Dónde estaba nuestro programa? ¿Dónde estaba nuestra planeación? ¿Dónde estaba nuestro plan de trabajo semanal, mensual, bimestral, semestral? ¿Cuándo habíamos tenido nuestra junta de seguimiento o nuestro consejo técnico?

¡No, no, no! ¡Toda esa velada fue una farsa! El aprendizaje no puede existir sin todo lo anterior. El aprendizaje debe estandarizarse y ahí cada quien tomó el libro que le vino en gana. El aprendizaje no puede surgir de la nada. Es preciso planearlo, hasta el más mínimo detalle. ¿Cómo le diremos a Nuño cuáles eran nuestros aprendizajes esperados? Oh my God!!!!!

Si la SEP o el British Council nos hubieran observado, nos habrían hecho un cúmulo de recomendaciones: que si el control de grupo, que si el fundamento teórico, que si los objetivos de clase, que si la manga del muerto, que si a Chuchita la bolsearon, y francamente habría sido un halago, porque, como dicen por ahí, "hay gente que no te conviene que hable bien de ti".

Mientras disfrutábamos de la tarde, con botanas y una que otra cerveza de por medio ("¿Comieron en clase?? ¿Y también bebieron?? Santa María, Madre de Dios") y mientras una pregunta sucedía a la otra, yo recordé a Iván Illich y su idea de la educación desescolarizada.


¿No cabría pensar que la familia podría ser más efectiva que la escuela en cuanto al aprendizaje se refiere?

La respuesta, le pese a quien le pese, nuevamente, es afirmativa. O bueno... lo sería, si tan sólo la familia mexicana no estuviera rota. Pero lo está y entonces, las personas en vez de sentarse un sábado a ver libros y a jugar, van y secuestran a quien se sube a un taxi, violan a la que decidió ponerse falda y matan al que cometió la osadía de salir en bici.

Siguiendo las palabras de Jordan Peterson: las personas que no ocupan bien su tiempo es muy probable que lleven una vida patológica y si muchas personas llevan una vida patológica, la sociedad es patológica: un infierno, como el México actual.

Esas personas, que roban, violan y matan, no tienen familia ni tienen madre (o las tienen, pero son patológicas). Sin embargo, tampoco tuvieron maestros que les corrigieran, tutores que los orientaran, ni autoridades que les pusieran un hasta aquí.

¿Por qué? Porque todos estaban sentados, revisando el catálogo, esperando a ver si agarraban la siguiente chambita, incluyendo a muchos padres y madres de familia que sólo tienen hijos por tenerlos y a los que no les importa el futuro de sus vástagos.

A esos padres que quieren seguir viviendo como si no tuvieran hijos deberíamos de mandarlos a la cárcel, porque lo único que están haciendo es contribuir a que tengamos cada vez más un país perdido y sin valores. Pero también deberíamos de enviar a la cárcel a Nuño y al presichiste y a todos los maestros que sólo están sentados, esperando a ver qué les depara el día, sin darse cuenta de su rol fundamental.


Para finalizar...

A este país le faltan historias de Daisy, inconsecuentes, si se les quiere ver así. Este país se llenó de la estulticia adulta: burocracia, aburrimiento y ego.

¿Quién juega ya realmente? ¿Quién aprende porque disfruta hacerlo? ¿Quién se libera de la presión de la sociedad patológica en la que vivimos y tiene el valor de ser niño nuevamente? Casi nadie y se nota. Se nota en las escuelas, en el gobierno y en las calles mismas. Se nota en la cantidad de juntas y comités. Se nota en el "buenos días" apagado. Se nota y, no obstante, la mayoría sigue sentada, esperando que cambie lo que, parece, no cambiará.


Manos a la obra

¡Despertad, oh jóvenes de la nueva era! ¡Y despertad también adultitos, que han estado soñolientos las últimas décadas! Despierten y hablen inglés. Despierten y disfruten de una velada. Despierten y aprendan lo que consideraban inaprensible. Despierten, por lo que más quieran.

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jueves, 16 de noviembre de 2017

Entrevista 5 (Segunda parte): El método inverso, el daño de las clases y las anotaciones olvidadas

Juan Carlos García Valdés

En la primera parte de esta entrevista, Rebeca y Carlos nos contaron la manera en la que los videojuegos tuvieron una influencia mayúscula en su proceso de aprendizaje del inglés. Ahora toca abordar otros temas no menos importantes y sin más preámbulo le doy la palabra nuevamente a mis dos invitados.


El método inverso

Nuestra entrevistada, Rebe, pasó de no saber nada de portugués antes de 2013 a tener un nivel avanzado en 2016 y cuando me permití congratularla por ese logro (imagínense que hoy no saben nada de inglés y que en tres años son un fenómeno), ella arguyó que “el portugués es fácil”.

Yo admito que como hispanoparlantes, al parecerse tanto un idioma y otro, la lengua de Pelé y de Pessoa ofrezca sus bondades, pero si fuera tan sencillo pues hasta Peña Nieto estaría falando, cosa que no sucederá a menos que el presichiste se vaya a vivir a Copacabana, pero no por Caleta mijo, sino en el cono sur.

Rebe jamás vivió cerca de Río o de Lisboa, si bien le tocó viajar a tierras brasileñas en su momento, y ella admite algo que a más de uno le puede sorprender: “Nunca fui a una clase. Jamás pisé un salón”.

¿Entonces cómo le hizo para llegar a dicho nivel? Ella misma nos lo cuenta: “Yo al principio sólo leía y escuchaba (…) y durante mucho tiempo, como un año, yo no hablé nada. (…) Yo siento que si hubiera ido a clases, desde un principio me hubieran obligado a hablar y no me pasó así”.

“Me daba pánico”, continúa Rebe, “porque no me sentía segura; lo entendía, pero no sabía hablarlo, y yo me cohibía mucho y decía <<si no lo hablo bien, ya no lo quiero hablar>>”.

Nuestra entrevistada resume su proceso de aprendizaje de la siguiente forma: “el primer año fue de entenderlo, ya después empecé a practicarlo más y el último año me enfoqué en gramática, aspectos en los que tenía mucha duda: ver cuál era la regla”.

¿No les parece, queridos lectores, que el método de Rebe, que le funcionó muy bien, es precisamente el opuesto al que se usa a diestra y siniestra en el sistema educativo mexicano y que no funciona ni por equivocación? En las escuelas, primero nos meten gramática, luego nos piden que lo practiquemos y rara vez se van atendiendo las lagunas que quedan en la comprensión oral. Rebe, por el contrario, dejó la gramática hasta el final y se centró primeramente en la comprensión: una forma mucho más natural de aprender.


Música antes de ir a la cama

Algo que me parece también digno de resaltar es la manera en la que nuestra entrevistada comenzó a practicar: “Ponía la música, la dejaba y me dormía. Ya después me la iba aprendiendo y ya con la pronunciación correcta. Entonces ya me sentía más confiada y decía <<ya puedo hablar>>”.

Yo lo he intentado con diálogos más que con música y puedo constatar que funciona. De verdad.


El daño de las clases

Cuando le pregunto a Rebe si le pasó lo mismo con su alemán, idioma que también aprende, ella emite un “ash” y luego agrega: “No, en alemán no me pasó así. En alemán siempre fui a clases. Sí entiendo y me iba bien en los exámenes, pero ya para hablar me cuesta mucho”.

A mí el hecho de que con clases no le haya funcionado tanto ya me causa un poco de ruido. Carlos parece estar de acuerdo y comenta lo siguiente: “Yo creo que ese es el punto clave: hasta que lo haces práctico y también te desinhibes un poco y te dejas de prejuicios, de pensar que te van a regañar si digo esto mal, es cuando puedes avanzar”.

Carlos acaba de iluminarnos el panorama. ¡Cuántos prejuicios no tenemos en nuestro país! Que si nuestra pronunciación no nos gusta, que si nuestra voz no es la adecuada, que si no hablamos porque no nos sabemos los tiempos, que si nos sabemos los tiempos porque no hablamos. Y no sólo eso, amigo, sino que también está esa otra parte que bien mencionas: necesitamos hacerlo práctico y, sin embargo, parece que hay una encrucijada por hacerlo tedioso. (las clases no sólo sirven poco, sino que terminan por obstaculizar).

Ya que hablamos de la cuestión práctica, Carlos nos da ejemplos de cómo practicaba en la prepa: con caricaturas, con películas, centrándose en aspectos culturales, haciendo valer el dicho de que “el interés tiene pies” y mostrando que se aprende mucho, sobre todo, fuera del aula y del programa oficial. 

Nuestro entrevistado añade que “aunque cometas errores, hay que hablar con seguridad; si lo haces así, los nativos no te van a decir nada” y eso nos lleva al hecho de que…


También los nativos cometen errores

Y Rebe, que es cruel, nos pregunta que cómo se dice roer en presente del indicativo: Yo no doy una y Rebe dice que hay tres opciones. Carlos, cuándo no, da la primera respuesta correcta: “roo” (como en Quintana Roo). Segundos después Rebe nos da la segunda: “yo royo” (¡en mi vida la hubiera tenido bien!) y es verdad que la RAE acepta también “roigo” (que jamás usaré).


La cuestión del tiempo

Carlos nos cuenta que desafortunadamente ya no puede practicar mucho japonés porque llega bastante cansado y a mí me gustaría que todo estudiante de nivel licenciatura leyera esto doscientas cuarenta y seis veces. ¡Cuántas ocasiones no le he escuchado a mis alumnos eso de que “no practico porque tengo muchas cosas que hacer”!, cuando la verdad es que tendrán mucho más en los años venideros, cuando egresen y comiencen su vida laboral. Lo único que no regresa es el tiempo, se los digo con conocimiento de causa.


También los nativos son necesarios

La parte en la que hay más discrepancia en la plática es cuando hablamos de la necesidad de tener nativos en el proceso de aprendizaje. Mi postura es que el “contacto con nativos es fundamental y lo estamos obviando”, y de cierta manera preferiría que dominaran en cualquier lengua los maestros nativos a los no nativos porque me parece que cubren mejor aspectos como el cultural y el del lado extremadamente práctico y sutil del idioma.

Rebe, no obstante, comenta lo siguiente: “Yo no creo que se trate tanto de que sean nativos o no, sino de que sí conozcan la cultura”, y agrega: “Yo antes de que hiciera mi CAE, nunca fui a Estados Unidos. Todo lo aprendí de la tele y de los videojuegos y la música, incluidos los idioms y los phrasal verbs, que son esenciales” (por cierto, para los idioms nos recomiendan aprendérselos en las series y para los phrasal verbs darles tratamiento de palabra normal).

Yo no puedo objetar el ejemplo de Rebe, pero me convenzo cada vez más de que “el nativo lo que te da es esa necesidad de hablar” y Carlos relata la historia de su maestra de japonés, que llegó a México sabiendo menos del 10 por ciento de español, pero a quien “la experiencia la obligó” a aprender. Y me gusta la palabra que usa Carlos: a veces hay que “sufrirlo”, dice él, sufrir el idioma. Creo que tiene toda la razón y de ahí mi postura: entre mexicanos, el inglés difícilmente se sufre, porque siempre queda el resquicio del español.


Las anotaciones olvidadas

En la parte final de la entrevista, le pregunto a Rebe lo siguiente, referente a su portugués: “¿En este último año tu mayor aprendizaje ha sido con nativos o a través de las series y de los libros?”

Ella lo piensa un poco y me responde de otra forma: “con la música”.

“Sí leo”, dice ella, “pero la verdad no se me queda nada. Y luego digo, voy a subrayar la palabra que no entiendo, la voy a buscar y voy a hacer mil oraciones. Simplemente no se me queda nada”.

Carlos concuerda: “Luego encuentro palabras nuevas y me propongo anotarlas. Tengo mi libreta donde tengo mis garabatos y pienso: <<Cuando la vuelva a ver no se me olvida porque ya sé qué es>>. No, no me funciona”.

Aquí sí hay unanimidad. Mis seiscientas hojas de anotaciones de alemán me han servido para nada y para nada. Nos pasa como cuando vamos por la calle y nos encontramos con alguien a quien sabemos que hemos visto antes, pero no podemos recordar ni dónde, ni cuándo, ni por qué.

En vez de las notas, Carlos prefiere parafrasear, buscar alternativas para decir lo que tiene que decir, incluso si no recuerda la palabra. Para aprenderse los vocablos, Carlos recurre a veces a la repetición y a veces a las imágenes. Yo, mientras tanto, les digo que a lo mejor la función de las notas es “pensar que se está aprendiendo o avanzando”.

Rebeca prefiere las frases de Instagram que no están diseñadas para que uno aprenda el idioma, “esas se me quedan”, dice ella. “Aquellas que están diseñadas para que me lo aprenda, esas no se me quedan”.

Carlos nos habla de los memes y Rebe también va por la misma ruta al señalar que las “cosas chistosas en Facebook” le sirven bastante.


Música ¿histórica?

Cuando parece que nuestra conversación llega a su fin, Carlos menciona a una banda, Sabaton, con la que aprendió mucho sobre hechos históricos. Y agrega: “hay una banda, Haggard, que me enseñó más historia que todo lo que vi en la escuela. Por ejemplo, hay canciones sobre Galileo y sobre Copérnico”.

“El hecho de que me lo tenga que aprender by heart, al menos en mí, causa corto circuito. Por ello trato de buscar formas alternas para volverlo significativo”, dice nuestro entrevistado, y vaya que sí lo ha logrado. De verdad, conozco a pocas personas como Carlos para convertir el dato en dato propio y la palabra anteriormente desconocida en vocablo que se posee.

La entrevista, plática, disertación, termina con un “no sé cuándo la vaya a publicar” mío, al que inmediatamente después le sigue un: “nada más era para viborearnos”.

Si la RAE ya acepta “viborear” como un sinónimo para “aprender de los mejores”, entonces sí, “nada más era para viborearlos”, para aprender de ustedes. Créanme que aprendo muchísimo de sus anécdotas, ideas y reflexiones.


Manos a la obra

Analicemos el método que estamos usando para mejorar nuestro inglés y veamos si no sería conveniente utilizar el método inverso. No desperdiciemos el tiempo ni pensemos que yendo a una clase, ya hemos hecho todo lo que nos corresponde. Los nativos es probable que sean necesarios, o al menos deseables, pero las notas no tanto. Y la música lo mismo nos sirve para acompañarnos mientras caemos dormidos que para aprender historia. Espero que los consejos y tips, así como las experiencias de Carlos y Rebe, les hayan servido tanto como a mí.


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jueves, 9 de noviembre de 2017

Entrevista 5 (Primera parte): Mis amigos (no sabía que fueran tan vagos)

Juan Carlos García Valdés

A mí de chiquito me decían que no jugara muchos videojuegos porque iba a quedar mencho, pero resulta que mis entrevistados del día de hoy se la pasaron jugando mañana, tarde, noche y madrugada, y resultaron seis veces más inteligentes que yo. Y no sólo eso, sino que tienen un mucho mejor nivel de inglés que el mío. Así es que los invito a leer la primera parte de esta entrevista, porque seguramente nos podremos llevar muchas enseñanzas.


Aclaración

Esta plática, tertulia, coloquio o como quieran llamarla, se llevó a cabo en el lejano mes de diciembre de 2016, cuando Donald ya había sido elegido, pero no era presidente todavía, cuando este blog iba por la entrada #42 (ahora vamos en la #87) y cuando todos los participantes éramos solteros (desde aquel entonces ya hubo por lo menos un bodorrio).  


¿Con quién platiqué y por qué platiqué con ellos?

Con dos de mis mejores amigos de la Tres Veces Heroica Facultad de Lenguas: Rebeca Ávila y Carlos Fuentes, de quienes siempre aprendo nuevas ideas y me llevo muchas reflexiones.

Rebe es de las pocas personas que conozco que tiene nivel avanzado en tres idiomas (inglés, francés y portugués) además de su lengua materna y que además es feliz.

Carlos es de las pocas personas que conozco que me duplica el número de palabras de inglés que me sé y que además es feliz. Carlos también aprende japonés, idioma del que yo no sé ni la pronunciación de Fukushima.

Ambos son traductores y gente a la que admiro.


Al mal paso…

La plática empieza desde los primeros segundos con un desencuentro. Juan Carlos, mala leche como siempre, dice lo siguiente: “Yo tengo varias preguntas que me gustaría hacerles, sobre todo porque tienen inglés avanzado, cosa que la mayoría de mis alumnos nunca va a tener”, y Rebe, un tanto sorprendida y no sé si preocupada, contesta: “No puedes decir eso en tu blog”. Obviamente yo refuto: “Sí puedo. Claro que sí puedo. Por eso es mío. Si no les gusta, pues que se vayan a otro blog” (actualización: además el blog ya va a cerrar, así es que con mayor razón).

Ya saben cómo es mi estilo y lo defenderé a muerte. Me parece que hemos sido muy “políticamente correctos” con todos: con nuestros alumnos, con nuestros colegas y con las autoridades en general. Me gustaría que me callaran la boca, que me demostraran lo contrario, que se rebelaran y dijeran “lo vamos a conseguir, vamos a conseguir ese nivel avanzado, in your face”, pero en este país hay más pretextos y justificaciones que hechos y a veces sólo basta remitirse a las cifras.

La Jornada, por ejemplo, publicaba en 2009 que sólo el 2 por ciento de los mexicanos y mexicanas, chiquillos y chiquillas, dominaba el English, así es que nos guste o no, con los hábitos y las políticas actuales, no parece haber una luz al final del camino.

Afortunadamente, Rebeca y Carlos no son los típicos mexicanos y el simple hecho de que pertenezcan a ese selecto 2 por ciento ya lo demuestra, así es que vale la pena escucharlos y aplicar lo que a ellos les ha funcionado (aunque Rebe quiera controlar lo que puedo y no puedo decir en mi blog).


La plática

Carlos nos relata su experiencia aprendiendo japonés y nos dice que algo que le ayuda mucho es platicar con su maestra, que es nativa. “En cuestión de vocabulario”, añade, “tratamos de hacer las cosas prácticas”, y luego ejemplifica: “Si estamos hablando de un tema, aunque sea de gramática, tratamos de incluir cosas que están presentes en el salón”.

El aquí y el ahora, las cosas que están presentes en el salón, esa combinación ganadora en el ámbito espiritual, parece tener también mucha aplicación en el campo de los idiomas y nada más pensemos en un bebé al que le hubieran hablado de la física cuántica en vez del chupón y del sistema económico neoliberal en lugar del ya tradicional “¿ke kiele el beibi?” (a veces he llegado a pensar que los bebés han de tener una imagen muy dañada de nosotros. “¿Por qué nos hablan así?”, se han de preguntar, pero la verdad es que si les habláramos como Sheldon y Leonard de The Big Bang Theory, pues no entenderían ni pío… o bueno, pío tal vez sí, pero lo demás nanais… perdonen lectores e invitados mi bello léxico).

Lo que dice Carlos es muy cierto y a veces complicamos de más el aprendizaje. Eso por un lado, pero también es cierto que a veces dejamos pasar los errores una y otra vez. Nos hacemos de la vista gorda y todo para que no se arme la… gresca. Carlos recalca que los errores deberían de hacerse notar cuando se cometan y agrega que cuando le han hecho ver sus propios mistakes, eso le ha ayudado bastante a mejorar.


Según dicen las malas lenguas… de Adele…

Lo que dice mi entrevistado sobre vocabulario me hace recordar lo que un día me dijo mi entrevistada. Cuando éramos más jóvenes, pero igual de bellos, Rebe, otras compañeras de cuyos nombres no quiero acordarme y yo, nos reuníamos para practicar con el objetivo de pasar nuestra certificación de inglés avanzado (bueno, Rebe sólo nos ayudaba porque ella ya la tenía).

Y un día ocurrió lo que siempre ocurría: hubo una pregunta en la que todos nos quedamos con la cara de What, salvo Rebe, que más bien ponía cara de “Whaaat, está súper fácil”, y entonces yo le pregunté, como quien espera una palabra mágica: “¿Cómo le haces? ¿Cómo te la sabes?” (Carlos también se la hubiera sabido, pero en ese entonces no practicábamos juntos).

Su respuesta, la de Rebe, debo decirlo, fue inesperada para mí. Yo que intuía la recitación de un compendio gramatical al cual pudiera recurrir inevitablemente cada vez que me surgieran dudas, me llevé, en cambio, un escueto, pero cierto: “Pues la verdad no sé, pero sale en una canción de Adele” (y la verdad ese momento nunca se me va a olvidar).

Rumour has it” (esa era la frase en cuestión que resolvía el enigma) “that” mientras los demás estudiábamos el idioma (tremendo mistake), nuestra entrevistada se dedicaba a cantar… ¿y adivinen quién salía mejor cada vez que había examen? Rebe-ladoramente (no vayan a escribirla así, en la vida real, por lo que más quieran, por el futuro de la Selección Mexicana en el Mundial, yo lo hago porque es my blog, pero ustedes antes muertos que sin v de villa) ya no les digo porque ya se los dije.


Zelda, Mario y compañía

No mucho después de que recordamos a la cantante de Tottenham y de que Rebe enfatiza que ella “hacía el mayor esfuerzo por aprenderse las canciones”, cosa que me parece le falta a la mayoría, que sólo tararean sin saber muy bien lo que cantan, llegamos, tal vez sin quererlo, al primero de los dos grandes temas que tocamos en la entrevista y es ahí donde me doy cuenta de que mis amigos son unos vagos, o al menos lo fueron en su infancia (ya más bien remota jajaja).

Mientras yo en la primaria tenía que estar repasando el trinomio cuadrado perfecto (“ajá, claro… ya mejor di que lo viste en el kínder”), ellos se la pasaban jugando videojuegos. Carlos incluso señala que “si hay un gran culpable de que haya aprendido inglés, ese culpable son los videojuegos”, una opción que nuestro entrevistado resalta como una excelente forma no sólo para distraernos un poco, sino también para aprender más sobre la cultura en general.

Yo les confieso a mis invitados que están ante un verdadero ignorante del tema (o sea yo, por si no quedaba claro) y Carlos nos da cátedra y nos proporciona una clasificación extensa de los distintos tipos que hay. Rebe se desmarca un poco y acepta que ella sólo jugaba Mario Kart y Zelda, pero lo importante aquí es lo que ya les he comentado en otras entradas a mis dos lectores recurrentes: que la inclusión de la música y los videogames es un must si de verdad queremos avanzar.

Rebe añade que en uno de los juegos tenía que hablar con la gente porque debía juntar máscaras. “Te cuentan la historia y te dicen lo que necesitan que tú hagas por ellos; entonces ya lo haces y te dan la máscara. Tenía que entender lo que me estaban pidiendo”, dice nuestra entrevistada que agrega una de las mayores ventajas: “Lo bueno de los videojuegos es que tú no tienes que buscar mucho el significado de las palabras, sino que vas haciendo cosas y de repente te das cuenta de lo que quiere decir cada palabra. Además, la historia hace que te acuerdes”.

Cuando les pregunto sobre los videojuegos modernos, nuestro entrevistado, Carlos Fuentes, destaca dos cosas: por un lado, el hecho de que antes, lo que prevalecía era el cuadro de texto y ahora los personajes ya hablan, lo que nos puede favorecer mucho en listening; y por otro, que ante la posibilidad de jugar en tiempo real con otras personas de distintas partes del mundo, nos es posible desarrollar nuestro oído para acentos específicos como el de los hablantes alemanes o rusos.

Todo lo anterior nos hace estar de acuerdo en que las escuelas deberían de tener más videojuegos y menos SAC. “Eso estaría muy bien. Ayudaría a cumplir objetivos más reales”, dice Carlos.

Yo me aventuro y suelto un contundente: “Pondré un Xbox en la oficina”, pero parece que soy político consumado porque a casi un año del encuentro no hay ni Xbox ni Nintendo 64 ni Atari en mi lugar de trabajo. Y eso que Carlos se ofreció a prestarme el suyo, a pesar de que Rebe me dijo que, según ella, el Xbox es más para niños, hombrecitos, guys y que a lo mejor me vendría mejor un Nintendo, que es un poco más familiar, más para todas las audiencias, para niños y niñas.


¿Qué viene en la segunda parte de la entrevista?

De verdad quería incluirlo todo aquí, pero me hubiera salido la entrada más larga en la historia del blog y fue por ello que decidí dividir la entrevista en dos. Lo que viene en la segunda parte es imperdible: el método inverso de Rebe para aprender portugués, la revelación de las clases y la confirmación de que incluso los nativos cometemos errores, el problema de las anotaciones, la música para aprender historia (cortesía de Carlos), la función de los memes, Facebook e Instagram para aprender idiomas y muchas cosas más.


Bonus track

El hecho de que esta entrevista se haya grabado en 1982 y que apenas la publique me permitió darme cuenta de algo que les quiero recomendar. Esto no tiene nada que ver con los idiomas, pero a lo mejor los hará felices. Ahí les va mi consejo: si pueden, graben algunas conversaciones con sus amigos o con sus familiares más queridos. Grábenlas y déjenlas en el baúl de los recuerdos por algunos meses o años. A lo mejor las ocupaciones del día a día harán que no se vean muy seguido, pero créanme que un audio, si lo tienen, les permitirá recrear las anécdotas, las risas y todos los buenos momentos, incluso si se encuentran solos.


Manos a la obra

¿Tienen canciones con las que han aprendido algo de gramática recientemente? ¿Tienen a alguien que les haga ver sus errores? ¿Ya pusieron su Xbox en su casa o lugar de trabajo? No dejen pasar ni un día más. Mario necesita ganar una carrera y la princesa Zelda requiere su ayuda. Y como dice Adele y dicen nuestros entrevistados de hoy, rumour has it que si no incorporan la música y los videojuegos a su aprendizaje, alguien más sí lo hará. 


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jueves, 2 de noviembre de 2017

Lieblingsmensch... Danke!

Juan Carlos García Valdés

Sin notarlo, ya estamos en el penúltimo mes del año y hay que empezar a ver lo que hemos hecho y lo que hemos dejado de hacer. En mi caso, ha sido el mejor año para mi alemán y un año de consolidación para mis ideas sobre el aprendizaje de idiomas. En definitiva, un buen año hasta el momento. Pero nada de esto sería posible sin mi Lieblingsmensch. Les cuento.


Lieblingsmensch

Cuando me propuse avanzar a grandes pasos en mi alemán, pronto me di cuenta de que la música tendría que ser mi principal aliada. Sin embargo, me preocupó el hecho de que la mayoría de las canciones que había escuchado hasta ese momento en ese idioma no me terminaba por enamorar.

Me di, entonces, un plazo de una semana para encontrar canciones que realmente disfrutara y en el proceso me encontré con la que seguramente es la canción que más he escuchado en todo el 2017: Lieblingsmensch, de Namika.

Lieblingsmensch no es otra cosa que “persona favorita” en alemán y en la canción que lleva por título dicho vocablo la cantante germana nos describe a su ser predilecto, ese que hace que “se le pase el tiempo volando” incluso “cuando están en el tráfico”, que “hace que el café malo sepa a café de Hawaii” (¿el café de Hawaii es bueno?) y ese que “ante su silencio, sabe aconsejar”.

Lieblingsmensch, “un cumplido enorme”, como nos los recalca la niña de Nador, es aquella persona que “nos conoce muy bien” y con quien “podemos ser quienes somos”, “locos y soñadores”.

Aquí les dejo el link de la canción y el link de una versión con subtítulos en español (no creo que sean perfectos ni mucho menos, pero pueden proporcionarles una idea de lo que va la canción).


En el país de “yo lo puedo todo”

En esta nación en la que nos sentimos todos supermanes y supermanas (eso no suena bien), no es un secreto que nos cuesta mucho trabajar en equipo. Aquí hay más genios que en otras latitudes, pero genios a los que no les gusta compartir ni comunicar. No obstante, cada vez me doy más cuenta de ello, los logros sólo vienen si se trabaja de manera conjunta. Por lo tanto, si fuera a morir mañana o el día después de mañana (que suena más bien a película apocalíptica) el consejo que le daría a mi Lieblingsmensch sería: “rodéate de un buen equipo”, tanto en lo personal como en lo profesional (y valóralo; no es tan fácil de conseguir).


Lo contrario a un buen equipo

Cuentan por ahí que el gran Alfredo di Stefano le dijo una vez al portero de su equipo lo siguiente: “No te pido que atajes las que van para adentro, pero por lo menos no metas las que van para afuera”.

A decir verdad, yo siempre he creído que esta frase de La Saeta Rubia es la definición por excelencia del tipo de persona que deberíamos evitar a toda costa: aquel que no sólo no aporta nada, sino que además torna las soluciones en problemas y las oportunidades en catástrofes.

Esa persona que consume nuestra energía por banalidades y nimiedades, esa que nos limita, esa es nuestra anti-Lieblingsmensch y tiene por lo menos una función en la vida: hacer que valoremos a quien no sólo ataja las que van dentro, sino que además resuelve con soltura las que van al ángulo y una vez que tiene el balón en sus manos pone pase de gol, porque así como hay personas que nos drenan, hay otras que nos hacen florecer. Y si este 2017 ha sido un año bueno, esto se debe a que me he alejado de mis anti-Lieblingsmenschen y me he acercado a quienes “me levantan incluso si me dejo caer”.


Mis Lieblingsmenschen

Isaac Newton dijo alguna vez lo siguiente: “Si he logrado ver más lejos, ha sido porque he subido a hombros de gigantes”. Pues me dispongo a contarles de mis propios gigantes.

Lieblingsmensch es la persona que todos los días me ha dado ideas nuevas para que mis alumnos aprendan más. Hace sólo unos días, una de mis alumnas me preguntó: “¿Cómo le hace para descubrir tantas aplicaciones y tantos juegos para aprender inglés?” y la respuesta es Lieblingsmensch. Recuerden que yo sólo descubro más porque me “he subido a hombros de gigantes”.

Lieblingsmensch es la persona que a pesar de estar de vacaciones, interrumpe sus planes para ir a platicarles a mis alumnos cómo es la vida en otro país. No sólo hace eso, sino que lo hace con una sonrisa permanente.

Para algunos de mis alumnos, esta primera interacción totalmente en inglés se vuelve un incentivo para querer aprender más. Lieblingsmensch es mi amigo que hace que todo esto sea posible y aquí me doy cuenta de que hay una especie de boomerang en la vida. Si hace algunos años, no lo hubiera apoyado con mi granito de arena para que aprendiera inglés, ahora mis alumnos no habrían tenido la oportunidad de probar sus habilidades lingüísticas con alguien que no sea el teacher.

Lieblingsmensch es la persona que me invita a Escocia durante tres semanas, me hospeda en su departamento y me lleva a recorrer los lugares más espectaculares de aquel país. Lo mismo me prepara un buen desayuno por la mañana que me explica la importancia del Monumento a William Wallace por la tarde. Y de paso me lleva a Londres, una ciudad que ha pisado 17 veces y que se sabe de memoria.

Lieblingsmensch es la persona que me ayuda con el diseño de los materiales y productos que desarrollo, siempre con una disposición que le admiro y con ideas que sobrepasan a la parte más lúcida de mi imaginación.

Lieblingsmensch es la persona que al terminar la clase me da las gracias y que me cuenta que antes el inglés no le agradaba, pero que ahora le gusta mucho. A veces para un teacher ver el avance de alguien vale más que mil palabras. Y ver un cambio de actitud positivo vale 2,632 vocablos más (descubrir “la personalidad de cada persona”… eso sí no tiene precio).

"Uno, me aventuro a decir”, dice Sergio Pitol “es los libros que ha leído, la pintura que ha conocido, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas" y yo, que no soy Sergio Pitol, me atrevo a decir que un teacher es “la suma de los cambios positivos que ha logrado en los otros”, así es que esa es, Lieblingsmensch, la definición de educación que he logrado en mi vida.

Lieblingsmensch es la persona que cada jueves lee mi blog y pone en práctica los consejos y tips para mejorar su inglés.

Lieblingsmensch es la persona que a pesar de tener muchas ocupaciones, deja a un lado sus actividades para que yo me aprenda mi lista de palabras de alemán y me lleva juegos para que practique ese idioma que a veces me resulta esquivo.

Lieblingsmensch es quien todos los días hace algo por su inglés y todos los días hace algo por el inglés de los demás (¿se acuerdan de que tenemos que trabajar en equipo?)

Lieblingsmensch es quien me da retroalimentación sincera y no comentarios basados en la admiración o el odio previos.

Lieblingsmensch soy también yo, que este año he sido muy constante con mi alemán, con mi blog, con mis viajes, con mis no viajes y que he decidido cambiar mis ideas a pesar de que frecuentemente gozan de una aceptación mayoritaria (eso me he dado cuenta este año: a veces hay que cambiar aunque los que te quieran y te admiren se resistan).

Lieblingsmensch son todas las personas a las que no conozco, pero que me facilitan mi trabajo: Luis von Ahn, Tim Ferriss, quien haya creado los formularios y los blogs de Google, mi adorado Krashen, Ronnie de EngVid y tantos más que producen materiales tan maravillosos para aprender inglés y alemán. Vivimos en una era en la que el aprendizaje de un idioma es mucho más fácil que antes y a veces no lo valoramos. Nunca antes fue tan fácil subirse “a hombros de gigantes”.


Dirán… ¿y a mí todo esto qué?

“Si eres el promedio de las cinco personas con las que más te juntas”, como decía Jim Rohn, mucho de lo que hayas logrado en este año y de lo que lograrás en los siguientes dependerá de tus Lieblingsmenschen y te reitero, aunque te suene a disco rayado, que el inglés no será la excepción: júntate con monolingües y serás monolingüe o vete por un café a Hawaii y descubre qué pasa.


Manos a la obra

Si te equivocaste de Lieblingsmenschen, todavía tienes noviembre y diciembre para cambiar y para que entres totalmente motivado al 2018. Quédate con los que te alienten, te entiendan, te llenen de energía y te pongan cara de “vamos a aprender más, juntos”. ¡Sí se puede!

Danke Lieblingsmenschen!

¿Y tú a quién puedes agradecerle este año?

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